Religión o ciencia

Las razones científicas y las razones religiosas siempre han estado enfrentadas.  Si exceptuamos el tremendo esfuerzo que Santo Tomás de Aquino hizo ―allá por el siglo doce― por acercar a estas dos razones, bien podríamos decir que siempre estuvieron muy alejadas la una de la otra.  Son lógicas creadas sobre unas bases muy diferentes.  Mientras las ciencias se basan en las observaciones y en las deducciones lógicas obtenidas a través de nuestros cinco sentidos, las religiones se basan en las revelaciones recibidas a través de las percepciones extrasensoriales.

Como no cesamos de aclarar, es el programa de selección de preferencias de nuestro cerebro quien nos da una visión de una realidad u otra.  Nuestro entendimiento discurre por el sistema lógico que nuestro cerebro nos crea combinando las preferencias que hayamos elegido.  Podemos crear tantos sistemas lógicos y visiones del mundo, de la vida, de la realidad, como combinaciones de preferencias recibidas a través de nuestras percepciones seamos capaces de elaborar.

A pesar de que el hombre no ha dejado nunca de percibir a través de sus cinco sentidos, el tipo de visión que más ha primado en la Humanidad a lo largo de la Historia ha sido la visión religiosa.  La importancia de todo aquello que presumiblemente existe, aparte de lo que percibimos por los sentidos, ha superado con creces a lo que nos entra por los ojos o por los oídos.  Pero, en los últimos siglos de nuestra Historia, las ciencias le han ido comiendo el terreno a la visión religiosa.  La lógica científica, empírica, matemática, basada en las percepciones físicas, ha robado popularidad a las razones de fe religiosas.

Las causas de semejante cambio no son totalmente nuevas, tienen cierta semejanza con la pérdida de poder de algunas creencias a lo largo de la Historia.  En la antigüedad, cuando no se hizo uso de la fuerza bruta, muchos dioses, con sus sofisticadas realidades virtuales espirituales, desaparecieron por el simple hecho de que el pueblo los olvidó, porque las gentes se aburrieron de ellos, o porque sencillamente fueron suplantados, derrocados, por otros dioses más poderosos o más benefactores. 

Yo me atrevería a asegurar que el éxito popular de la visión científica no ha sido propiciado por su elevado grado de realismo sobre las realidades espirituales, sino por su mayor capacidad para realizar milagros y para beneficiar con ellos al pueblo.

Los seres humanos no solemos elegir un tipo de visión de la vida u otro porque sea el más próximo a la verdad, sino por su grado de efectividad.  La mayoría no prestamos excesiva atención al rigor de los razonamientos, eso queda para los filósofos, nos suele dar igual que los razonamientos sean correctos o incorrectos, lo que realmente nos importa es que tengan resultados prácticos.  Y las ciencias nos han proporcionado milagros de tal magnitud que han superado en mucho a los milagros religiosos; y, como consecuencia de ello, el pensar científico va robándole terreno al pensar religioso.

Las ciencias nos dan una sensación de realismo superior que las religiones a muchos de nosotros por los fabulosos resultados prácticos que obtenemos de ellas; pero, en su esencia, contienen tantas preguntas sin responder como las religiones, o incluso más.  Los grandes misterios científicos son de un tamaño tan grande o más que los de las religiones; con la diferencia que los místicos acostumbran a enseñar los misterios divinos, mientras que las ciencias acostumbran a enseñar lo que han llegado a comprender y a descubrir, y suelen ocultar lo que desconocen.

Lo que más distingue a la realidad científica de la espiritual es su rigor matemático, pero ese rigor no es absoluto, no se extiende por toda la realidad de nuestro mundo, lo hace exclusivamente en ciertas áreas de estudio.  Cada una de las ciencias desarrolla su rigor científico a base de buscar relaciones matemáticas entre diversos materiales de dichas áreas.  Pero, fuera de esas áreas, el misterio rodea a la realidad científica.  La verdad científica es exacta solamente en su territorio, por lo tanto no es una verdad absoluta, es una verdad incompleta.  Su poder matemático reside en las científicas piezas ya descubiertas del gran puzzle de la existencia, pero las ciencias todavía no han rellenado muchos misteriosos huecos de piezas no encontradas.  Vacíos de misterio que muy a menudo bordean amenazantes los territorios científicos, islas descubiertas en un mar de misterios, grandes edificios con cimientos desconocidos. 

La sólida materia, donde descansa nuestro mundo materialista, contiene multitud de matices ignorados para los científicos.  Los terrenos científicos seguros pertenecen a las piezas del gran puzzle de nuestra existencia que ha conseguido reunir cada ciencia, mas sus bordes tocan lo desconocido.  Y cuando nuevas piezas encontradas, por nuevos investigadores, continúan encajando en los ámbitos científicos y ensanchando su extensión, entonces aparecen nuevos bordes que continúan siendo un misterio.  De tal forma que cuanto más ampliamos la superficie del saber del polígono de una ciencia, más ensanchamos el perímetro de su ignorancia. 

