El lavado del cerebro
Otro de los bulos más populares en torno a las sectas, que discurre sin apenas motivos justificados, es que en todas las sectas en general te lavan el cerebro, es decir: te dañan la mente. Como acabo de comentar en el capítulo anterior, estas agresiones verbales son provocadas por el típico miedo que suele producir lo desconocido, ya que diversas actividades tradicionales, ya sean religiosas o no, lavan más el cerebro a los ciudadanos, como se cree que lo hacen en las sectas, sin que nadie haga nada por remediarlo.
No es cierto que en general las sectas dañen la mente del adepto, aunque no se puede negar que en algún caso particular sea cierto. El lavado de cerebro, que habitualmente se practica en el seno de las sectas, no tiene nada que ver con la refinada tortura psicológica utilizada en prisioneros por los tiranos regímenes políticos que la practicaron en el pasado o la practican en la actualidad. En las sectas, como en las religiones o como en cualquier vía espiritual ―tal y como estamos aclarando en este libro― se le induce a la persona, que se inicia en sus andaduras, a realizar un cambio en sus valores humanos y a creer en realidades virtuales espirituales. Y esto no se parece en nada a la agresión psicológica que el término “lavado de cerebro” implica.
En primer lugar deberíamos definir correctamente que es un “lavado de cerebro”, frase de tal sencillez que, de no ser por el doble sentido que se le ha dado, no admite tergiversación alguna. Cuando yo andaba por las sectas y alguien me decía que me estaban lavando el cerebro, yo le solía contestar: “y bien limpio que me lo están dejando”, dando a entender que se trataba de una beneficiosa limpieza sin más complicaciones.
Un lavado efectivo es aquel que quita la suciedad sin dañar lo limpiado. Y nuestros cerebros, como cualquier parte de nuestro cuerpo, se ensucia con el uso, por lo que no le viene nada mal de vez en cuando una limpieza. Cierto es que la delicadeza de nuestro cerebro dificulta su limpieza, y se corre el riesgo de dañar alguna parte de él; pero en la mayoría de las sectas, religiones o vías espirituales, tienen sus técnicas particulares para realizar sus limpiezas interiores con un alto porcentaje de éxito. El buen lavado de cerebro consiste en limpiar de nuestra mente todo lo que nos estorba o nos perjudica, y dejar aquello que nos interesa o es beneficioso para nosotros. Las oraciones, las meditaciones, el canto de mantras y todo ritual realizado en atmósfera sagrada, relajan nuestra mente. La paz mental que conlleva la experiencia religiosa es semejante a un fluir de agua limpia por nuestra mente, es un auténtico lavado de sucios pensamientos. En la paz divina descansa toda mente por muy estresada que se encuentre, la paz espiritual calma los pensamientos más desordenados, y, si esa paz se vive profundamente y se mantiene durante días, se produce un auténtico lavado de cerebro que deja a la persona como nueva. Yo he vivido ese proceso, y he de reconocer que te renueva profundamente, la mente se queda en blanco, embriagada por las drogas que sintetiza nuestro propio cerebro, embelesada por la maravilla de lo sagrado. Y, terminados los ejercicios espirituales, la semana de retiro o el largo fin de semana, uno afronta su realidad cotidiana renovado totalmente.
La paz espiritual vivida profundamente actúa como un verdadero lavado de cerebro semejante a la limpieza del disco duro de un ordenador. Ahora bien, conviene aclarar que existen diferentes niveles de limpieza. Si el místico no detiene un proceso creciente del fluir de la experiencia religiosa, ésta es capaz de lavarle tan profundamente la mente que puede borrarle el sistema de valores por los que vivimos en este mundo, y cambiarle del programa de selección de preferencias los valores mundanos por las preferencias celestiales, deseando incluso la muerte. Esto lo saben en todos los monasterios sacerdotales que creen en un paraíso en el más allá, si alguno de sus miembros se emborracha demasiado con los elixires divinos hay que tirar de él hacia abajo para evitar que se eleve hasta el otro mundo y deje de prestar los servicios que ha venido ha realizar en éste. Muchos de nuestros grandes místicos anhelaron la muerte como un paso exigido para unirse definitivamente con su amado divino. Sin embargo, no hay por qué llegar a esos extremos si elegimos una vía espiritual que admita la posibilidad de alcanzar el paraíso sin necesidad de morir. Desear la muerte en los caminos espirituales es provocado más por las creencias que por la experiencia divina. No conozco un fluir de energía más limpio y más respetuoso con la libertad de elección del individuo que el fluir de la experiencia religiosa limpia de polvo y paja. La divinidad ―a pesar de representarse con cierta tiranía en los dioses― es ante todo una presencia tremendamente respetuosa con la libertad del hombre. El fluir de la energía sexual, por ejemplo, es mucho más exigente en sus manifestaciones.
