El programa
Es evidente que ―de ser cierto nuestro supuesto― el programa que gobierna nuestro mundo ha de ser muy complejo. Un mundo virtual tan sofisticado todavía no nos es posible ni soñar en crearlo en un ordenador. Posiblemente, necesitemos muchos años para descubrir al detalle todas las líneas de semejante programa. Así que deberíamos de empezar cuanto antes a intentar vislumbrar sus pautas generales de programación.
Probablemente, como sucede en los programas informáticos que generan ciberespacios de realidad virtual, la realidad de nuestro mundo esté compuesta por varios programas ensamblados que trabajan en común. Un programa crea los escenarios, otro da cuerpo tridimensional a los objetos inanimados, otro gobierna la vida de los seres vivos, etc.
El posible programa que crea los escenarios y los cuerpos inanimados de nuestro mundo son estudiados por la Física. Todos conocemos sus leyes básicas. Pero apenas nada se sabe sobre cómo se consigue que las matemáticas gobiernen tan exactamente a toda materia de nuestro mundo. Se da por hecho que son leyes naturales, divinas según los creyentes, pero científicamente no se sabe cómo se aplican a la materia. Según nuestro supuesto esto sucede porque es muy difícil dentro de una realidad virtual observar las líneas del programa que la gobierna. Cuando un joven se sumerge en un vídeo juego, se limita a jugar, y no es consciente de los complejos cálculos matemáticos que su ordenador está realizando constantemente para que el juego siga su curso. La física ha necesitado siglos para ir recomponiendo las líneas generales del programa que rige la materia de nuestro mundo. Y todavía no se considera un programa de una realidad virtual tal y como nosotros lo estamos presentando.
Si nuestra hipótesis es cierta, es de suma importancias reconocer la existencia de dicho programa, porque, en toda realidad virtual, lo más real es su programa, sus matemáticas. Algo que ya ha empezado a reconocer la física, pues se está llegando a la conclusión de que, antes de que estallara el big bang, ya tenían que existir las leyes físicas, ya existía el programa que dio cuerpo a nuestro universo y lo mantiene existiendo. Es decir, el programa ya tenía que existir antes de que existiera la materia tal y como ahora la conocemos; algo que está muy de acuerdo con nuestra hipótesis, pues toda realidad virtual, para que exista, antes se ha de programar. Por ello vamos a dar al programa de nuestro mundo la importancia que tiene, tal y como sucede en los mundos virtuales creados por ordenador, donde su máxima realidad son los complejos algoritmos que le dan vida.
Para que los ciberespacios generados por ordenador sean creíbles han de estar sometidos a unas leyes físicas semejantes a las de nuestro mundo. En esos mundos virtuales podemos cambiar esas leyes a nuestro antojo con solamente cambiar los datos del programa. Por ejemplo: podemos crear un mundo en el que la fuerza de la gravedad sea diferente a la conocida, donde los objetos caigan muy despacio o demasiado deprisa. Para un experto programador informático hacer eso es muy sencillo. Ahora bien, a quien se sumerge en una realidad virtual le será imposible cambiar las leyes físicas que hayan programado los creadores del ciberespacio, y mucho menos descubrir de donde vienen esas órdenes para que los cuerpos virtuales se comporten como lo hacen en el interior de la realidad virtual. Pues bien, ese es nuestro caso, siguiendo las pautas que nos indica nuestro supuesto. Estamos en este mundo, observamos cómo se comporta la materia, descubrimos las leyes a las que está sometida, pero no tenemos ni idea de cómo sucede tal maravilla.
Nuestra hipótesis nos muestra que existe un programa general que gobierna la realidad virtual de nuestro mundo. La ubicación de dicho programa no la conocemos, porque, según ya hemos deducido, se debe de encontrar en lo más profundo de nuestra mente colectiva, oculto en nuestro lado oscuro. Como ya hemos comentado, según las investigaciones de los fenómenos paranormales, sabemos que nuestra mente puede perturbar las leyes físicas, pero no sabemos cómo. Nuestro supuesto nos permite deducir que, cuando nuestra mente sufre profundas perturbaciones, puede perturbar el programa de realidad virtual de nuestro mundo porque dicho programa se genera en nuestra portentosa mente colectiva.
Otros mundos generados por nuestra mente, como son las realidades virtuales espirituales o los sueños, tienen programas de leyes “físicas” diferentes al de nuestro mundo material, que también pueden verse afectadas por las profundas movidas mentales. Por ejemplo: en las realidades virtuales espirituales no suele existir la gravedad. Los dioses, los ángeles, los demonios o las personas que se sumergen en ellas, flotan por los espacios espirituales; pero el miedo puede inmovilizar totalmente una persona o aplastarlo como si de una poderosa fuerza de gravedad se tratara. Y el mundo de los sueños tiene una gravedad muy especial, tan especial que uno puede volar si se dan ciertas condiciones psicológicas. Con esto podemos deducir que es posible modificar las leyes “físicas” de todas las realidades virtuales que puede vivir el hombre, incluido nuestro mundo, porque todas ellas se generan en nuestra mente.
