Sectas terroristas

A diferencia del resto de animales del planeta, los seres humanos, debido a nuestra inteligencia, necesitamos encontrar una explicación racional a los instintos irracionales que nos pueden llegar a hervir en las entrañas.  Habiéndonos negado hace siglos a considerarnos tan animales como los animales, intentamos racionalizar las pulsaciones psicológicas más oscuras de nuestra mente. Tan importante es esto para nosotros, seres inteligentes, que si no encontramos razones que nos justifiquen los impulsos irracionales, nos las inventamos.

En lo referente al sexo, como todos ya lo hemos reconocido como fuerza natural innata de todo ser vivo, no necesitamos justificar su práctica, lo hacemos sin más, y con mucho gusto.  Pero con el impulso psicológico de la violencia lo tenemos mucho más crudo, ya que, como no lo aceptamos como impulso natural, necesitamos casi siempre justificarlo.  Y para ello nada mejor que inventar enemigos para satisfacer “razonablemente” la necesidad de agredir.  Necesitamos alguna razón para atacar, para eso somos seres inteligentes.  Algo que no es problema, pues nuestra inteligencia se pone muy a menudo al servicio de la satisfacción de los instintos más insospechados.

A lo largo de este libro venimos recalcando la peligrosidad que existe tanto en las sectas, como en las religiones, como en cualquier otra vía esotérica o espiritual, a la hora de engendrar agresividad hacia quienes no creen en lo que ellos creen y hacia quienes no sienten lo que ellos sienten.  Los más altos valores del espíritu humano caen por tierra muy a menudo a causa del instinto de la violencia.  Grupos, sociedades, religiones o sectas dedicadas a las más altas metas de la espiritualidad, convertidas en incubadoras de agresividad.

No hace falta extendernos demasiado en las causas de la violencia terrorista de los creyentes, ya hemos visto la mayoría en anteriores capítulos, importantes semillas que pueden crear sectas terroristas de origen religioso; aunque todavía nos quedan otras causas por estudiar también importantes.  La principal causa que justifica los ataques es la “creación del enemigo”.  Los patrones típicos enfrentados son el del creyente contra el infiel, el del santo contra la persona endemoniada, el de la persona religiosa contra el hereje, etc.  Dándose muy a menudo la circunstancia de que cada bando de la contienda califica a las personas del bando contrario de herejes endemoniados mientras ellos se consideran santos creyentes.

En la Historia tenemos multitud de ejemplos de grandes contiendas bélicas por estas insensatas causas.  Y en la actualidad todavía tenemos que padecerlas.  No cabe duda de que creer en dios, además de ser una creencia ilusoria, es muy peligroso; pues cuando se tiene fe en un dios cualquiera, a la vez se piensa que las personas que no creen en él son despreciables infieles, seres inferiores porque no conocen la verdad, cuando no temibles demonios herejes que hay que borrar de la faz de la Tierra.

El terrorismo religioso es muy peligroso porque el fanático creyente no cree que está haciendo mal alguno ni agrediendo a su prójimo, él piensa que está matando demonios; puede ni llegar a ver el daño que hace, su vista está más puesta en el paraíso prometido, o en su cegador dios, que en la sangre que derrama cuando está degollando a sus víctimas.

Los adeptos de una secta terrorista religiosa bendicen estas matanzas.  Sus sangrientas actividades son sagradas, benditas por su sádico dios de turno.  Y no estoy hablando de dioses extraños, hablo también de “él” que todos conocemos en los países occidentales.  Todos han bendecidos guerras, santas cruzadas contra los infieles.  

Y el hecho de que ahora vivamos en paz en los países civilizados, no debiera de hacernos olvidar que nuestro imperio occidental se construyó a golpe de guerras santas, y que todavía existen países o grupos religiosos que intentan continuarlas por su cuenta, descontentos con los resultados de aquellas sagradas contiendas.  Pensamos que las guerras santas ya no van con nosotros, que la violencia religiosa es cosa de delincuentes terroristas, cuando en realidad esta es una guerra en la que llevamos milenios implicados. 