La energía divina es la energía de la santidad, una energía pura, poderosa en sí misma y tremendamente creativa. Como venimos advirtiendo, el peligro no reside en ella, sino en lo que hacemos con ella. El peligro no radica en el lavado de cerebro que nos hace, sino en con qué llenamos el hueco que ha quedado en nuestra mente después de haber retirado la porquería; pues, habitualmente, un beneficioso proceso de limpieza de la mente va seguido de un adoctrinamiento que puede ya no ser tan beneficioso.
Mis primeras experiencias religiosas las tuve en el seno del Catolicismo, y cierto es que pasó por mi mente el deseo de morir; pero esto sucedía porque yo imaginaba, según lo que había aprendido, que morir era necesario para llegar a unirme a aquello que sentía con tanta fuerza y con tanto amor. Creía que dios estaba en el cielo y que para llegar a él había que fallecer (en gracia de dios, naturalmente). Cuando años más tarde tuve experiencias de lo sagrado en otras vías que afirmaban que el ser humano puede unirse a dios con toda su gloria sin necesidad de dejar que se lo coman los gusanos, desaparecieron mis sentimientos suicidas; entonces (lo que pueden hacer las creencias) la experiencia religiosa no sólo dejó de invitarme a la muerte sino que me invitó a vivir más intensamente y mucho más feliz.
Cierto es que he sentido a veces en esas vías ―llamémosles más vitales― la sensación de que la experiencia espiritual me sacaba de este mundo; pero, como todavía no estoy por la labor de abandonarlo ―al menos en lo que de mí dependa―, siempre se me disparó una especie de alarma que me invitó a reducir la práctica de los rituales que me levantaban del suelo, evitando así terminar en el mundo de las hadas.
Con esto quiero decir que vivir lo sagrado es tan peligroso como vivir cualquier otra dimensión humana, no hay por qué temer algo que fluye de forma tan natural en nosotros como nuestra sangre por las venas. Los peligros que pueden existir son tan naturales como los que nos puede producir la alimentación, por ejemplo, si no somos cuidadosos con ella. Un atracón de comida puede causarnos serios problemas. Pero, de la misma forma que todos los seres vivos poseemos un instinto supervivencia, que nos puede ayudar a evitar los accidentes con la alimentación avisándonos de los peligros, los seres humanos poseemos también un instinto que regula nuestra alimentación espiritual, una luz de alarma que nos avisa de los peligros y nos ayuda a evitar que ingiramos algo pernicioso.
Claro está que ese instinto primero habrá de ser despertado cuando empecemos a comer espiritualmente con cierta normalidad, porque, por ahora, la mayoría de los habitantes de este planeta ―sin ánimo de ofender a nadie― somos unos muertos de hambre, espiritualmente hablando.
Cuando observamos fotografías antiguas, podemos observar en las gentes el rostro de la hambruna que solían padecer. Espero que quienes observen nuestros rostros dentro de un siglo, puedan también apreciar nuestra hambruna espiritual, pues será síntoma de que ya están mejor alimentadas sus almas.
El síntoma principal que demuestra la hambruna espiritual, que padecemos los humanos, es el apetito devorador de experiencias espirituales que se suele despertar en todo aquél que acaba de llegar a una secta y se le muestra la sagrada mesa con abundantes manjares de los dioses. Es frecuente que el primerizo acabe dándose un atracón que se le indigeste.
