Sobre el terror

En nuestro supuesto podemos entender que las consecuencias de vivir en un mundo virtual como en el que estamos viviendo son terribles.  No solamente por el carácter agresivo y mortal del vídeo-juego de nuestro mundo, sino porque, además, nos hemos olvidado de quienes somos.  Imagínense ustedes que alguien se queda enganchado en un vídeo-juego de realidad virtual.  Por muy entretenido que sea el programa, su situación sería dramática.  Si alguien olvida de quien es, y se cree un muñecote virtual, sumergido en un mundo mecánico, programado, siempre se sentirá un pelele de las leyes del juego, esclavo de él, imposible de encontrar su libertad aunque el vídeo-juego le haga sentirse en ocasiones muy feliz.  Y si a esto añadimos lo tenebroso que puede llegar a ser el juego de la vida en nuestro mundo, el sentimiento de miedo puede ser muy intenso.

Inmersos en un mundo donde existen tantos peligros para la vida, vivimos un pánico visceral.  Sin menospreciar lo que nos podemos divertir, y lo felices que podemos llegar a ser, es éste un mundo de horror.  A pesar de que nuestra cultura obvia lo evidente, ocultando la fatalidad de la muerte para que no nos amargue la vida, no podemos evitar sentir terror ante nuestro fatídico destino.  Gracias a que lo arrojamos al inconsciente, porque sino nos moriríamos de miedo.

Se dice que la depresión es una enfermedad que se produce sin razón aparente.  Como si un ser humano necesitase razones especiales para deprimirse.  En mi opinión, lo patológico es no estar deprimido.  Hay que padecer cierta amnesia para olvidarnos del trágico final que a todos nos espera.

Y aunque nos consolemos pensando que la muerte es algo que tarda en llegar, son terroríficos los brutales atentados que la Naturaleza de este mundo provoca contra los seres vivos a lo largo de toda su vida.  Insistimos en que toda forma de vida, desde que asoma a este mundo, sobre todo en sus primeros días de existencia, tiene una gran probabilidad de ser devorada por otros animales (incluidos los humanos) que la consideran su plato favorito.  Es ley de vida en este planeta.  Terrorífica sentencia de muerte que hará temblar a toda forma de inteligencia que pueda llegar a tomar conciencia de donde se encuentra.  El hecho de que ya hayamos conseguido librar a nuestros niños del efecto depredador de nuestra madre naturaleza, no nos libra de sentir esta terrible circunstancia.  Las crías humanas, gracias a la evolución de la inteligencia de nuestra especie, ya se han librado de ser alimento de otros depredadores.  Pero relativamente hasta hace poco, en toda nuestra larga andadura evolutiva, éramos alimento en nuestra infancia de multitud de especies de animales depredadoras.  Este mundo virtual es un mundo que da miedo, porque está programado para que toda partícula de vida, desde que nace, viva en riesgo de muerte.  Éste es un mundo de condenados a muerte, por mucha vida que albergue.

La importancia del miedo como intensa pulsación psicológica es irremediable.  El miedo no nos abandona en toda la vida, condicionándola brutalmente.  Al haberlo arrojado al inconsciente con todo el resto de pulsaciones psicológicas desagradables, el miedo, junto a la violencia y el instinto de muerte, forman el conjunto de fuerzas más importantes de nuestro lado oscuro.  Pulsaciones psicológicas que hacen su aparición en las realidades virtuales espirituales disfrazadas de horribles monstruos.

Muchos pensadores dedujeron que el miedo era la causa principal por la que las creencias religiosas afirman la existencia de una vida mas allá de la muerte.  Y si no es la principal, seguro que es una de las más importantes.  Cuando la atmósfera sagrada ilumina nuestro lado oscuro, saca a la luz nuestro pánico interno.  Entonces aparece la necesidad de zafarse de él, de librarse del miedo a la muerte, y aparece la necesidad de salir corriendo.  Pero ¿adonde?  No hay problema, la imaginación del hombre, ayudado por la creatividad de su divinidad, no ha cesado de crear paraísos protectores de nuestra integridad, donde el miedo no tiene razón de ser.  No cabe duda de que uno de los grandes propósitos de las creencias es el de quitarnos el miedo del cuerpo.  Son muchos los creyentes que solamente creen para quitarse el miedo de encima.  Los dioses se sirven del miedo del hombre para existir.  El alivio engañoso del temor a la muerte que las creencias ofrecen a sus seguidores, es otro argumento más que podemos añadir al gran fraude espiritual.