La justificación de la violencia subyace en las creencias religiosas.  No hay forma mejor de justificar el ataque al prójimo que a través de la fe en dios,  aunque éste sea un dios bondadoso.  ¿Cuántas matanzas de infieles ha dirigido el mismo dios que decretó el no matarás?  Rara es la batalla religiosa del pasado en la que cada uno de los contendientes no se sentía apoyado, inspirado y bendecido por su pacífico dios particular.  Y mira que ha habido batallas y guerras santas a lo largo de la Historia.  Y, repito, aunque presumamos de un flamante pacifismo, no nos engañemos, todavía estamos en guerra, santa para más datos. 

Los fanáticos terroristas religiosos, que nos pueden estar amargando nuestra gozosa paz, se consideran seres celestiales, santos salvadores de su pueblo destinados a defender la gloria divina; mientras que a nosotros nos consideran seres infernales, miembros de un imperio opresor demoníaco.  Actitud beligerante con muchos siglos de historia.

El terrorista religioso está usando los patrones de comportamiento de muchos de nuestros héroes históricos, de aquellos santos guerreros que haciendo uso de la espada lucharon contra los infieles opresores.  No podemos calificar a nuestros santos del pasado, que sembraron el terror entre las líneas enemigas de los infieles, como admirables héroes celestiales, porque pusieron los cimientos de nuestras naciones; y a los terroristas religiosos, que perturban nuestra paz en la actualidad, calificarlos de despreciables locos fanáticos porque intentan desestabilizar nuestro imperio, cuando están haciendo lo mismo que hicieron nuestros santos héroes históricos.  No podemos ser tan interesados en nuestros juicios, nuestro nivel cultural exige una objetividad histórica más exigente, tanto para comprender el pasado como el presente.

La mayor parte del terrorismo religioso tiene su base en el tercer mundo, unido casi siempre a reivindicaciones políticas o sociales.  El terrorismo surgido en los países subdesarrollados todavía puede continuar apoyándose en ideales revolucionarios dignos de morir por ellos.  El hambre y la libertad de un pueblo siempre ha merecido la pena una revolución, una lucha armada para conseguir unos derechos humanos dignos para la población. 

Cuanto más nos esforcemos en extender los derechos humanos por todo el mundo, menos motivos tendrán los grupos terroristas para continuar con su revolución. 

En el tercer mundo están viviendo una etapa de su historia semejante a la que nosotros vivimos hace siglos, su etapa de evolución histórica lleva varios siglos de retraso con respecto a la nuestra.  La forma de actuar de sus líderes es semejante a la de muchos de nuestros grandes personajes históricos.  Sencillamente están imitando el comportamiento de nuestros héroes, de aquellos revolucionarios terroristas, santos mártires en ocasiones, que derrocaron a un viejo imperio y consiguieron crear nuestro nuevo mundo a partir de sus cenizas.

Si no somos capaces de ver nuestro pasado histórico con objetividad e imparcialidad, mal vamos a comprender nuestro presente.  Si nosotros somos los civilizados pacifistas, a nosotros nos corresponde dar el primer paso de acercamiento.  Es una larga distancia a recorrer, pero alguien tiene que empezar por reducirla para intentar solucionar el problema del  terrorismo religioso.  Utilizando métodos represores tenemos muchas probabilidades de acabar como acabaron tantas civilizaciones masacradas por el terrorismo religioso-político.  Quizás sea la unión de la política con la religiosidad la fuerza humana más destructiva.  No hay nada más peligroso que un guerrero creyente en que su dios le ha concedido el derecho a matar para “salvar” a su pueblo.  Y no digamos lo peligroso que resulta para todo el mundo un ejército de estos “iluminados” guerreros.  En sus manos cayeron grandes imperios.  Y conviene recordar que en la actualidad el imperio somos nosotros. 

No es de extrañar que temamos a las sectas y usemos todas nuestras “armas pacifistas” contra ellas.  Los medios de comunicación no cesan de machacarlas.  Vano empeño de intentar derrotar a un tipo de asociaciones que siempre tuvieron la fuerza de mover el mundo. 

Con Estados Unidos a la cabeza, los países desarrollados occidentales formamos un grupo imperialista condenado frecuentemente por dirigentes religiosos de países subdesarrollados.  Nuestro régimen de libertades lo observan como un peligro para sus estrictas normativas religiosas.  Somos demonios de un libertinaje infernal.  Para ellos está justificada la guerra santa.  Y a nosotros sólo nos queda defendernos y demostrarles que no somos demonios.  Para ello no hace falta que tengamos que vestirnos de santos, con dejar de comportarnos egoístamente con el tercer mundo, dejando de llevarnos la mayor tajada de la tarta mundial, y acogiendo dignamente a los países subdesarrollados en nuestro sistema, será más que suficiente. 