Pueden pasar años hasta que se alcanza la experiencia suficiente en ese tipo de alimentación y se le pierde el miedo. A base de vivir y vivir lo sagrado, uno puede aprender a regular la alimentación de su alma. Y puede incluso controlar a su gusto el nivel de prelavado, lavado y aclarado de su cerebro, siendo capaz hasta de elegir entre los diferentes tipos de detergente que se ofertan en las diferentes sectas o vías espirituales, y evitar el inevitable desteñido cuando se lava con agua demasiado caliente por avivar demasiado el fuego místico.
Pero, vuelvo a repetir que existe un peligro de ser engañados, no en el lavado, éste puede estar mejor o peor hecho y puede dejarnos más o menos limpios, o algo desteñidos, pero eso no tiene gran importancia; el mayor peligro reside en el teñido que después suelen pretender hacernos a nuestra mente sin nuestro consentimiento las diferentes doctrinas. Y lamento denunciar que esto es muy habitual: corrientemente, unido al lavado de cerebro, va incluido el teñido con los colores de la bandera de la religión, secta o vía espiritual que nos haya hecho el favor de limpiarnos la mente.
Cierto es que de todas formas teñida ya la tenemos la mente. Nuestra sociedad se encarga de colorear mediante la educación los pensamientos vírgenes de los niños, con la intención de que todos llevemos colores semejantes en la bandera del pensamiento para favorecer la paz social. Pero, cuando una persona no está contenta con los colores que luce su alma, puede estar de acuerdo en que después de un lavado espiritual le hagan un cambio de colores en sus vestiduras interiores. Sin embargo, quienes estamos satisfechos con nuestra forma de ser y no deseamos cambiarla en esencia, no tenemos por qué soportar los tintes.
Y lamento no poder notificar la existencia de lavados de cerebro en las sectas sin teñidos. Si yo, en estos momentos, no me encuentro practicando ningún tipo de ritual, que me proporcione un buen lavado de cerebro de vez en cuando, es porque no soporto los tintes que se incluyen en todos los lavados que conozco. Las comunidades espirituales que se anuncian como lavanderías espirituales no son tales, son en realidad tintorerías. En los últimos años de mi pasear por las sectas, harto de teñidos y desteñidos, me esforcé tremendamente por vivir únicamente lo sagrado puro, en esencia, sin contaminaciones doctrinales añadidas. Siguiendo la máxima de dame pan y dime tonto, me alimenté como pude de los elixires sagrados de las comunidades sectarias o religiosas, intentando pasar de todo aquello que no era pan para mi alma. Pero es prácticamente imposible conseguirlo al cien por cien. Aunque no se haga caso de los adoctrinamientos, estos se cuelan en la mente si te los están cantando al oído cuando se está viviendo la dichosa paz celestial.
Es ésta una situación semejante a la que ha vivido la Humanidad durante casi toda su existencia a la hora de alimentar sus estómagos, pagando precios carísimos, incluso dejándose la vida por llevarse un trozo de pan a la boca. Es de esperar que de la misma forma que hemos conseguido llenar nuestros estómagos sin grandes sufrimientos, y sin necesidad de profesar creencia alguna ni pertenecer a ningún grupo sectario de ricos, podamos algún día llenar nuestra alma con el alimento espiritual sin padecer engaños ni grandes sufrimientos, y sin profesar creencia alguna ni pertenecer a ningún grupo sectario de presuntos ricos espirituales. Como ahora alimentar el cuerpo es un derecho reconocido de todos en los países desarrollados sin penosas exigencias, alimentarse espiritualmente esperemos que pronto también lo sea sin exigencias doctrinales.
