Las traiciones pasiones
Las pasiones son intensas pulsaciones psicológicas que se manifiestan en el ser humano. Existe una variopinta gama de estas fuerzas psíquicas. Pero no todas suelen estar integradas en la personalidad de los individuos ni en los sistemas éticos de las sociedades, aún me atrevería a afirmar que la mayoría se encuentran ocultas, reprimidas, prohibidas, bullendo en el inconsciente, hasta que nos estallan como volcán que irrumpe en erupción cuando menos lo esperamos.
Como toda pulsación psicológica, las pasiones se reflejan en las realidades virtuales espirituales. En nuestra cultura occidental, quizás fue en la mitología griega donde mejor se escenificó el hervidero de pasiones humanas. Pero ahora tenemos a dioses mucho más educados en nuestra civilización, y las pasiones negativas para la convivencia han sido transferidas a los demonios, arrojadas a los infiernos, y al pobre pecador con ellas.
Censuradas, las fuerzas que no deseamos vernos se nos han ubicado en lo más profundo de nuestra inconsciencia. Y desde allí suelen hacer fracasar los más denodados esfuerzos por vivir en armonía, ya sea con nosotros mismos o con los demás. En el mundo de las sectas, así como sucede en cualquier otra forma de agrupación social, pasiones no gratas para la convivencia se empeñan en romper o en transgredir los sistemas de valores éticos que cualquier sociedad se impone a sí misma. Por ello son prohibidas, se menosprecian o se ignoran. Construimos sensacionales proyectos de vida feliz sin contar con ellas, no las integramos en nuestra personalidad ni en nuestra sociedad por su cariz anárquico; mas ellas continúan irrumpiendo sorpresivamente en nuestras vidas, aguándonos la fiesta cuando más la estamos disfrutando.
Por un lado necesitamos a las pasiones, pues contienen la fuerza de nuestra vida; una vida sin pasión es una vida gris; pero, por otro lado, muchas de ellas son como animales de tiro sin domesticar, fuerzas salvajes que nos avergüenzan.
En el mundo de las sectas resulta hasta cómico, por no decir dramático, observar cómo sus miembros se esfuerzan por implantar la práctica de la virtud en sus sociedades, para que tarde o temprano el intento acabe fracasando estrepitosamente por haber sido atacado por pasiones ajenas al programa básico doctrinal.
Me da la sensación de que las sotanas o túnicas que gustan de llevar los miembros de las sectas o de las religiones tienen como principal misión la de ocultar las oscuras pasiones que se esconden tras ellas.
Ya en el capítulo anterior hemos hablado del peligro que conlleva la castidad al reprimir pasiones de origen sexual. Es típico en la historia de las sectas castas que el sumo sacerdote acabe ligándose con la discípula más exuberante y virginal, sacudiendo con el escándalo a una agrupación enfocada en un virtuosismo casto. Como venimos advirtiendo, la atmósfera sagrada propicia los enamoramientos, y las pasiones de origen sexual estallan en los ambientes más castos.
La atmósfera sagrada escarba en el interior del ser humano y saca al exterior todo lo que llevamos dentro. Y como normalmente no conocemos las pasiones que habitan en nuestro interior, no estamos avisados de lo que nos espera cuando nos sumergimos en un proceso evolutivo espiritual. La sorpresa o el susto no hay quien nos lo quite, en especial si las pasiones que nos sorprenden son de carácter violento, sobre todo si llevamos años practicando una doctrina pacifista.
Mas no habremos de preocuparnos, las sectas tienen capacidad suficiente para asumir y disimular las pasiones que surgen en su seno contrarias a sus doctrinas. Pongamos unos ejemplos habituales: si el sumo sacerdote o el gurú de turno se ha beneficiado a una casta adepta virginal, no ha sido por una incontrolable pasión, ese desliz llegó a suceder porque en otra vida ―pasada, claro está― fueron marido y mujer, y ahora vuelven a encontrarse. De esta forma se calma el escándalo y la vida sectaria continúa con normalidad. Y cuando se produce un adulterio, es porque otra relación de otra vida ha venido a perturbar el compromiso de ésta. Y otro tanto sucede con las terribles pasiones de carácter violento: los impulsos violentos en el seno de las sectas suelen estar justificados por algún tipo de cruzada salvadora en contra de alguna fuerza, sociedad o persona considerada demoniaca. Sectas y religiones con doctrinas tremendamente pacíficas han protagonizado en la Historia una extrema violencia, pero siempre basada en justificaciones convincentes para los creyentes.
E igualmente sucede con otras miserables pasiones humanas, como son los celos, la envidia, el odio, la ambición, el exacerbado egoísmo, la sed de poder, el instinto de posesión, de territorialidad, etc. Todas estas vergüenzas humanas, negros instintos animales la mayoría de las veces, se pasean bajo las túnicas o las sotanas por los ambientes sectarios, como bajo las ropas de cualquier otra agrupación humana, disfrazados para engañar a los demás, y para engañarnos a nosotros mismos cuando no estamos dispuestos a reconocerlas.
