Sectas destructivas

 

No vamos a hablar en este capítulo de los detalles destructivos de las sectas, porque eso es algo que no cesamos de hacer a lo largo de este libro, estudiando los detalles de cada peligro que nos encontramos en nuestro paseo por el interior de ellas.  Vamos a prestar atención al popular término de sectas destructivas con en el que habitualmente se les califica a la mayoría de ellas, pues provoca un injusto temor generalizado a toda actividad sectaria.   

El elevado grado de peligrosidad que se achaca a la mayoría de las sectas es uno de los bulos más extendidos sobre este tipo de organizaciones.  Sectas que se consideran dañinas, en algunas naciones, son extensiones de respetables religiones oficiales de otros países.  El ataque sistemático a las sectas solamente se comprende como consecuencia de la vieja guerra entre creencias.  No creo que todas las sectas juntas hagan más daño a la Humanidad que la que están haciendo ―y han hecho a lo largo de la Historia― las religiones oficiales.  Solamente una mala intención interesada y sostenida por las viejas religiones en el poder, el miedo a lo desconocido, y los ataques sistemáticos sin razón que el miedo provoca, han podido crear en nuestra cultura “civilizada” una descalificación tan brutal para este tipo de asociacionismo. 

Incluso otras actividades humanas no religiosas asentadas en nuestra sociedad implican riesgos de mayor peligrosidad, o son motivo de fraudes mayores, y no tienen ni una mínima parte de mala fama que la que tienen las sectas.  Hay más fanáticos y recaudaciones millonarias inútiles en los deportes, por ejemplo, que en el mundo de las sectas, y nadie se escandaliza por ello; porque un fanático del deporte, que se gasta gran parte de su jornal en seguir obsesivamente a su equipo, es una persona integrada en nuestro sistema social; pero un sectario es de alguna forma un extraterrestre, vive en un mundo desconocido y ve la realidad diferente a nosotros; y eso da miedo.  Muy a menudo se huye de las sectas como si de la peste se tratara, y se trata a los sectarios como a leprosos muy contagiosos.  Este racismo no es digno de nuestro nivel cultural, es una injusticia que debemos de subsanar.  El miedo nos hacer ser injustos a la hora de juzgar a lo que tememos, pues el miedo se extiende por todo el ámbito de lo desconocido aunque el peligro sólo resida en una pequeña porción de él. 

Para superar ese temor injustificado es necesario conocer aquello que tememos.  Y, será entonces, cuando podamos discernir lo peligroso de lo que no lo es.  Todos sabemos que el montañismo es peligroso, por ejemplo, pero nadie se priva de los placeres que encierran las montañas, porque conocemos sus peligros y podemos evitarlos; y, quien quiera correr riesgos acercándose a los precipicios, allá con su responsabilidad.  Muchas son las víctimas que cada año se cobran las montañas, pero la mayoría de las veces suceden en personas que se aproximan a los peligros.  Espero que algún día se conozcan los peligros “reales” de las sectas, se les pierda el miedo y podamos evitarlos, para poder adentrarnos en ellas sin riesgos, como quien va a darse un paseo por los montes, y así todos podamos disfrutar de las ventajas que nos pueden aportar, evitando sus males.

Mientras tanto, tendremos que seguir aguantando toda una sarta de calificativos peyorativos sin fundamentos objetivos sobre las sectas y sobre sus miembros.  Como, por ejemplo, los típicos insultos que habitualmente recaen sobre quienes frecuentas las sectas, en ocasiones tachándolas de personas inmaduras, inseguras, de bajo nivel intelectual, con carencias emocionales, desequilibradas, inadaptadas socialmente, etc.  Quienes así piensan parecen olvidar que la mayoría de los grandes personajes de la Historia pertenecieron a sectas.  Poniéndome a la altura de la estupidez de estos calificativos, podría decir lo contrario: que toda persona que no ha pertenecido a una secta es una persona inmadura y sin conocimiento, porque la única forma de tener un conocimiento de algo es viéndolo de fuera, alejándose de ello para tener una visión objetiva; y la única forma de alejarse del mundo y, por lo tanto, de poder comprenderlo, es yéndose a otro mundo, y eso sólo se consigue en los ambientes sectarios.