Basándonos en nuestra hipótesis, también podemos deducir que somos inmortales, pero nuestra inmortalidad solamente podremos “vivirla” cuando nuestra conciencia regrese a nuestra esencia, y, como ya hemos dicho, eso parece que sea muy improbable realizarlo a través de la muerte.  La muerte es muerte, todo lo contrario a la vida, por mucho que se venda en tantas creencias como resurrección.  Seremos inmortales cuando venzamos a la muerte, no antes ni después de ella.  Lamento llevar la contraria a quienes albergan tantas esperanzas para después de la muerte. 

Nuestro supuesto nos hace ver que somos inmortales; pero, mientras continuemos metidos en este juego de muerte, la padeceremos.  Saber que somos inmortales no nos sirve de nada si continuamos muriéndonos.  La creencia en que la muerte nos va a dar la vida eterna es la mayor victoria que la muerte se apunta antes de que nos derrote por completo.  Es el colmo de la irracionalidad.  Es una pura y dura atracción del instinto de muerte.  Un ridículo calmante del pánico visceral. 

Para ver la muerte con objetividad hay que superar el miedo que nos provoca, dispersado en multitud de variantes.  Todas las manifestaciones de miedo, de terror, se pueden encuadrar en el miedo a la muerte; son una consecuencia del instinto de muerte.  Al igual que lo son todas las manifestaciones de violencia.  Y el miedo, como la violencia, adopta multitud de formas, impregnando de sus vibraciones gran parte de la vida humana.  El miedo a la muerte es tan intenso que nos nubla la inteligencia que tanto necesitamos para progresar en los caminos del espíritu.  Muchas de nuestras tensiones inconscientes están generadas por miedo oculto en nuestro cuerpo.  No tenemos nada más que empezar a soltar ciertas tensiones de nuestro cuerpo para sentir el miedo que ocultan. 

En este estudio he evitado en lo posible provocar temores para no afectar la claridad de entendimiento.  Pocos libros sobre esoterismo se libran de meter miedo a los lectores.  Si he procurado no atemorizar con mis comentarios ha sido para intentar no vernos afectados por tan oscuro sentimiento.  Pero como ese sentimiento existe, y es muy intenso y real en el ser humano, es obligado hablar de él.  Todo estudio sobre el interior del hombre obliga a tratar el miedo.  Ahora bien, una cosa es hablar del miedo, y otra regodearse en tan funesto sentimiento.  A pesar de que en este capítulo vamos a hablar excepcionalmente del terror, no es mi intención montarme una película de miedo en estas páginas como gustan de hacer muchos de los creadores de ciencia-ficción.  Aunque no voy a ocultar que en mi vida he pasado bastante miedo y lo sigo pasando.

En el interior de las sectas se suele padecer el miedo debido a diferentes causas.  El demonio es el terror de los creyentes, encarnación del mal humano.  Y en muchas ocasiones, los rituales nos ponen en contacto con fuerzas, divinidades o entidades espirituales, impresionantes que te amenazan con horribles tormentos como no sigas sus leyes o sus pautas doctrinales.  Los grandes misterios espirituales también atemorizan.  Y la experiencia de lo sagrado puede aterrorizarnos aunque esté exenta de demonios, pues podemos sentirnos absorbidos por la infinitud, lo que nos obliga a perder nuestra individualidad.  Han sido muchas las ocasiones en las que el miedo me desbordó, me indujo a salir corriendo, a suspender una feliz meditación o a bloquearme totalmente, por el simple hecho de que empezaran a desaparecer las limitaciones que marcan mi individualidad.

