Un sistema de agrupación milenario
Desde tiempos inmemoriales el hombre a hecho uso de su facultad de reunirse en grupos o sociedades de individuos con ideologías, propósitos o aspectos religiosos en común. El consenso da firmeza a las opiniones o a las decisiones. Y las experiencias religiosas alcanzan un notable grado de realismo cuando se viven en hermandad. Todo grupo compuesto por individuos con intereses afines poco comunes puede alcanzar una convincente visión del mundo diferente a la de los demás y actuar en consecuencia. Esta diversidad de opiniones y propósitos ha sido la causa de innumerables dramas históricos. Cuando las opiniones o las actividades de estos grupos se oponían al sistema dirigente del momento o al grupo dominante, eran perseguidos, en ocasiones con gran ensañamiento. Los grupos discrepantes solían verse obligados a reunirse en la clandestinidad para protegerse, para mejor compartir sus vivencias, o para llevar a cabo las intrigas o ataques contra el poder dominante si el grupo deseaba derrocarlo. De esta forma surgieron las sectas.
Obviamente, el grado de clandestinidad venía impuesto por el grado de discrepancia o de agresividad contra el poder social, y el grado de permisividad del sistema dominante o del gobernador de turno. Cuanto más revolucionario era un grupo social, más se tendría que convertir en una secta si deseaba sobrevivir. La clandestinidad y el sectarismo, han sido ingredientes claves en el devenir histórico de la Humanidad. Infinidad de grandes cambios sociales se engendraron en el seno de sectas.
En unas ocasiones el sectarismo vino propiciado por la intransigencia del poder gobernante, representado en la antigüedad la mayoría de las veces por severas y totalitarias deidades. Cualquier grupo que se atreviera a pensar de forma diferente a esos dioses totalitarios era severamente castigado. En esas sociedades el sectarismo era algo natural, un sistema de agrupación obligado cuando los individuos intentaban hacer uso de su libertad de pensar. Pero, en otras ocasiones, el sectarismo surgía en sociedades que acogían gran diversidad de culturas y de religiones. En estos casos eran los grupos sectarios los que enarbolaban ideologías intransigentes con las libertades sociales, en su clandestinidad no se escondía una ideología liberadora, sino una ideología opresora de las libertades de culto y del pensamiento.
En unos casos u en otros, si la revolución sectaria no se aplastaba en sus principios, y seguía adelante hasta alcanzar el poder, era enorme el precio que había que pagar en vidas humanas, en torturas y en persecuciones, hasta que las nuevas ideas lograban imponerse. Y cuando lo conseguían, el grupo responsable de ellas alcanzaba el poder, se hacía con el sello divino; y vuelta a empezar.
Las religiones universales han conseguido su expansión a base de duras luchas en el pasado. Y aunque ahora sean las religiones oficiales de diferentes países, en sus principios fueron sectas que con gran esfuerzo consiguieron el poder que ahora tienen.
No existen apenas grandes diferencias esenciales entre los grupos o sociedades de carácter místico, esotérico, espiritual o religioso, porque unos sean oficiales y otros clandestinos. Las religiones oficiales de los diferentes países son consideradas sectas en otros países que no las acogen como verdaderas. Unas agrupaciones sectarias alcanzan la popularidad y el poder en diferentes zonas del mundo, y otras continúan en la sombra esperando que les llegue la hora del éxito.
Sin intenciones peyorativas, en el presente estudio incluimos a las religiones oficiales. Espero que nadie se avergüence de sus orígenes. Además, aunque no se trate expresamente de sectas, las religiones universales, gracias a su enorme extensión, tienen abundantes ramificaciones sectarias: confraternidades que trabajan de forma soterrada en beneficio de su religión universal.
No se pueden estudiar las sectas sin estudiar el fenómeno religioso en general. Nuestro paseo por el interior de las sectas es también un paseo por el interior de las religiones, e inevitablemente por el interior del hombre. Obviar la complejidad y la extensión de la espiritualidad humana, y su evolución a través del tiempo, es uno de los grandes errores que se comete a menudo a la hora de estudiar las sectas.