También es cierto que las sectas no se quedan mancas a la hora de criticar a quienes al mundo.  He de reconocer que sus insultos superan en malicia a los nuestros.  Desde su mundo, nos ponen mucho más verdes a nosotros que nosotros les ponemos a ellos; y en cada secta lo hacen de forma diferente.  Ésta es una de las facultades más destructivas de las sectas: su tremenda capacidad para atacar los valores de nuestra sociedad.  Aprovechando los abundantes puntos flacos de falta de espiritualidad de nuestro mundo, descargan sobre ellos su capacidad depredadora de nuestros valores con sus virulentas críticas. 

Nuestro boyante materialismo no llena a muchas personas con sed de vivencias espirituales.  La incapacidad de nuestro mundo de hacer profundamente felices a las personas provoca que muchas de ellas se vayan en busca de otros mundos, y desde ellos critiquen éste.

En esta guerra psicológica entre mundos, donde se bombardean unos a otros con tremendas descalificaciones, como en toda guerra, no sale nadie ganando.  Machacar al enemigo con insultos no es la mejor forma de alcanzar una paz beneficiosa para todos.  Tanto en nuestro mundo, como en el mundo de las sectas, habremos de reconocer los defectos y las virtudes de cada uno.  Incluso podríamos aprovechar las críticas del oponente si estuvieran exentas de furibunda agresividad.  Y si alguno realiza alguna actividad destructiva, delictiva, nuestras leyes están ahí para algo.  Eso es lo que realmente se ha de perseguir: el delito, tanto se realice en los mundos sectarios, como en el nuestro. 

En muchas ocasiones se les reprocha a los legisladores su indiferencia ante las denuncias sobre la proliferación de sectas “peligrosas”.  Parece olvidarse que nuestras modernas leyes sobre el derecho de asociacionismo permiten que los individuos nos agrupemos para realizar todo tipo de actividades, que no sean delictivas, claro está.  Cuando los jueces llegan a estudiar esas denuncias, observan la mayoría de las veces que esos grupos no están realizando actividades más peligrosas que las que se realizan de forma consentida por nuestras leyes en nuestra sociedad.  Si los legisladores crearan nuevas leyes que penalizaran y persiguieran muchas de las actividades de esas sectas llamadas peligrosas, mucho me temo que muchas de las agrupaciones aceptadas socialmente se verían afectadas por esas nuevas leyes, como, por ejemplo: las federaciones que acogen los deportes de riesgo o las mismísimas religiones universales.  La mayoría de las actividades consideradas destructivas de las sectas las llevamos practicando en nuestra sociedad amparadas por el costumbrismo durante siglos. 

Reconociendo que en el interior de la mayoría de las sectas se viven situaciones especiales que no se viven en otras formas de asociacionismo, el grado de maldad humana que pueda haber en ellas no sobrepasa, en mi opinión, a otras formas de agrupaciones.  El mal que se puede vivir en el interior de las sectas no “pesa” más que los males que suceden en otros grupos de nuestra sociedad.  Esto es debido a que el mal, más que provenir de la actividad determinada del grupo, proviene de los seres humanos.  Y en el fondo no nos diferenciamos mucho los unos de los otros, ya pertenezcamos a un tipo de asociación o a otro.  Cuando nos agrupamos nos comportamos de forma muy semejante.  Puede parecer que el perseguir unos fines u otros nos diferencian de los demás, pero eso es un espejismo.  En el seno de agrupaciones con fines presumiblemente benéficos puede haber personas padeciendo auténticas torturas psicológicas. 

Los seres humanos, cuando nos agrupamos, creamos grupúsculos sociales donde surgen una amalgama de pasiones humanas que pueden resultar muy peligrosas y destructivas para los individuos menos afortunados.  Esto sucede tanto en las agrupaciones familiares, como en las empresas de trabajo, como en cualquier forma de agrupación social; y las tragedias que suceden en su seno apenas nos llaman la atención por ser ya parte de nuestro costumbrismo.  Infinidad de personas acaban destrozadas en el seno de sus familias, y no por ello se nos ocurre pensar que la forma de agrupación familiar sea destructiva; estamos acostumbrados a sus males, son nuestros entrañables males.  Pero no admitimos que otros males se puedan producir en otras formas de agrupación por el simple hecho de resultarnos desconocidas.  El hecho de que la forma de agrupación sectaria sea una novedad, todavía no asimilada por nuestra sociedad, no nos da derecho a señalar la paja en el ojo, de quienes se asocian de forma diferente a nosotros, y a no ver la viga en el nuestro.

 

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