Ahora, ya alejado de los peligros sectarios, no siento aquellos temores; pero vivo otros nuevos.  Sé que la edición de este libro puede hacerme vivir en peligro.  Los creyentes nunca fueron muy transigentes con los herejes, su furia mística siempre fue terrible.  Así que no voy a ocultar que este libro lo estoy escribiendo con miedo.  Diciendo todo lo que considero necesario y, a la vez, procurando evitar en todo lo posible enfadar demasiado a quienes siempre se comportaron como unos inquisidores asesinos, divinos.

En más de una ocasión he pensado en tirar a la basura todo lo escrito y dejar de complicarme la vida, sobre todo en estos meses en los que estoy escribiendo estos últimos capítulos.  Pues a la posible furia asesina de los creyentes más fanáticos hay que añadir la inmersión en nuestro lado oscuro que hemos realizado en estas últimas páginas.  El intentar ver de frente a la muerte, a ese fatal instinto, ha echado mas leña al fuego de mis miedos.  Pues, no solamente me he acercado a la muerte para estudiarla, es ella la que también se acerca a mí.  El hecho de encontrarme ya en los cincuenta, y con un cuerpo bastante frágil, me hace ver a la muerte mucho más cerca de lo que yo quisiera. 

Estos últimos capítulos, además de estarlos escribiendo, los estoy sudando.  Me está costando mantener limpia la inteligencia del humo que generan mis fuegos del miedo.  En ocasiones me he sentido consumirme, paralizado, entre las llamas del pánico a la muerte.  Incendio que además de no extinguirse se está avivando por una nueva amenaza que puede llegar a desbordar definitivamente mi capacidad de soportar el terror. 

No cabe duda de que nuestro supuesto de estar inmersos en una realidad virtual es una amenaza para todos nosotros como individuos.  Como seres humanos, si estamos en lo cierto, no existimos.  Somos robots virtuales en un mundo virtual.  Y como no tenemos conciencia de qué somos en realidad, el miedo puede hacer su aparición con sólo pensar que estamos inmersos en una realidad virtual.

Se están vislumbrando serios peligros para integridad psíquica de las personas que se sumergen en sistemas de realidad virtual generadas por ordenador.  Ya se puede uno aislar con tal grado de realidad en un mundo virtual que puede perder la conciencia de su propio cuerpo o del mundo que le rodea.  Los psicólogos tienen un filón en la investigación en los procesos mentales que suceden a quien se sumerge en una realidad virtual.  Las investigaciones al respecto no han hecho sino empezar, apenas sabemos nada sobre cómo va a responder nuestra psiquis inmersa en los ciberespacios generados por ordenador.  Las reacciones son muy dispares dependiendo de los individuos, del programa de realidad virtual o del sistema de inmersión.  Para evitar que los mareos, o las pérdidas de identidad sean graves, se recomienda permanecer inmerso en los ciberespacios por un tiempo limitado. 

Y si la realidad virtual generada por ordenador despierta ciertos temores, “pensar” que muestro mundo es una realidad virtual también puede atemorizar.  Las movidas psicológicas de una persona convencida de que estamos viviendo en una realidad virtual son imprevisibles.  No sabemos cómo va a encajar nuestra mente este supuesto.  Yo les puedo decir que siento una especie de desequilibrio interno desde que empecé a creerme que nuestro mundo puede ser un mundo virtual.  Pensar que tanto nuestro mundo como nuestro cuerpo son una ilusión virtual desequilibra al más pintado.  Por ello tomémonos el tiempo que necesitemos, nuestra mente va a necesitar tiempo para digerir los cambios tan fundamentales que le va a suponer reconocer nuestra hipótesis. 

Yo he de confesar que en ocasiones tengo que olvidarme por algunos días de lo que estoy escribiendo.  Para ir elaborando nuestro supuesto he tenido que adentrarme por la frondosa selva de lo desconocido, por donde no hay caminos ni sendas hechas, al borde del abismo muy a menudo; aterrorizado.  Sólo me animaba la idea de descubrir un nuevo mundo, real.

