Las profecías
Me temo que no hay voz del más allá, sea de quien sea, que no caiga en la tentación de profetizar. Predecir el destino de la Humanidad, de algunos de sus pueblos o individuos, es típico de estas voces de nuestro interior. La pulsación psicológica que produce este hecho virtual es nuestro deseo por conocer nuestro futuro. Ya sabemos que en los sueños se realizan nuestros deseos; y en las realidades virtuales espirituales, sueños religiosos, no iba a ser menos. Tal es nuestra inquietud ante lo que nos depara el futuro que un gran porcentaje de los mensajes del más allá tratan de nuestro destino, del individual, del de la Humanidad o de sus pueblos. En las escrituras sagradas fueron los profetas, grandes mediadores entre dios y los hombres, quienes se dedicaron al oficio de la profecía.
Ya en el capítulo sobre las artes adivinatorias insinuamos que las predicciones eran como un cálculo inconsciente de probabilidades. A través de las revelaciones digamos que el adivino o el profeta se pone en contacto con el personaje del más allá, con el que habitualmente habla, y le pregunta sobre el futuro, o sencillamente la voz se lo revela sin pedírselo. No hace falta decir que esta forma de futurología se llega a considerar la más efectiva, pues si es la voz de dios la que oímos, ¿quién mejor que él para anunciarnos lo que nos va a suceder?
Sin embargo, es una forma muy seria de poner a dios a prueba, tan seria que no suele superarla, pues dios se equivoca muy a menudo. Y, si él se equivoca, no digamos su espíritu, sus ángeles o sus santos, los muertos que nos hablan del más allá o el mismísimo demonio. Los fallos proféticos están a la orden del día en la multitud de mensajes que se están recibiendo en los ambientes sectarios. No hay dios que en la actualidad nos prediga con exactitud el futuro.
Los creyentes en las escrituras antiguas consideran que las viejas profecías son las buenas, y que las modernas sólo son supercherías de falsos dioses charlatanes. Según ellos, fueron muchos aciertos los que tuvieron los profetas de la antigüedad. Claro que esto es algo que no se puede demostrar, pues para realizar tal comprobación es necesario tomar nota de la profecía antes de que caduque la fecha del acontecimiento que anuncian, para evitar retoques posteriores; y eso es algo que ahora no podemos hacer.
Es muy fácil resaltar un acontecimiento como profético después de que el acontecimiento haya sucedido. La cantidad de mensajes proféticos que una persona conectada con el más allá puede recibir es inmensa, y es muy fácil desechar todos sus desaciertos cuando ya ha sucedido un acontecimiento importante. Y si sus mensajes proféticos son de dudosa interpretación, mucho mejor para engañarnos, pues dará pie a varias interpretaciones, y el porcentaje de desaciertos quedará reducido.
Y en el caso de desear resaltar un acontecimiento importante para una secta de elegidos, como puede ser el caso del nacimiento de su fundador, es muy fácil encontrarle un profeta que entre sus miles de trances proféticos lo haya anunciado, y desechar todos sus desaciertos y a todos los demás profetas que ni se aproximaron a predecirlo o predijeron acontecimientos diferentes. Las anunciaciones de nuevas encarnaciones espirituales se producen a diario.
En la India podemos observar cómo son anunciados los nacimientos de casi todas las personas que son proclamadas después dioses vivientes. Esto sucede en primer lugar porque a todas las familias bien avenidas, que desean tener a un niño dios en su familia, procuran que así se lo profetice algún adivino; si después el niño no les sale dios, se le echa la culpa a algún demonio, se olvida el intento, y aquí no ha pasado nada; y, en segundo lugar, son tantos los adivinos que en la India gustan de profetizar, que después de que el gurú ya se ha proclamado como una entidad espiritual, no es difícil encontrarle un adivino que asegure haber profetizado la nueva encarnación. Por esta razón los hindúes escuchan las profecías de las nuevas venidas como quien oye llover, pues llevan miles de años escuchando a charlatanes que traducen su no menos charlatana voz interior.
Pero en Occidente no estamos acostumbrados a esta charlatanería, la inquisición religiosa hizo enmudecer durante siglos a nuestros dicharacheros profetas. A muchos de nosotros se nos inculcó en las escuelas que las profecías eran escritos muy sagrados, intocables y de indudable procedencia divina. Y cuando nos encontramos ahora en las sectas con mensajes del más allá, los relacionamos con los de las grandes escrituras, con esos documentos venerados durante siglos por nuestra civilización; y, aunque no lleguemos a creernos por completo las modernas revelaciones, nos afectan muy directamente, pues siempre nos queda la duda de que pudieran llegar a ser ciertas.
Ahora bien, hoy podemos zafarnos del poder de sugestión de las profecías actuales con cierta facilidad. Nuestro nivel cultural y la tecnología nos permite dejar constancia impresa, o grabada de viva voz, de la profecía antes de que concluya el plazo de su predicción. De esta forma podemos estudiar tanto su contenido como su porcentaje de aciertos. Ciertos creyentes sectarios, orgullosos de los mensajes del más allá que reciben, suelen dejar constancia escrita de ellos, intentando crear su historia sagrada particular, no siendo muy conscientes de que de esta forma se pueden analizar sus profecías, observar su elevado porcentaje de desaciertos, y poner en peligro así la credibilidad de sus dioses.