Aunque puede que no sea fácil dejar de ser los egoístas materialistas que siempre hemos sido, pero es necesario hacerlo para que nos empiecen a quitar de la cabeza los cuernos que muchos creyentes religiosos del tercer mundo nos han puesto.  Si no lo hacemos, es posible que sus ataques destructivos acaben con nuestro sistema.  Nos va a salir más barato empezar a repartir nuestras riquezas con los pobres de este mundo antes de esperar sentados a que nos las quiten.

La diferencia de clases es nido de conflictos sociales y de violencias revolucionarias terroristas.  El capitalismo, aunque es capaz de elevar el nivel de vida de los ciudadanos de los países desarrollados, tiene dificultades para enriquecer al tercer mundo.  Todo lo que hagamos a favor de reducir las diferencias sociales entre países, lo haremos a nuestro favor para reducir el riesgo de atentados.  Si ayudamos a las gentes del tercer mundo a conseguir los derechos humanos, reduciremos tremendamente el riesgo del terrorismo tanto religioso como político.  La igualdad social es esencial para la paz social.  Cuando el pueblo tiene pan y libertad es menos propenso a dejarse enganchar por violentos fanatismos religiosos.  En cuanto el desarrollo económico llega a un país se vacían los conventos.

Pero, aunque nos esforcemos por implantar en el mundo un régimen de igualdades sociales, conviene recordar que las religiones crean enormes desigualdades entre los hombres.  Las creencias religiosas crean diferencias de clases tan peligrosas como las diferencias de clases sociales.  Las elites de elegidos por diferentes creencias no han cesado de generar contiendas bélicas entre pueblos de status sociales semejantes.  Aunque no haya reivindicaciones económicas y políticas de por medio, el fanatismo místico por sí solo también puede convertir al creyente en un terrible kamikaze deseoso de morir mártir matando al enemigo demoníaco, ganándose así el paraíso eterno; toda una terrorífica gloria.

Podemos observar, incluso en las religiones pacifistas, en las bases de sus creencias, una agresividad racista, contra aquellos que no pertenecen a su religión, condenándolos al infierno por ser incrédulos de su fe; y salvándose ellos, por su fe, también, naturalmente.  Esta agresividad ideológica religiosa genera por parte de quien no la comparte, o comparte otra diferente, una postura defensiva u ofensiva contra la ideología que lo califica de persona no digna; generándose por estas causas temibles enfrentamientos que masacraron a los pueblos a lo largo de la Historia de la Humanidad, ya sea por luchas entre clanes sectarios o entre naciones de religiones diferentes.

 Un ejemplo lo encontramos en la historia del pueblo hebreo.  Desde que comenzó su historia hace miles de años, no ha cesado de verse inmiscuido en contiendas bélicas.  A pesar de considerarse el pueblo elegido, ha vivido a lo largo de su existencia persecuciones y masacres terribles.  El holocausto que padeció en la segunda guerra mundial se engendró sobre la base de las diferencias raciales entre clanes religiosos o esotéricos,  Hitler intentó borrar del mapa a esta raza milenaria impulsado por ideales racistas elaborados en el seno del clan sectario esotérico al que pertenecía.

En la actualidad, conscientes de las terribles consecuencias que toda discriminación de este tipo puede acarrear, en los países desarrollados estamos esforzándonos por ser más permisivos con las diferencias raciales o religiosas.  Estamos llegando al punto de considerarnos todos iguales, aunque seamos de diferentes razas o sigamos diferentes credos.  Ahora bien, dudo mucho, que los creyentes religiosos también estén dispuestos a considerarnos a todos iguales.  La mayoría de las realidades virtuales espirituales crean enormes diferencias entre aquellos que creen en ellas y las viven, y entre quienes no creemos ni las vivimos.  Las verdades reveladas son sistemas tremendamente racistas.  Necesitarían cambiar sus cimientos y ampliar sus cielos particulares para hacernos un hueco a quienes no creemos en ellos.  Arduo trabajo que puede concluir con una gran desilusión para el creyente, pues cantidad de personas vulgares, que se convirtieron de la noche a la mañana en miembros de alguno de los clanes de elegidos para salvar al mundo, tendrían que volver al vulgar montón donde estamos los demás, y eso puede defraudar un poco.