Una gran esperanza científica radica en conseguir que las piezas, que ha conseguido reunir cada ciencia, lleguen a tocarse; y aumenten tanto su perímetro de contacto con el resto de las ciencias que lleguen a unirse todas, se rellenen los huecos que todavía quedan vacíos, y nos muestren el mapa completo de toda la realidad (suponiendo que ese mapa fuera esférico).  Pero las ciencias guardan todavía grandes distancias entre sí.  Además de que, para intentar recomponer el puzzle de nuestra realidad, necesitaremos tener al menos una remota idea de la imagen que tenemos que recomponer.

Cuando compramos un puzzle, adquirimos, aparte de las piezas, la imagen que tendremos que recomponer con ellas.  Pero, para recomponer nuestra realidad, no tenemos ninguna imagen que nos dé una visión aproximada de lo que tenemos que componer.  Nos falta el mapa general.  Muy a menudo no sabemos dónde colocar las piezas que nos descubren los nuevos avances científicos. 

En los comienzos de las ciencias, después de cada ¡eureka!, el entusiasmo cegaba a algunos científicos, suponían que lo descubierto era una importante pieza central del puzzle de nuestra realidad.  El paso de los años, y nuevos descubrimientos, iban relegando aquellos deslumbrantes hallazgos a pequeñas piezas del puzzle general.   Hoy en día, el científico es más cauto, y sospecha que el mapa completo de nuestra realidad es mucho más extenso y complejo de lo que antiguamente se pensaba.

Para que el cientificismo venza por completo a la religiosidad es necesario que encuentre el mapa general de nuestra realidad, algo que las religiones, o cualquier creencia esotérica, han proclamado conocer desde el confín de los tiempos.  El descaro de los místicos a la hora de explicar cómo se realizó la creación, y cómo se sustenta, no tiene límites.  En realidad, el descaro es de los dioses que así lo revelaron.  Existen tantos mitos de creación del mundo, del universo y del hombre, como creencias existen.  Cada dios creador nos dice que hizo todo de una manera y lo mantiene vivo a su manera, explicándonos su mapa particular de fuerzas esotéricas que sustentan nuestra realidad, por lo que tenemos tantos mapas de nuestra realidad como dioses creadores existen.

Contrario a lo que se pudiera pensar, las ciencias tampoco se han quedado cortas, a lo largo de la Historia, a la hora de esgrimir argumentos fundamentales sobre nuestra realidad tan gratuitos como los de las diferentes creencias.  En especial, en los inicios de las ciencias, diferentes mapas generales de nuestra realidad fueron defendidos, y más tarde se comprobó que no eran correctos. 

Esta es una de las virtudes de las ciencias, su capacidad para corregir.  La palabra del científico no se parece en nada a la palabra de dios.  El científico reconoce que se puede equivocar, dios no.  La prepotencia divina, peculiar de los dioses, propicia que el creyente esté orgulloso de ellos; así como también propicia su ocaso, pues a medida que las ciencias van descubriendo la realidad, descubren a su vez la mentira y el engaño de los dioses.  Algo que siempre ha mantenido en pie de guerra a estos dos grades adversarios.

Durante muchos siglos las religiones dominaron sobre las ciencias, y, después, especialmente en el mundo occidental, fueron las ciencias quienes dominaron sobre las religiones.  Hace unos cuantos siglos ser científico podía suponer acabar en la hoguera, la investigación científica era un grave sacrilegio, el hombre no debía de atreverse estudiar la creación divina y poner en duda lo que dios había revelado a los hombres.   Mas tarde, las perseguidas ciencias alcanzaron el poder y arremetieron contra las religiones.  Su venganza fue terrible.  En muchos países, apoyadas por el ateísmo, las ciencias arrinconaron a las religiones a pequeños reductos del ser humano.  Negaron la existencia del dios que llevaba años reinando en nuestra civilización.  Borraron del mapa científico al  todopoderoso dios cristiano creador de todas las cosas.  Científicamente, dios no aparecía por ningún lado, por lo tanto no existía.  En sus comienzos, las ciencias fueron estudiadas por una mayoría de individuos no creyentes que utilizaban a menudo sus descubrimientos para apoyar el ateísmo y atacar así a las religiones.  Se llegó a creer que la victoria sobre la religión fue total, pero no fue así.  Dieron por muerto a un enemigo al que todavía le quedaba mucha vida.  Las creencias espirituales se atrincheraron en lo más profundo del ser humano, allí donde las ciencias no llegaban.  Y hoy en día podemos observar como resurgen con fuerzas renovadas tanto en las religiones tradicionales como en las sectas.

Las ciencias celebraron demasiado a la ligera su victoria.  Tan a la ligera que como se descuiden un poco pueden volver a ser derrotadas.  La enorme proliferación de sectas y de creencias esotéricas en nuestra sociedad es señal de que nos espera una nueva ofensiva de creencias.  En mi opinión esto ha sido debido a que los argumentos que la ciencia utilizó para atacar a la religión eran muy poco científicos.  Estaban impulsados más por la venganza que por el riguroso minucioso estudio que debe de preceder a toda sentencia científica.  Por ello urge iniciar un minucioso y profundo estudio del fenómeno religioso, al estilo científico, si queremos ver reforzada la razonable sabiduría del hombre y evitar regresar al oscuro pasado de las ciegas creencias.  Nosotros lo estamos intentando en este libro. 