Y si somos capaces de modificar las condiciones físicas de nuestro mundo, ¿cómo no vamos a ser capaces de modificar el programa que gobierna la vida? Porque los seres vivos de este mundo ―si nuestro supuesto es cierto― son autómatas biológicos virtuales gobernados por un programa que habrá de ser más real que la vida misma, pues tuvo que existir antes de que la vida apareciera en nuestro mundo.
Como sucede en la Física, la Biología, a pesar de haber descubierto muchas de las leyes de la vida, no da por supuesto que nos encontremos en un mundo virtual, por lo que no reconoce la existencia un programa que gobierna la vida aparte de ella. Un programa semejante a los que gobiernan los experimentos de vida artificial generada en los ordenadores. Se cree que todas las causas que mueven la vida se encuentran dentro de los seres vivos, que todo sucede gracias a su química interior, a las hormonas o las propiedades de los genes; pero todavía no tenemos una clara explicación de donde proceden los instintos, por ejemplo. Nuestro supuesto puede hacernos deducir que las fuerzas instintivas de los seres vivos son líneas de programación semejantes a las de la inercia o de la gravedad que afectan a la materia.
Nuestra hipótesis puede dar explicación a muchos de los misterios de la vida. En un mundo virtual, su programa general no tiene dificultad alguna para conducir a las más insignificantes partículas de vida a realizar portentos que sobrepasen su capacidad de acción. Por ejemplo: las grandes emigraciones, podríamos explicarlas como una sencilla consecuencia del programa sobre los seres vivos. El programa que gobierna las actividades de los seres vivos en nuestro supuesto mundo virtual, no tiene dificultad alguna para dirigir en una emigración alrededor de medio mundo al más insignificante pajarillo. En un mundo virtual, eso es muy sencillo; el programa lo hace casi todo, los elementos que se incluyen en su ciberespacio se limitan a seguir sus órdenes.
Lo que hemos dado en llamar fuerzas instintivas, son órdenes del programa de realidad virtual según nuestro supuesto. Los instintos son órdenes para los seres vivos semejantes a como lo es la orden de la gravedad para toda la materia de nuestro mundo. La fuerza de gravedad es una sencilla línea de programación de nuestro mundo virtual como lo son los instintos. Espero que esta comparación nos ayude a entender mejor de qué estamos hablando. La fuerza de la gravedad no es una fuerza en sí según nuestra hipótesis, es una ilusión, como todo lo que se incluye en una realidad virtual; es una circunstancia programada en el programa general de este ciberespacio que presumiblemente es nuestro mundo. Y la Tierra atrae a todos los cuerpos, de la misma forma que los machos y las hembras de cada especie se atraen sexualmente. Estas dos atracciones, aunque son diferentes, son la consecuencia de las ordenes de un mismo tipo de programación, una atracción afecta a la materia, y la otra afecta a los animales. Una la consideramos una ley de la física, y a la otra la consideramos una ley de vida.
Los instintos son la fuerza que mueve a los seres vivos, que los hace sobrevivir y reproducirse, y también morirse. Todo el asombroso juego de la vida lo dirigen las fuerzas instintivas. Hasta la muerte es consecuencia del programa instintivo. Sé que los detractores de nuestra hipótesis no van a estar de acuerdo con nosotros, la ciencia considera que tanto la vida como la muerte es consecuencia de la química o de la genética corporal. Pero es muy difícil explicarse cómo puede ser que una fuerza tan extraordinaria como la que tiene la Naturaleza para crear seres vivos, no sea capaz de mantenerlos vivos por mucho más tiempo. El esfuerzo que la Naturaleza habría de realizar para mantener vivo durante miles de años a un gran mamífero, por ejemplo, es insignificante comparado con el portento que ha realizado para crearlo de una microscópica célula. No es lógica la muerte, a no ser que nos la expliquemos, ayudados por nuestra hipótesis, como la fase final de una programación instintiva. Donde toda forma de vida tiene programado su crecimiento, sus probabilidades de supervivencia y de reproducción, hasta que le llega la hora de verse afectada por un nuevo instinto destructor, por una nueva línea del programa, por una orden de “fin del juego” que la llevará al envejecimiento y a la muerte.