Hasta cierto punto es natural que se oculten los defectos, sobre todo cuando no se sabe que hacer con ellos. Lo que ya resulta intolerable es que encima se presuma de ellos, se ensalcen e incluso se pretendan convertir en virtudes. Esta aptitud camaleónica la podemos encontrar en individuos pedantes o en pomposas organizaciones diestras en vanagloriarse de sus miserias. En las sectas es muy común encontrarnos con grandes defectos humanos ensalzados hasta las más altas cotas de la virtud, consecuencia de creerse los falsos efectos milagrosos de ilusorios elixires divinos, capaces de convertir, por la gracia de la sugestión, un defecto en una virtud. Los borrachos de dios se creen perfectos, las drogas divinas los hace felices, y por ello se creen superiores a los demás, diferentes, santos; pero sencillamente son borrachos inconscientes de sus miserias humanas. Ni la drogadicción mística, ni las iniciaciones, ni la perfección sacramental, por decreto divino, nos liberan de las pasiones. Si observamos a quienes se creen libres de ellas, comprobaremos como esas personas continúan con sus defectos, como antes, o mucho peor, pues ahora difícilmente tendrán remedio, ya que los afectados no reconocerán sus pasiones como suyas.
Es habitual observar en las sectas como el ansia de virtud ciega a quienes quieren conseguirla a toda costa, y para ello no dudan en ponerse medallas de virtudes en sus sotanas o túnicas cuando bajo ellas continúan bullendo oscuras y prohibidas pasiones. Esto es realmente grave: Sociedades destinadas a propiciar el perfeccionamiento del ser humano convertidas en escuelas diestras en disimular las miserias humanas, en nidos de imperfecciones disfrazadas de virtud, de tal manera que al confundir una cosa con la otra propician el crecimiento del mal en vez del crecimiento del bien.
La atmósfera sagrada que se vive en las sectas saca a la luz nuestras miserias; y es habitual que el sectario, el fanático, no sea capaz de reconocerlas, de asumirlas e intentar afrontar un cambio real en su interior; por lo que opta por el camino más fácil, por disimularlas, e incluso por justificarlas. ¿Cuántas sectas o religiones con un notable carácter pacifista han protagonizado casos de violencia extrema, justificada la mayoría de las veces por sentirse brazos justicieros de la ira divina o argumentos semejantes? ¿Cuánto odio encontramos en los caminos del amor espiritual? ¿Cuánto sexo en los caminos más castos?
Siento no poder presumir de medallas de virtud, siempre que me las pusieron las arranqué de mi pecho. Nunca pude soportar presumir de perfección o de virtud cuando mis defectos, mis imperfecciones y mis pasiones campan a sus anchas por mi interior.
Por los caminos sectarios hay que ir siempre con lupa, una actitud detectivesca nos puede alertar del fraude y descubrirnos que nos están o nos estamos engañando a la hora de sopesar nuestro progreso espiritual. Es muy fácil confundir el auténtico fuego divino con las luces de neón que produce nuestra propia sugestión o la sugestión del grupo en el que estemos trabajándonos.
La auténtica radiación sagrada hace emerger en nuestra vida lo que en realidad somos y todo lo que pulula por nuestros interiores. Y es habitual encontrarnos con las pasiones más oscuras y prohibidas que nos podamos imaginar. Las comunidades sectarias, por muy altas metas que se propongan, son nidos de las más viles pasiones; y aún diría más: cuanto más alta fijen su mirada, menos verán las vilezas que se produzcan en sus niveles inferiores y más los padecerán. Esto es algo semejante a lo que les sucede a los enamorados: el amor extrae de la persona todo lo que lleva dentro, incluido lo que no es amor. La sorpresa de los enamorados, así como de los adeptos a las sectas, suele ser morrocotuda, las pasiones les pillan a traición, habitualmente cuando mejor se encuentran disfrutando de las mieles divinas, ya sean en la pareja o en los caminos espirituales. Después vendrá el tratamiento que se les dé. Es típico de muchas personas no querer reconocer sus defectos y echarle la culpa de sus consecuencias al otro miembro de la pareja o a alguna otra persona o circunstancia. Y en las sectas no es muy diferente. Como el mundo sectario es intocable, incluidos sus componentes, hay que inventarse a alguien que cargue con las culpas de las consecuencias de nuestras pasiones negativas. Así nació la peor creación virtual de todos los tiempos: el demonio, malvado personaje al que se le achacan todos los males de este mundo. En él se encarnan todas las maldades de la Humanidad, y de él se sirven sus creyentes para no reconocer sus maldades como suyas.
En la actualidad son en especial las pasiones de carácter violento las más rechazadas por nuestra conciencia y prohibidas por la sociedad. Para nuestro espíritu civilizado, y para una buena convivencia, nos resultan tan negativas en nuestros sistemas de valores que somos capaces de no reconocerlas aunque nos estemos comportando violentamente a diario.
Es muy importante el reconocer nuestras pasiones ocultas para evitarnos sorpresas, cuanto más las conozcamos mejor evitaremos que tanto en una vida normal como en los mundos sectarios nos cojan a traición.
Detengámonos a estudiar una de las más importantes pulsaciones psicológicas de la Humanidad.