Podemos aprovechar estos tiempos de pacifismo y de libertades en las sociedades occidentales, donde, por ahora, la convivencia pacífica entre estos dos grandes enemigos es prácticamente obligada.  Ya nadie puede cortarle la cabeza a nadie porque crea en la ciencia o en la religión, las disputas se llevan a cabo intelectualmente, como lo hacen los políticos, en debates, que aunque puedan ser virulentos, también pueden ser fructíferos.  El ateísmo científico ha llegado a reconocer que puede matar a dios, pero no puede matar la necesidad de divinidad que tiene el hombre; y las religiones reconocen que sus muchas verdades reveladas no son tan verdades.  Incluso la persona religiosa que quiere maravillarse de la sabiduría divina en los descubrimientos científicos puede hacerlo, y la persona no creyente que desee estudiar el fenómeno religioso sin ver a dios por ninguna parte, también puede hacerlo.  En nuestra sociedad occidental las ciencias y las religiones conviven pacíficamente, aunque continúen siendo viejos oponentes y de vez en cuando se enseñen los dientes.

En los tiempos actuales, el pensamiento científico ya es patrimonio cultural del individuo medio, es parte de nuestra mente y de nuestra forma de pensar.  A todos se nos enseña en las escuelas el método científico. Y, por otro lado, el viejo impulso religioso continua vigente en muchas personas, al que hay que sumar las nuevas tendencias espirituales o esotéricas.  La religiosidad y la mentalidad científica han de convivir unidas queramos o no.  Incluso se sospecha que puedan llegar a integrarse en un abrazo tan furibundos enemigos.  Yo no oculto que albergo tal esperanza (en la ciencia ficción ya está sucediendo).  Por mucho que se pronostique su imposibilidad y peligrosidad, intentar evitarlo sería retrasar lo que tarde o temprano tiene que ocurrir.  La proliferación de sectas, en un mundo en el que reina el materialismo científico, es un síntoma de tal acercamiento.  Y, a un nivel individual, muchas personas ―en las que me incluyo― viven en su interior este viejo conflicto entre religión y ciencia.  Educado su intelecto para ser razonablemente científico, se han visto inmersas en una densa religiosidad, teniendo que soportar una dualidad en su interior tan en conflicto que muy a menudo han tenido que elegir a una tendencia y desechar la otra.

Las ciencias, con su tremenda capacidad para realizar portentos, no son capaces de llenar la dimensión espiritual humana.  Algo que es totalmente lógico, porque el sistema científico es materialista y todavía no alcanza al espíritu.  La psicología es la única ciencia que se atreve a inmiscuirse en las dimensiones espirituales.  Es éste un interesante punto de encuentro entre la ciencia y la espiritualidad.  Espero algún día cobre unas dimensiones mucho más importantes que las que ahora tiene. 

Hasta ahora las ciencias no han sido capaces de saciar la sed de espiritualidad que muchos seres humanos sentimos.  Todos aquellos que hemos decidido saciar la sed de nuestra alma, y somos admiradores del rigor científico, hemos tenido que soportar la irracionalidad de los diferentes caminos espirituales, hemos tenido que creer a ciegas para conseguir un poco de agua celestial.  Muchas personas han decidido abandonar el rigor científico y sumergirse en la sin razón de las realidades virtuales espirituales, mientras otros, como en mi caso, continuamos negándonos a abandonar la lógica científica, a pesar de su incapacidad para hacernos felices, y así nos mantenemos en el viejo conflicto en la espera de algún día resolverlo. 

Yo apuesto por la fusión de estos dos grandes sistemas de pensamiento, aunque nos lleve siglos; pues es algo que ya ha comenzado, las sectas tienen cantidad de adeptos con rigurosa educación científica, y aunque a menudo su ciencia sea derrotada por la creencia o viceversa, es inevitable que tarde o temprano se vayan fundiendo.  Este libro es un intento de aproximación entre ciencia y fe, de hacer razonable lo irrazonable, de reconciliar la fe con el intelecto, dentro de mis limitadas posibilidades intelectuales, naturalmente.  No me puedo considerar una eminencia intelectual cuando me he pasado media vida andando por caminos espirituales que me exigían dejar mi inteligencia en la cuneta.

No puedo disimular que sueño con que algún día encontremos un método científico que nos permita vivir nuestra divinidad.  Me resisto a aceptar la imposibilidad de vivir la esencia sagrada sin abandonar la inteligencia; aunque, hasta ahora, todo aquel que no abandona su razón y su lógica apenas vive lo sagrado en una excelsa plenitud religiosa.  Esperemos que una revolución espiritual consiga otorgarnos a los intelectuales la experiencia de lo divino sin necesidad de abandonar nuestra adicción a hacer discurrir nuestro entendimiento.