La eterna juventud

Estamos acostumbrados a escuchar que la vida eterna es para los que están muertos; sin embargo, hay creencias que afirman que la vida eterna es para los vivos, y que la muerte es algo remediable.  Es de esperar que muchos de ustedes se sorprendan al oír esto.  Después de llevar muchos años por los caminos sectarios, yo me quedé boquiabierto cuando me hablaron de tal posibilidad.  Todas las noticias que tenía sobre el tema las consideraba producto de la fantasía esotérica.  Tan grande fue mi sorpresa, y la sinceridad con la que me estaban hablando de la inmortalidad física, que desde entonces no he cesado de interesarme por el tema.

Estos creyentes piensan que, si el poder de dios es infinito, el poder de sus milagros también lo es; por lo que nunca se le puede pedir demasiado, aunque se le pida que nos libre del envejecimiento y de la muerte por los siglos de los siglos.  Tan atrevidos creyentes piensan que de poco sirve resucitar a un muerto si al final se va a morir de todas maneras; la muerte desaparece de nuestras vidas o no desaparece.  Alargar la vida sin remediar su fatídico final es alargar la agonizante espera de la muerte.  Para ellos, los milagros curativos sirven de muy poco, pues, al cabo del tiempo, si no se ha remediado la muerte, ésta nos sobrevendrá tarde o temprano, como definitiva enfermedad, sin milagro alguno que nos valga.  Y algo de razón llevan al respecto, pues los beneficios sanadores proporcionados por una atmósfera sagrada obtenida en rituales, tarde o temprano desaparecen.  Supongo que estos atrevidos pensadores esotéricos proponen estar sumergidos constantemente en una atmósfera milagrosa para que no nos afecte enfermedad alguna ni la muerte, y nos mantenga con un aspecto joven eternamente.  Porque, naturalmente, para esta extraordinaria ideología esotérica, el envejecimiento es algo enfermizo, es algo feo, desagradable, nada digno de todo hijo de dios; es un maldito camino hacia la muerte, un podrirse lentamente.  Por lo tanto, quien consiga librarse de la muerte, también habrá de librarse del envejecimiento.  Porque sino, menuda papeleta, vivir eternamente viejo.

Como todos los temas de los que estamos hablando en este libro, la eterna juventud también ha estado presente en muchas de las grandes religiones o vías de realización espiritual, al menos en su literatura.  La piedra filosofal y el santo grial conceden la juventud eterna a quienes alcanzan sus favores.  El elixir de la eterna juventud está presente en todo camino esotérico como una de las más altas metas a conseguir, tan alta que muchas veces pasa desapercibida para los creyentes, como un logro conseguido por sus grandes santos, imposible de conseguir por ellos.

Por supuesto, que esta extraordinaria moda esotérica de “hablar” de la eterna juventud, se anuncia también como una enseñanza de Jesucristo.  Ya comentamos que a este maestro lo utilizan en Occidente casi todas las escuelas espirituales como aval de sus enseñanzas.  Cada vía ve en la vida de Jesús lo que le interesa para apoyar sus creencias.  Y, según los inmortalistas, Jesús no vino a enseñarnos una vida de sacrificio ni de martirio; si padeció tantas penalidades y muerte fue para enseñarnos que el poder de dios puede librarnos de todo mal, curando al ser humano incluso de su peor mal: de la muerte. 

Por supuesto que también en Oriente se habla de la inmortalidad del cuerpo.  Recuerdo a un gurú hindú que se anunciaba como inmortal y causó bastante revuelo en Occidente.  Yo no lo llegué a conocer.  Recuerdo que cuando murió, y lo incineraron, hubo bastantes personas indignadas que querían quemar con él a todos sus seguidores.  Y es que en la India no se andan con chiquitas con los farsantes.  También he de anotar que cuando estuve en grupos que invocaban su presencia, la atmósfera sagrada que se producía era una de las de más calidad que he llegado a conocer.  Esto nos demuestra que muy a menudo van unido lo falso con lo valioso por los caminos sectarios.  Por ello ―y no ceso de insistir― es necesario estar alerta para elegir lo mejor de todo lo que nos ofrezcan, y no tragarnos todo lo que nos echen.

Existen otros maestros espirituales que también se les consideran inmortales.  El conde Saint Germanin es uno de ellos.  La virgen María también se dice que es una inmortal, ya que no murió, pues según cuentan las escrituras fue ascendida por los angelitos a los cielos en cuerpo y alma.  Y recordemos al profeta Elías subido a los cielos por un carro de fuego.