Entre las antiguas sociedades con mayor permisividad religiosa resalta Babilonia. Todos la recordamos como un desmadre social castigado por la ira divina. Versión particular de las escrituras sagradas hebraicas que nos enseñaron en las escuelas, historia sagrada que tiene muy poco de Historia aunque tenga mucho de sagrada para quienes creen en ella.
En otras sociedades también permitieron cierta convivencia entre diferentes dioses en sus paraísos particulares ―como por ejemplo en Egipto, en Grecia y en la India―, deidades que se repartían todas las dimensiones humanas, circunstancia consentida por los antiguos que se empeñaban en ver a sus dioses en acción en todo aquello que les rodeaba o les sucedía.
Hasta la llegada del cristianismo y del Islam, multitud de dioses y sus seguidores, tolerantes con el resto de las deidades, convivían en amplias zonas del planeta, sin necesidad de esconderse ni de convertirse en sectas. El pueblo judío era de los pocos que se negaba a cohabitar con otros dioses, mas no les quedaba otro remedio que hacerlo, pues el politeísmo era algo natural en las sociedades en las que llegaron a vivir.
La Meca, antes de la llegada de Mahoma, fue otra gran ciudad acogedora de un gran número de divinidades, gran cantidad de ídolos se agrupaban en la Caaba, en sana competencia.
Estas deidades, ya fueran más o menos permisivas con las demás, siempre estaban presentes en la vida de los pueblos. Había deidades para todas las actividades humanas, con sus templos, sacerdotes y seguidores. La prosperidad de todo pueblo debía de estar cuidada por las divinidades. Naturalmente, las que adquirían un mayor protagonismo eran aquellas que ayudaban a ganar las batallas o dirigían los pasos de los gobernantes en el poder, (cuando los gobernantes no se erigían en dioses vivientes, naturalmente).
En sus principios, tanto los mahometanos como los cristianos podrían haber convivido en paz con el resto de seguidores de otros dioses, pero su voracidad destructiva de toda deidad antigua, que no fuera la suya, les obligó a convertirse en sectas perseguidas. Hasta que alcanzaron el poder e implantaron sus regímenes totalitarios por gran parte del mundo, obligando así a convertirse en secta clandestina a los seguidores de otras deidades, a los políticos y militares independientes, e incluso a las agrupaciones de pensadores o filósofos no creyentes.
Para evitar extendernos excesivamente en este capítulo, estamos evitando hablar de otras civilizaciones del mundo, que poco tuvieron que ver en el desarrollo de la nuestra. Esas culturas que apenas influyeron en nuestro devenir histórico son cimientos de otras civilizaciones que no difieren en demasía de algunas de las etapas históricas de nuestra civilización occidental. Y en los países subdesarrollados podemos observar que viven en circunstancias sociales semejantes a alguna de las etapas de nuestro pasado histórico. Donde las sectas tienen un protagonismo tan importante como lo tuvieron en las sociedades de nuestros antepasados).
En contraposición al fenómeno religioso, probablemente fue en Grecia donde un grupo de personas llamadas filósofos empezaron a cuestionar la validez de las divinidades en los asuntos de los hombres. La creación de la filosofía elevó al pensamiento humano y a la razón por encima de los caprichos de los dioses (conveniente es recordar que los dioses del Olimpo eran excesivamente caprichosos). La germinación de las diferentes semillas filosóficas comenzó a concebir sistemas de gobierno que prescindían en un grado notable de los sacerdotes. La cultura griega creó la democracia. Más tarde, en los primeros tiempos gloriosos del imperio romano, la separación entre la política y la religión se hizo más palpable, aunque no definitiva, pues todavía se solicitaba el apoyo de los dioses en las batallas y se consultaba el oráculo para recibir su consejo en las grandes empresas.