Ésta es una de las formas en que las sectas modernas están perdiendo su credibilidad. Si dios nos habla, y nos predice el futuro, si se equivoca, es evidente que no es dios. Por esta razón, la mayoría de los grupos sectarios, conscientes de los peligros que de los mensajes proféticos encierran para su seguridad y la de sus veneradas voces del más allá, ocultan la copia exacta de lo revelado y proclaman públicamente una profecía retocada, que dé pie a varias interpretaciones para reducir así el riesgo de fallo profético. Pero aún después de estar manipulada, y de reducir así el riesgo de fracasar en la predicción, termina por fracasar de todas maneras.
Cuando una persona lleva décadas deambulando por diferentes sectas, puede acabar tan harto de tanta profecía caducada sin que hubiera dado en la diana, que no es infrecuente que empiece a dudar de todas ellas y a no creerse ninguna.
Como venimos dando a entender, todos estos fenómenos paranormales de voces interiores ―que suelen ser muy corrientes― se cuecen en las profundidades de nuestra mente, y son creados por nuestra inteligencia inconsciente, por lo que tampoco hay que subestimarlos. Nuestra profunda inteligencia no tiene un pelo de tonta, y nos puede engañar muy fácilmente, por lo que es necesario ser más inteligente que ella para evitar el engaño. Un engaño que por otro lado no tiene otra razón de ser que todo lo que queramos engañarnos nosotros mismos. Y hemos de reconocer que en los planos espirituales somos propensos a dejarnos engañar muy a menudo. Si no fuera así, no tendría porque haber tantos fracasos proféticos en la actualidad. Nuestra inteligencia profunda es capaz de hacernos un cálculo de probabilidades inconsciente ―como comentamos en el capítulo sobre la adivinación― con un gran porcentaje de aciertos. Pero sucede que en las profecías entran impulsos psicológicos profundos, escenificados en las realidades virtuales espirituales en vez de en nuestra realidad, lo que causa graves errores en los cálculos de probabilidades de futuro que pueda hacer nuestra mente profunda.
Los mensajes del más allá, al proceder de los personajes virtuales de nuestra mente religiosa, se esfuerzan más en demostrar que ellos son reales que en predecir el futuro. Si existe, por ejemplo, en las creencias del profeta, tanto un cielo como un infierno, un dios o un diablo, estos escenarios y personajes entrarán a formar parte de sus profecías, y procurará dejar bien claro que nuestro futuro es creado por ellos. Y predecir el futuro de quienes vivimos en este mundo por consecuencias de quienes supuestamente viven en otro, es un empeño que en mi opinión no da buen resultado.
Tanto es así, que un simple adivino, que no utilice a personajes virtuales espirituales, tiene menos riesgo de equivocarse que quienes los invocan para recibir sus pronósticos de futuro a través de la revelación profética. Parece ilógico que un echador de cartas o un astrólogo, a pesar de su elevado porcentaje de desaciertos, tenga menos probabilidades de equivocarse que dios, a la hora de predecir el futuro. En las predicciones proféticas entran pulsaciones psicológicas profundas encarnadas en los personajes espirituales que falsean su contenido. Sin embargo, aunque esto es cierto, también es cierto que una predicción divina impacta con mucha más fuerza en el creyente que las predicciones de un echador de cartas. El poder de fascinación de los dioses o de cualquier otro habitante de los cielos es inmenso. Y, aunque su engaño quede de manifiesto en el fracaso de los mensajes proféticos, su credibilidad, ―y esto es sorprendente― apenas queda puesta en entredicho. El elevado grado de realidad con el que se perciben los mensajes del más allá, supera al grado de irrealidad de sus predicciones proféticas, por lo que el creyente suele continuar creyendo en sus voces aunque éstas no cesen de meter la pata en lo que a predicciones respecta.
En los últimos años, los dioses o las entidades divinas sectarias, nos están hablando bastante claro en cuanto a nuestro futuro. No sé si será porque se deja constancia inmediata en cuanto se reciben los mensajes, o porque las voces del más allá están decidiendo abandonar su oscurantismo profético. El caso es que las modernas profecías ya no tienen pelos en la lengua y nos hablan tan claro de nuestro futuro como nos hablan los astrólogos en los horóscopos de los periódicos o de las revistas. Por supuesto que no se ponen de acuerdo, en como nos va a ir en el futuro, ni los diferentes astrólogos entre sí, ni las diferentes voces del más allá. Nunca he entendido bien cómo es posible que continuemos confiando en las predicciones astrológicas, cuando existen tantas contradicciones y falta de acuerdos en sus predicciones. Y de igual forma tampoco me explico nuestra adicción a las profecías a pesar de que fracasen tan a menudo. Habríamos de sospechar que es nuestra ansia por conocer nuestro destino y la maestría en torear con el futuro del adivino o del profeta lo que nos incita a creernos las predicciones, más que su por su capacidad de acierto.
Las voces del más allá, si se las dan de divinas, es porque son capaces de engañarnos divinamente. Las profecías producidas en el seno de una secta se enraízan en las creencias de ésta, en sus realidades virtuales espirituales, de tal forma que crean conclusiones de futuro obvias para sus creyentes. Ahora, háganse ustedes una idea de la cantidad de profecías diferentes que se están recibiendo en la actualidad, con la cantidad de creencias diferentes que provoca la proliferación de sectas. Es inmenso el número de profecías que se están generando en nuestros tiempos. Unas nos auguran un futuro feliz y otras nos lo ponen más negro que el carbón. Normalmente, la mayoría nos dan una de cal y otra de arena. Un caso típico es aquel que nos augura un futuro muy negro como no seamos capaces de seguir las directrices doctrinales de la secta donde se reciben esas canalizaciones proféticas. Ya es sabido que las sectas o religiones aprovechan todos los argumentos hipotéticos que pueden para convencernos de lo que no pueden convencer de otra manera.