¿Se imaginan ustedes que fuéramos capaces de alcanzar el ordenador donde se genera esta supuesta realidad virtual, y desprogramar de forma controlada los comandos que generan la fuerza de gravedad o la fuerza de los instintos? Conseguiríamos aeronaves que se moverían apenas sin energía, y podríamos eliminar aquellas perturbadoras pulsaciones psicológicas para la pacífica convivencia. Podríamos desprogramar el origen del envejecimiento, el poderoso instinto de muerte de donde también emerge la violencia, el gran mal humano. Porque, si estamos en lo cierto, todos los intentos que hagamos al respecto, si no alcanzamos al gran ordenador de nuestra mente donde se genera esta realidad, sus líneas de programación seguirán afectándonos implacablemente, hagamos lo que hagamos por evitarlo.
La Ciencia no ha cesado de escudriñar los cerebros de los seres vivos hasta la saciedad buscando las causas de los comportamientos. Pero en las masas encefálicas no aparecen los órganos de decisión, no se ven donde se generan las intenciones; y si no se han descubierto todavía esos reductos de materia gris donde se producen las pulsaciones psicológicas es porque en realidad (siempre según nuestro supuesto) no existen en el cerebro. Las decisiones las toma el programa general que gobierna a los seres vivos. Los cerebros son los órganos ejecutores, son los encargados de transmitir, a los cuerpos virtuales de los seres vivos, las ordenes instintivas que genera el programa general de la vida. Es en el programa general donde se toman las grandes decisiones sobre la vida, el cerebro solamente se encarga de ejecutarlas.
Y es que en un mundo virtual, absolutamente todo está programado. Incluso la libertad que parecen disfrutar los seres vivos son diferentes opciones programadas ya de antemano. Si el juego de la vida de este mundo es así, es porque está programado así. Es una portentosa realidad virtual que ―como toda realidad virtual― tiene el principal cometido de “engañar” a las conciencias que la habitan, de convencerles de que es real la ilusión que están viviendo en su interior. Algo que este juego ha realizado hasta ahora a las mil maravillas, pues llevamos milenios convencidos de que estamos en un mundo real.
Todo parece irle viento en popa a la programación de nuestra realidad virtual en su propósito de embaucarnos. Incluso ha superado con éxito hasta ahora el mayor reto que tenía que superar: evitar que la inteligencia de los seres vivos que alberga descubran su juego. Porque, si estamos en lo cierto, el mayor problema con el que se enfrenta el programa de nuestro mundo es el de engañar a su propio creador. Tengamos en cuenta que ―según nuestro supuesto― todo está sucediendo en nuestra mente. Y el hombre, probablemente el ser más inteligente del planeta, puede poner en peligro las reglas del juego de la vida en este mundo. Pues, desde que existimos, estamos sospechando que esta realidad no es tan real como parece. Este mundo nos engaña solamente hasta cierto punto. Hay muchas cosas en él que nos cuesta tragar, la muerte es una de ellas. El hombre siempre ha tenido dificultades para asumir su muerte y la de sus seres mas queridos, siempre nos hemos intentado zafar de ella creando realidades virtuales espirituales donde nos hemos sentido inmortales. Siempre la hemos sentido antinatural, por muy natural que sea. Nuestra inteligencia o nuestra intuición nos dice que aquí, en este mundo, hay algo que no va bien. Llevamos siglos y siglos escudriñando nuestra existencia, razonando sobre ella, investigando. El juego de la vida en este mundo corre el peligro de ser descubierto por el hombre, un problema que el programa siempre tuvo previsto. Era de suponer que el hombre se hiciera preguntas y más preguntas sobre su existencia. Había que preparar respuestas inmediatas, ilusorias pero aplastantes, apoyadas por toda la fuerza y los fuegos artificiales que el programa de este mundo virtual es capaz de generar. Tenía que defenderse de la inteligencia del hombre. Por ello nos pone las mayores dificultades de las que es capaz para que no descubramos su juego, tiene que usar todas sus capacidades para evitar que recordemos lo que realmente somos y para que no descubramos la mentira en la que estamos metidos. Y para ello crea un fuerte instinto especialmente diseñado para los humanos, diseñado para que en cuanto un ser humano, o un grupo de seres humanos empiecen a “recordar” su auténtica naturaleza, el programa genere una serie de fuerzas y de ilusiones destinadas a hacernos creer que nuestra realidad no es algo nuestro; y nos haga regresar en décimas de segundo a la virtualidad. Un instinto que surge de tan adentro del hombre y está tan oculto en nosotros que todavía no ha sido reconocido por nuestra inteligencia. A esta extraordinaria fuerza virtual vamos a llamarla “el instinto religioso”. Una fuerza capaz de impedir que el hombre recuerde lo que realmente es.