Se puede llegar a pensar que la doctrina es algo necesario para vivir lo espiritual, pero eso no es cierto: seguidores de doctrinas contradictorias entre sí viven sus particulares experiencias religiosas, y, si una de ellas fuera necesaria para vivir lo sagrado, los creyentes en la otra no tendrían acceso a lo divino, y lo tienen. Pensar que la doctrina es algo necesario responde a defender los intereses particulares de cada secta o religión. Es una barbaridad actuar como habitualmente se actúa sobre la inteligencia de los sinceros buscadores de la verdad. En el mundo de las sectas es habitual que aconsejen al novato abandonar su entendimiento de las cosas para facilitar el lavado de su mente; si el buen estudiante así lo hace, cuando casi no ha terminado de relajarse en la paz divina y de abandonar en la cuneta del camino su vieja mochila cargada con todos sus viejos conceptos sobre la vida, van y le cargan con otra mochila en ocasiones mucho más pesada, llena de otros conceptos más pesados todavía. Por ello conviene siempre saber qué se oculta tras todo lavado espiritual del pensamiento. Podemos estar muy satisfechos con lo limpia que nos han dejado la cabeza, pero puede que no estemos muy de acuerdo con el tinte que con toda seguridad nos van a intentar dar después.
Resumiendo: el lavado de cerebro, la limpieza de mente, que se experimenta en toda atmósfera sagrada, es algo beneficioso y positivo. El engaño y los problemas vendrán más tarde, a veces simultáneamente, cuando limpiados de dañinos hábitos mentales, muchos de ellos enraizados en el costumbrismo social, nos encontramos con que nos intentan inculcar otros hábitos de pensamiento y de acción desconocidos. Esta distinción entre lavado y teñido no se hace en las religiones, ni en las sectas, ni en camino espiritual alguno. El lavado se presenta siempre unido inevitablemente al teñido, aunque son dos funciones claramente separadas.
Éste es el peligro del lavado de cerebro que se suele producir en las sectas, religiones o diferentes vías espirituales. No tiene nada que ver con la terrible manipulación psicológica de los típicos lavados de cerebro de los tiranos regímenes políticos. Se trata sencillamente de un engaño, de un fraude, no de una agresión a nuestra inteligencia. Todo esto que estamos diciendo es continuación del capítulo “El gran fraude espiritual”. Es un engaño tan milenario que todo lo alerta que el buscador espiritual se mantenga en torno a él es poco. Es lógico que quien va buscando la paz mental acabe allí donde le prometen ofrecérsela, aunque después pueda descubrir que la susodicha paz es en realidad un plan de guerra.
No siempre los nuevos valores que nos pretenden inculcar en los teñidos son peores que nos inculcaron de niños en nuestra sociedad, en muchas ocasiones son mejores, pero, sucede que al ser diferentes a los aceptados socialmente, entran en conflicto; y, aunque poseamos valores mejores que los anteriores, viviremos en una guerra contra el mundo que nos amargará la existencia, por mucho que nos creamos poseedores de la verdad suprema. Al buscador con espíritu guerrero puede incluso resultarle atractivo emprender una santa cruzada contra el mundo; pero todos aquellos que buscan la paz no tienen por ser engañados ni reclutados para una guerra que no desean.
Por lo tanto, el lavado de la mente que se realiza en estos mundos de dios no es tal, es un teñido; la alimentación que nos ofrecen para el alma es más una exigencia doctrinal que un darnos la divinidad limpiamente. Cobran demasiado caro los mendrugos de pan espiritual que ofrecen a sus siervos. (Actúan como esas ONG religiosas que dan alimentos a los pobres cargados de mensajes proselitistas). La prometida limpieza del programa de nuestro cerebro es en realidad una programación interesada. Abandonados los valores mundanos, de los que podemos estar hartos, se nos inculcan otros que pueden crearnos más problemas que los que hemos abandonado. Desprogramada nuestra mente de los hábitos mentales que no nos hacían felices, apenas se nos deja descansar en la paz mental y se nos vuelve a programar una realidad virtual espiritual con códigos de fe, sin lógica ni razón alguna, basados en las realidades reveladas, que nos sumergirá en un universo tan irreal y tan apartado del mundo, que podemos llegar a pedir a gritos una nueva desprogramación que nos vuelva a dejar por lo menos como estábamos antes.