Todos hemos oído estos relatos de las historias sagradas, pero muy pocos nos hemos planteado que pudieran ser verdad en la actualidad.  Se podía sospechar que podían ser historias inventadas por la imaginación de los creyentes de aquellos tiempos, pues en la antigüedad era muy fácil cometer el fraude y levantar el mito de un inmortal sobre alguien que al final acabó muriendo.  Sin embargo, ahora, sobre todo en los países desarrollados, les va resultar muy difícil a los inmortalistas demostrar que la inmortalidad es posible.  La fecha de nacimiento del carnet de identidad de las personas es la prueba irrefutable.  Hasta ahora yo no he conocido caso alguno de juventud eterna, cuantos creen en la inmortalidad física tiene un aspecto acorde con la edad que tienen.  Y, sin embargo, siguen hablando de la inmortalidad...

Yo no voy a negar que estuve y estoy muy interesado en el tema, pero me parece muy lamentable la cantidad de personas que están siendo engañadas con esta creencia.  Hay personas que creen que no se van a morir porque les han dicho que si piensan que no se van a morir no morirán, y lo creen firmemente.  Pensar que no nos vamos a morir es un requisito, entre otros, que los inmortalistas utilizan para convencer a la gente de que puede no morirse.  Yo no me explico como es posible que haya fraude en este tema.  Con lo fácil que es comprobar la fecha de nacimiento de quien nos esta intentando convencer, y verificar observando su aspecto si a él le está funcionando lo que predica o no.  Cuando nos enseñen un documento de identidad verificable de una persona de sesenta años, por ejemplo, y observemos que tiene el aspecto de una de veinte, entonces empezaremos a creer que es posible la juventud eterna.  Y si es una persona joven quien quiere vendernos la idea, sería conveniente pedirle que nos enseñase algún caso verificable, y si no lo hace (que no lo hará) entonces le podemos indicar que se vaya con su música a otra parte y vuelva dentro de treinta años para ver como le ha ido con su filosofía inmortalista.

No voy a echar toda la culpa al defraudador, muchas personas se dejan engañar a gusto.  La moda de las últimas décadas en nuestra civilización sobre el culto a cuerpo, y la exaltación de la belleza de la juventud, apoyan toda esta movida esotérica.  La idea de ser eternamente joven puede llegar a ser tan atractiva que la dejemos colarse en nuestra mente aunque el paso del tiempo nos esté demostrando lo contrario.  Esto lo saben los vendedores de inmortalidad y se aprovechan de ello.  En realidad, la mayoría de ellos no venden la juventud eterna así, de golpe; no son tan tontos.  Lo que hacen primero es intentar convencer de que su método puede alargar la juventud, después se mostrará como camino espiritual indispensable para alcanzar la inmortalidad.  Cualquier persona que tenga un aspecto un poco más joven del que corresponde a su edad puede ser un vendedor de inmortalidad y forrarse dando cursillos de juventud eterna.     

Como tema de investigación me parece un intento admirable, pero venderlo como un gran descubrimiento, cuando todavía no se ha descubierto nada importante, es una actividad lamentable.  Realicemos ensayos sobre la eterna juventud, pero sabiendo que son ensayos, experimentos de los que todavía no conocemos sus resultados.

Vamos a hacer un repaso de los requisitos para ser inmortal exigidos por estas doctrinas que yo he llegado a conocer.  Como he comentado, lo que se piensa tiene su importancia, hay que creerse a pies juntillas que no nos vamos a morir, que somos inmortales.  Sabemos que el pensamiento positivo alarga la vida, quizás por ello pretenden alargarla del todo pensando que somos inmortales.  Esto es una exageración.  Está demostrado el poder de la sugestión, pero no creo que tenga tanto poder como para librarnos de la muerte. 

Para los aficionados a la inmortalidad, la muerte es una tradición, un rito ancestral que sucede por costumbrismo más que por otra cosa;  vamos, que nos morimos porque como se muere todo el mundo...  Dicen algo así como que nos morimos porque nos da la gana.  Y con solamente dejar de desear la muerte, asunto resuelto.  Para conseguir la vida eterna basta con desprogramar los códigos de envejecimiento y muerte, que presumiblemente están en nuestra mente, pensando que no nos vamos a morir, cantando mantras o frases que afirmen nuestra inmortalidad, para intentar convencer a nuestro subconsciente de que se porte bien con nosotros y nos detenga el proceso de envejecimiento. 