Los personajes filosóficos, políticos y militares de todo el mundo iban robando la confianza que el pueblo depositaba en a las fuerzas divinas. Pero la religiosidad no se dio por vencida, y dio tan fulminantes coletazos en la edad media que aplastó las tímidas intentonas de apartarla de la escena social. Tanto el cristianismo como el Islam alcanzaron un gran poder y acabaron con la libertad de culto y de pensamiento religioso.
Durante muchos siglos el sectarismo estuvo propiciado por la intransigencia de estos dos sistemas dominantes. Estas religiones totalitarias impusieron su hegemonía en todas las dimensiones humanas. A poco que la imaginación de los individuos se pusiese en marcha, violaba los estrictos cauces culturales marcados por las sagradas escrituras, pues los textos sagrados impusieron el dogma de fe en todos los ámbitos culturales así como en el poder político. Uno se convertía en un peligroso hereje por el simple hecho de pensar, y la hoguera u horribles torturas era el final destinado a quienes cometían el terrible delito de manifestar su libertad de pensamiento.
Tuvimos que esperar hasta el Renacimiento para presenciar el renacer de las libertades. En Occidente, el cristianismo, debilitado por la corrupción y por las grandes divisiones internas, ya no fue capaz de aplastar los nuevos aires revolucionarios, y estallaron con sorprendente creatividad las grandes dimensiones humanas sedientas de manifestarse tras tantos siglos de represión.
La filosofía, apoyada por el auge de las ciencias, volvió a cuestionar la prepotencia divina. Y los gobernantes empezaron a independizarse de los dioses. Pero hubo que esperar hasta la llegada de la edad moderna para que las fuerzas de izquierda consiguieran separar totalmente a la política de la religión y emprender un tipo de gobierno sin ninguna influencia divina. Fue entonces cuando comenzaron a surgir los cambios sociales más sorprendentes. El ejército rojo, en clara lucha contra los poderes religiosos, se empeñó en matar al gran dios infinito, quiso aniquilar toda manifestación divina e intentó erradicar de la política todo dogmatismo religioso. Pero, sobre todo al principio, las fuerzas de izquierda fueron tan totalitaristas como los poderes que pretendían derrocar: tras el déspota autoritarismo de los regímenes marxistas existía un endiosado ateísmo tan tiránico como la fanática religiosidad que intentaban destronar. Fue un brutal y doloroso cambio, pero esta revolución nos abrió las puertas hacia las libertades actuales, pues, al conseguir separar totalmente a la religión de la política, preparó el camino al sistema de gobierno más permisivo de toda nuestra Historia, a la actual democracia, exenta de toda influencia divina.
Al demostrarse que ya no era necesario deidad alguna para gobernar a un pueblo, las religiones, destronadas de su reinado, pasaron a un segundo plano y se incluyeron en el saco de los movimientos culturales, a la altura de los artísticos o intelectuales, lo que nos permite en los países desarrollados volver a disfrutar de una gran variedad de creencias gracias la libertad religiosa.
Con la llegada de la democracia, los partidos en oposición al gobierno vigente de cada país democrático pudieron salir de la clandestinidad, las ideas apoyadas por el pueblo tienen ahora cabida en los parlamentos de los países más desarrollados, las ideas políticas pueden ser expuestas públicamente por grupos o por individuos sin temor a ser perseguidos por ello. Las sectas de carácter político ya no tienen razón de ser. Las leyes son las más permisivas en los países desarrollados que lo que nunca lo han sido a la hora de permitir agrupaciones de individuos. Y también soplan los aires de libertad en la cultura y en la espiritualidad, ningún grupo o individuo ha de esconderse por el simple hecho de pensar diferente de los demás o de adorar a un dios poco común. Con la libertad de culto ya no hay motivo ―en teoría― para la existencia de las sectas. Sin embargo, este milenario sistema de agrupación clandestina continúa existiendo, y las numerosas sectas de carácter religioso, esotérico o espiritual, son una sorprendente realidad que no termina de ser asimilada por nuestra sociedad.