Si a lo largo de nuestro estudio hemos advertido de los peligros que nos podíamos encontrar en los caminos sectarios, ahora no vamos a ocultar que nos podemos encontrar otros peligros en la nueva aventura que estamos iniciando.  La única diferencia es que los peligros de las sectas ya los conocemos, son miles de años de experiencia acumulada; pero los peligros de nuestra nueva andadura no los conocemos, son imprevisibles.  Ojalá que sean temores injustificados, miedos sin razón ante lo desconocido.

No es lo mismo andar una senda ya hecha que hacer camino al andar.  A los peligros reales pueden añadirse temores injustificados o irreales  fantasmas.  Algunos de nosotros vamos a necesitar vestirnos de héroes para superar el miedo, terror en ocasiones.  Una mente aterrorizada camina al borde de la locura, y necesitamos estar cuerdos, pues nuestro caminar no discurre por sendas reveladas.  Los místicos siempre se han permitido el lujo de la locura, pues es su dios quien dirige sus pasos; pero nuestra nueva andadura no la dirige nadie excepto nosotros haciendo uso de nuestra inteligencia.  

Esperemos que no cunda en pánico en torno a nuestro supuesto.  Hagamos el esfuerzo de intentar no caer en el terror que nos puede producir el pensar que estamos viviendo en una realidad virtual, y centrémonos en lo positivo que nos puede aportar nuestra hipótesis.  Es tan grande la revolución que puede experimentar la Humanidad gracias a esta nueva visión del mundo, que no merece la pena retrasarla por mucho terror que podamos sentir ante ella.

Nuestro supuesto, a pesar de que nos pueda aterrorizar, también nos  puede servir para afrontar el pánico, pues nos ofrece la esperanza de alcanzar el origen de todos nuestros males, de llegar al origen del terrible instinto de muerte.  Si todo en este mundo es virtual, según nuestra hipótesis, la muerte también es virtual.  Es consecuencia de una programación.  Todos los males de este mundo son consecuencia del programa general de nuestra realidad.  Para mejorar nuestro mundo solamente tenemos que intentar cambiar las líneas del programa que crea el mal.  Pero, parece ser que ese puñetero programa virtual es muy inteligente (lo debimos de programar nosotros), y sospecho que no se va a dejar cambiar así por las buenas.  Es tan malo el mal que creamos, que está programado para evitar que podamos llegar a desprogramarlo fácilmente.  Probablemente, el hecho de nos cueste pensar que este mundo es una realidad virtual, sea una impedimento que nos pone el programa para evitar ser reconocido.  El mal lucha por sobrevivir.  Está programado así para defenderse.  Utiliza sus intrigas para aterrorizarnos, para matarnos y hacer que nos matemos los unos a los otros, y para defender su software, su programa. 

Nos va a costa acabar con el mal de este mundo.  Lo primero que debemos de hacer en nuestro empeño es perderle el miedo todo lo que podamos.  Se vista el mal como se vista, según nuestro supuesto, es un sencillo resultado de una programación.

¿Recuerdan la película “2001, una odisea del espacio”?  ¿Recuerdan lo mal que nos lo hizo pasar Hal, el ordenador que controlaba la nave?  Muchos de nosotros temimos que una maldad asesina pudiera aparecer por generación espontánea en una fría inteligencia artificial.  Años más tarde, cuando vimos la segunda parte, respiramos con alivio al comprobar que aquel ordenador se había comportado así porque había sido programado para ello. 

La maldad de nuestro mundo, según nuestro supuesto, es la consecuencia del programa general que gobierna nuestra realidad.  Recordemos y sintamos todo lo que podamos nuestra divinidad.  Vamos a necesitar su traje protector para conseguir llegar a la central de inteligencia, donde reside el programa general de nuestro mundo, para intentar desprogramar el mal.  Yo, conque pueda terminar las pocas páginas de este libro antes de que el programa asesino me estrangule, ya me doy por satisfecho.  Aunque mucho más me gustaría llegar a presenciar cómo nuestra hipótesis nos ayuda a desprogramar el mal de este mundo.

 

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