Es muy lamentable que un fanático de la inmortalidad no siga investigando en el tema porque ya cree que la va a conseguir por el sencillo hecho de que tiene fe en ella.  Esta es una de tantas formas inútiles de estancarse en los caminos sectarios cuando se podría seguir andando.

Lo que se puede escuchar por estos caminos de la inmortalidad es de una candidez pasmosa.  Cierto es que el pensamiento influye en todo, pero pensando solamente no vamos a ser inmortales, solucionar el problema de la muerte es mucho más complejo, y entran en él muchos factores además del pensamiento.  Continuemos viéndolos.

Respecto a los brebajes que dan la juventud eterna he de reconocer que solamente he tenido noticias de ellos a través de alguna que otra película.  La mayoría de lo que he estudiado al respecto no tenía apenas nada que ver con lo que nos entraba por la boca, aunque algunas veces se ponía énfasis en llevar una alimentación sana, pero sin darle excesiva importancia.

Los más serios análisis de la muerte y de propuestas para remediarla ponían énfasis en el instinto de muerte del que ya hemos hablado.  Desde este punto de vista, los inmortalistas consideran la muerte como un suicidio programado en nuestra mente; como decía Freud: un volverse la violencia de uno contra uno mismo.  Podríamos decir que morimos envenenados por nuestra propia mala leche; el resentimiento, la rabia contenida envejece y mata; es nuestra violencia convertida en instinto de muerte, asesino de nosotros mismos.  Los grandes remedios para tan gran mal son: el amor a los demás y a nosotros mismos, el perdón, evitar concentrar el resentimiento en nuestros corazones, la paz espiritual, etc. 

Otra causa semejante es el cansancio, el tirar la toalla agotado de vivir, de sufrir los golpes del ring que puede llegar a ser la vida.  Morir de dolor, de hastío, de frustración, de desengaño, de estrés.  Su remedio: la alegría de vivir.

Y no nos olvidemos de famoso morir de amor, o, mejor dicho, de desamor.  Las personas más sensibles pueden morirse de pena y de tristeza por la falta de amor.  Probablemente sea la falta de amor en este mundo una de las causas más importantes de entre todas las que pueden potenciar el instinto de muerte.  Con observar como rejuvenecemos cuando nos enamoramos es suficiente para comprobar como el amor es fuente de juventud, y como la falta de amor es fuente de envejecimiento.

Algunas creencias enfocan la inmortalidad de forma muy especial.  Hay religiones y sectas que creen que después del Apocalipsis la Tierra dejará de ser un mundo de condenados a muerte y se convertirá en un paraíso terrenal, donde vivirán en sublime felicidad solamente los elegidos, ellos, claro está, por los siglos de los siglos.  Lástima que esos mundos, habitados por inmortales, solamente existan en sus mentes, y sus creadores se sigan muriendo como todo hijo de vecino.

La creencia en la reencarnación también nos hace vivir en este mundo casi como inmortales, la única pega que tiene es que tenemos que cambiar de cuerpo cada vez que cada uno de ellos se nos muere, hasta que llegamos a la última vida, a la definitiva, a la que nos liberará de la rueda de las reencarnaciones.  Para los occidentales esto nos puede resultar insoportable.  Acostumbrados a obtener resultados rápidamente, la interminable transmigración de las almas de cuerpos en cuerpos, hasta llegar a su luminoso final, puede resultarnos insufrible.  Aunque en los mundos espirituales a casi todo se le puede encontrar remedio.  La mayoría de las personas que he conocido, creyentes en la reencarnación, no se agobian con la idea de que les quedan vidas a porrillo antes de llegar al final; sencillamente se creen que ésta es su última vida, la definitiva, la que les hará inmortales.  Se lo creen hasta que los años les van pasando factura y comprueban que la evidencia no coincide con la creencia.

