Causas de la Clandestinidad
Habitualmente se piensa en el delito como la única causa que explica la clandestinidad de las sectas, en nuestros tiempos de grandes libertades no parece existir otro motivo para la ocultación que las actividades ilegales. Esta sospecha popular ha llevado frecuentemente a las sectas a los tribunales, mas, cuando las denuncias se investigan, la mayoría de las veces se demuestra que esas personas no cometen otra infracción que la de pensar diferente de los demás. Y el porcentaje de delitos, de injusticias o de corrupciones, no excede de los que puedan tener otro tipo de grupos o comunidades de nuestra sociedad.
Una de las causas más importante de la clandestinidad de las sectas puede hallarse en nuestro comportamiento con ellas. Por mucho que presumamos de sociedades permisivas, todavía no sabemos acoger con naturalidad en nuestra sociedad al profundamente distinto que nos vino de afuera, o a quien era como nosotros y ahora ha decidido no serlo. Nuestra sociedad está acostumbrada a las diferencias en el pensamiento filosófico y político, pero no a las profundas diferencias en la forma de pensar y de vivir que se pueden alcanzar en el interior de caminos religiosos muy diferentes a los nuestros. Aunque la exótica persona religiosa no haga otra cosa hacer uso de las libertades que le otorga la constitución del país libre en el que resida, casi siempre tiene esa sensación de persona incomprendida y rechazada por sus semejantes.
A nuestra sociedad le cuesta acoger a quienes siempre han creado grandes conflictos sociales. No termina de desaparecer de la memoria del pueblo el dramático recuerdo histórico de las viejas contiendas sectarias, como tampoco desaparece de la persona sectaria el recuerdo de las persecuciones y de las masacres que sufrieron en el pasado los miembros de las sectas. Existe un temor recíproco ―soterrado en la actualidad en la mayoría de las ocasiones― entre quienes están dentro y los que están fuera de las sectas, entre quienes siempre fueron enemigos. Probablemente esa sea la causa más importante que justifica la clandestinidad.
No terminamos unos y otros de firmar una paz duradera: el mundo siempre ha sido y continúa siendo el gran enemigo de las sectas de carácter espiritual; y para el mundo, tras el ocultismo sectario, subyace el latente peligro de unas sociedades, que se rigen por patrones desconocidos, capaces de derrocar al sistema social vigente, como en tantas ocasiones sucedió en el pasado.
Resulta inevitable un cierto temor provocado por todo aquello que desconocemos. El estudio minucioso de las sectas es la única manera de superar ese miedo ancestral; cuando se conocen los peligros, los ataques indiscriminados provocados por el miedo ya no tienen razón de ser, y la prudencia sustituye al desasosiego ante lo desconocido.
Peor lo tiene el sectario para librarse de su condición de perseguido, el temible complejo de víctima lo padecen muchos de los viandantes de los diversos caminos espirituales que existen en el mundo, creyentes en que la santidad es sinónimo de martirio. Tragedia masoquista, deseada y temida, que inevitablemente ―según muchas doctrinas― habrán de padecer las personas que deseen conseguir las más altas gracias que les promete su religión.
Como vemos, existe más de un argumento para que los miembros de las sectas continúen escondiéndose. Y todavía nos quedan por nombrar las terribles luchas entre sectas, que siempre han sido de una virulencia espantosa entre las más radicales. En Occidente, en la actualidad, aunque la sangre no llega al río, se aprecia una notable violencia soterrada entre sectas o diferentes vías espirituales. Los ataques ya no se efectúan con el filo de la espada, como antiguamente, pero las actitudes agresivas entre ellas continúan siendo extremas: “El sectario del dios de la competencia no es una persona normal, es un demonio que atenta contra nuestra doctrina, contra nuestro dios, que por supuesto, es el verdadero”. Argumentos como éste abundan en las profundidades sectarias de nuestro mundo civilizado. Todavía se pretende descalificar a la competencia con insultos atroces que incitan a una agresividad malsana. La lucha por el poder en los territorios celestiales ha sido muy dura, y sigue siéndolo. La clandestinidad permite un atrincheramiento, un camuflaje entre las sombras de lo desconocido, muy eficaz para desenvolverse en el combate.
El espíritu de la guerra no termina de desaparecer del alma de los sectarios, espíritu de lucha que en ocasiones ni siquiera es consciente, no llega a reconocerse; son otros los argumentos que aducen para seguir escondidos en sus camuflados búnkeres manteniendo a buen recaudo los secretos. Muchos dicen que la profunda sabiduría esotérica resulta peligrosa en manos profanas, y que de poco le servirían esos conocimientos al ignorante pueblo, pues no está preparado para recibirlos, y se corre el riesgo de que sean mal interpretados. Argumento que podemos considerar válido, y al que podríamos añadir algún otro, como, por ejemplo, el mantener bien guardados sus secretos profesionales para evitar que la competencia haga uso de ellos.
La clandestinidad permite a las sectas ocultar parte de sus doctrinas, de sus actividades y de sus rituales, reservando ciertas enseñanzas exclusivamente para los iniciados. El ocultismo tiene su nombre más que justificado. Ya desde la antigüedad, los chamanes y los brujos de la tribu transferían sus conocimientos más profundos de forma oral a los elegidos. Y hoy en día apenas esto ha cambiado. Incluso en las sectas más pacíficas y más altruistas, formadas por personas muy normales, gustan de mantener a buen recaudo todas sus posesiones, en este caso posesiones intelectuales de carácter esotérico místico. Y, como todavía en los derechos de la propiedad intelectual no se incluyen a las iniciaciones esotéricas, la escuela ocultista en cuestión o el gurú de turno, protegen con el secreto sus habilidades didácticas.
Otra de las causas menores de la clandestinidad es el hecho de que las doctrinas sectarias predican elevados virtuosismos para sus miembros, y si muestran abiertamente que son personas muy normales, con sus defectos y sus virtudes, como todo hijo de vecino, su proselitismo podría verse afectado seriamente. Por lo que les resulta conveniente correr un tupido velo sobre algunos de los acontecimientos que suceden en su interior, ya que, como en toda asociación de personas normales, se cometen errores humanos, y, si se descubrieran, desvirtuarían su carisma divino de cara al público.
Otra importante causa de la clandestinidad es la mala prensa que tienen las sectas, tema al que le vamos a dedicar un capítulo aparte.