Aunque me da algo de vergüenza confesarlo, no voy a ocultar que estuve realizando prácticas para intentar estimular la eterna juventud.   Durante varios años intenté ser lo más espiritual, amoroso, pacífico y alegre de lo que era capaz de ser.  Y a la vez estuve afirmando frases a diario como “yo soy inmortal”, “yo soy joven eternamente” y expresiones parecidas, esperando que estos pensamientos calaran en mi mente y produjeran la reacción deseada.  Pero, nada, mi mente o la parte de mi mente que regula mi envejecimiento no se daba por enterada.  Mis canas y mis arrugas continuaron aumentando, prestando oídos sordos a mis órdenes mentales.  Probablemente no alcancé la cota de felicidad necesaria para ser inmortal, o quizás no pensé con suficiente intensidad mi voluntad de continuar siendo joven, y mi voz no llegó a esa profunda capa donde debe de estar programado nuestro envejecimiento.  O quizás las causas del envejecimiento estén exclusivamente fundamentadas en la programación genética, y, los genes, o no entienden nuestro idioma o no se dan por enterados de lo que cada individuo tiene el capricho de pedirles.  Un programa de miles de años de evolución mucho me temo que no se cambiará por que lo pidamos a gritos en un momento ni en años, insisto en que será necesario algo más.

Mientras encontramos la forma de que nuestro cuerpo se entere de que queremos ser siempre jóvenes, aquellas personas que deseen al menos aparentarlo, por más tiempo del normal, tendrán que recurrir a la cirugía estética.  Rejuvenecer la fachada es lo único que tenemos hoy en día en nuestra sociedad para alargar la juventud, al menos en apariencia.

Los biólogos observarán estos comentarios como curiosidades exóticas.  Ellos saben que el envejecimiento es un proceso presuntamente obligado que sigue unas pautas biológicas determinadas.  Aunque no se sabe al cien por cien porqué los seres vivos no viven más tiempo.  Se sospecha que el envejecimiento y la muerte son causados por un código genético, y por ello están intentando encontrar el gen que marchita la vida, para ver si consiguen modificarlo.

Ya sea mediante la manipulación genética, ya sea mediante la manipulación mental o esotérica, el caso es que la Humanidad no cesa de buscar algo por lo que siempre ha estado interesada.  Lo que más me preocupa es la visión que se tiene, o que se da muy a menudo, sobre cuál sería el destino de una persona que pudiera vivir mucho más que las demás, e incluso no morir.  Habitualmente un halo de tragedia casi siempre rodea a las personas que en las creaciones literarias, por ejemplo, se atreven a vivir más que las demás; como si la inmortalidad fuera un castigo en vez de un impresionante logro positivo.  Y es que todavía se sufre mucho en este mundo, y una vida inmortal puede suponer un sufrimiento eterno.  Además de que al ser humano en el fondo le molesta que las cosas no sigan siendo como siempre han sido.  Nuestra resistencia a los cambios supera la atracción que por el cambio sentimos en nuestra juventud.  Podemos llegar a sentir un vértigo irracional ante la posibilidad de que podamos ser jóvenes eternamente.  Podemos sentir más pánico a vivir eternamente que a morir.  El sufrimiento que todavía queda en este mundo, y nuestra resistencia al cambio, hace impensable la inmortalidad.  La vida del individuo medio de este mundo no está hecha para ser vivida eternamente.  O conseguimos ser mucho más felices o nos buscamos soluciones intermedias.  Como la de esos creyentes que piensan en ser inmortales en unas condiciones muy especiales: digamos que ellos conciben la inmortalidad física tratando de subir la vibración atómica de nuestro cuerpo hasta convertirlo en un espíritu o algo así, para que después seamos succionados por el cielo, al estilo de la asunción de la virgen María, y de esta forma allí viviríamos felices eternamente.  Somos capaces de imaginarnos la felicidad con más facilidad en un mundo celestial que en éste.

En un mundo o en otro, mucho me temo que la felicidad es indispensable para ser inmortal.  Si, por ejemplo, la genética consiguiese detener el proceso de envejecimiento, y no hemos conseguido ser más felices de lo que ahora somos, el número de suicidios crecería sin lugar a dudas.  Probablemente vivimos el tiempo que soportamos vivir.  Cuando el vivir sea disfrutar más y sufrir menos, no cabe duda de que viviremos más y tardaremos más en envejecer.  No creo que haya otra forma para llegar a la inmortalidad.

Por lo tanto, seamos más felices en primer lugar, y después creamos sobre la vida y la muerte lo que más nos guste o más nos convenza.  Intentando que la creencia no nos amargue la vida; porque si a causa de las creencias somos infelices, estaremos caminando en dirección contraria a la juventud eterna, aunque la creencia nos la prometa a bombo y platillo.