El destino

A quienes creen en la reencarnación y en el karma no les cabe duda de cuáles son las fuerzas que dirigen nuestro destino: Las circunstancias de nuestro nacimiento, el haber nacido en una familia rica o pobre, viene impuesto por la severa ley del karma.  Si has sido bueno en tu vida anterior nacerás rico, y si has sido malo, nacerás pobre.  (Esto nos hace sospechar que está teoría fue una creación interesada de los ricos de la antigüedad oriental, pues según se deduce de ella son poco menos que santos).

Otras tendencias más modernas adscritas a la reencarnación están empezando a devolver la libertad al individuo, y aseguran que el hombre siempre es libre de elegir su destino, incluso antes de su nacimiento.  Aseguran que antes de nacer elegimos lugar, país y padres donde reencarnarnos; siempre para beneficio de nuestra evolución espiritual, naturalmente, pues, según dicen, somos espíritus puros antes de ser carne mortal. 

Yo no consigo imaginarme esta situación prenatal, me da la sensación de que les iba a resultar muy difícil a los ángeles, encargados de la distribución de las almas por los cuerpos de recién nacidos, atender a todas las demandas de los espíritus a la hora de escoger unas familias u otras; pues es de suponer que unas serán muy solicitadas, mientras a otras no las querrá nadie.

También hemos hablado de que nuestro destino puede estar escrito en las estrellas, sobre todo para aquellos que creen en la astrología.

Y no podemos olvidar que nuestro destino está sobre todo en manos de dios, dirigente supremo de la vida de todo creyente religioso.  Aunque cuando dios tiene un representante en la tierra, un importante mediador suyo, ya sea un gurú o un sumo sacerdote, será en sus manos donde estará el destino de sus seguidores.

Vamos, que, después de conocer todo lo que puede influir en nuestro destino, resulta muy difícil saber porqué nacimos aquí o allá, o qué fuerzas son las que dirigen los pasos de nuestra vida y deciden el momento de nuestra muerte.  Aunque para los creyentes eso es pan comido: según la realidad virtual espiritual en la que crean, su destino estará dirigido por unas fuerzas o por otras, por una divinidades o por otras, incluso por unos demonios o por otros.  De tal forma que al creyente le queda muy poco de libertad para dirigir su futuro. 

El ateo tiene más suerte al respecto, pues, aunque no se sienta totalmente libre para hacer con su vida lo que quiera, al menos no siente las limitaciones de los creyentes.  Pero, aunque la persona religiosa tenga menos libertad, también le corroerán menos dudas respecto a su destino, pues si éste está en manos de dios, no tiene que preocuparse por nada: dios proveerá.

El elevado grado de sugestión que alcanzan los creyentes propicia que estén convencidos de que su destino está en manos de aquello que consideran influye directamente en sus vidas, ya sea un dios, una energía o un conglomerado de dioses y energías, o un gurú.  Los bienes de la vida son concedidos por las deidades o fuerzas benefactoras de la realidad virtual espiritual en la que se crea, mientras que los males sufridos serán producidos por la ira de los dioses, por fuerzas oscuras o demonios malignos, o sencillamente se considerarán pruebas divinas.

Lo sorprendente de esta situación estriba en que cuando una persona se convierte en creyente de una realidad virtual espiritual, no sólo será a partir de entonces cuando las fuerzas, dioses o demonios incluidos en su nueva fe, influenciarán en su destino; sino que, además, la persona, al recordar toda su vida, reconocerá cómo esas nuevas entidades, o energías que acaba de conocer, estuvieron siempre presentes en su vida pasada, e incluso antes de nacer.  Y lo más sorprendente todavía sucede cuando se pierde la fe en todo eso que se cree, y se vuelve a depositar la confianza en otra realidad virtual espiritual diferente.  Entonces, todo en lo que se creía anteriormente pierde su poder sobre nosotros, y se vuelve a realizar el mismo proceso anterior, reconociendo que son nuevas fuerzas, nuevos dioses o demonios, los que ahora determinan nuestro futuro e influyeron en nuestro pasado.  Claro está que si este proceso se repitiera varias veces más, uno empezaría a sospechar que su destino es más bien cosa suya que de otras cosas en las que uno quiera creer.  Pero esto no es frecuente que suceda, ya que no es habitual cambiar muy a menudo en la vida de religión o de camino espiritual.

En los ámbitos más intelectuales, la psicología científica está empeñada en demostrarnos que actuamos como ordenadores y que nuestro destino responde a los programas de nuestra mente.  Modernas tendencias de esoterismo psicológico ―sin base científica alguna, claro está― afirman que desde el momento en que nacemos, incluso ya desde el período de gestación, estamos siendo moldeados por las circunstancias que nos rodean, y programados por los pensamientos que recibimos de nuestro entorno.  Estas hipótesis pretenden demostrar que ya tanto el feto como el bebé, aunque no sepan idioma alguno, ya nos entienden a la perfección.  De hay que tengamos a infinidad de modernas mamás hablando con su bebé, incluso con el que todavía no ha nacido, enviándole pensamientos positivos para que su hijo acabe siendo una persona radiante, programada en positivo para ser feliz desde antes de su nacimiento. 

No cabe duda de que estas modernas tendencias prometen.  Solamente añadir al respecto por mi parte que el pensamiento positivo no es un pensar desnudo, ha de estar impregnado de sensaciones positivas.  Con esto quiero decir que si un bebé está escuchando de su madre frases positivas mientras ella está sufriendo por una u otra causa, seguro que el bebé estará recibiendo con más claridad lo negativo del sufrimiento de su madre que lo positivo del mensaje de sus palabras.

Estas modernas tendencias que nos dicen que nuestro pensamiento moldea nuestro destino, forman una de las hipótesis más serias que explica porqué nos suceden las cosas.  Desde las enfermedades, hasta cualquiera de las circunstancias que nos rodean, aseguran ser producidas por nuestros pensamientos más profundos.  Lo problemático de esta creencia radica en saber cuáles son los pensamientos negativos y en cambiarlos por otros positivos.  Yo he estado durante años realizando diferentes test para intentar descubrir los pensamientos que moldearon mi vida y la continúan moldeando, y una vez obtenidos los resultados de los test, iba sustituyendo los pensamientos negativos por sus opuestos positivos.  Estuve hasta un mes trabajando en la desprogramación de cada pensamiento negativo importante, escribiendo a diario su opuesto positivo unas treinta o cuarenta veces para intentar cambiar esa especie de código negro que me estaba haciendo la puñeta durante toda mi vida, y realizando a la vez ejercicios de meditación y de respiración para integrar el cambio en la personalidad.

Vamos a poner un ejemplo típico: nuestros padres se pasaron toda nuestra niñez diciéndonos que somos niños malos, afirmación que durante toda nuestra vida se ha confirmado, pues no hemos podido evitar continuando haciendo trastadas ni aun siendo adultos.  Una vez hallamos descubierto este código, habremos de crear el contrario e iniciar un largo proceso de desprogramación.  Para anular el pensamiento negativo “ yo soy malo” habríamos de pensar muy a menudo y muy profundamente: “ yo soy bueno”, y, en teoría, nuestra vida habrá de cambiar en un sentido positivo.  Pero solamente en teoría, pues si bien parece ser cierto que estos pensamientos dirigen nuestro destino como si fueran códigos de nuestro profundo ordenador personal, también es cierto que no es nada fácil cambiarlos. 

No voy a negar que todo el trabajo psicológico que durante años realicé de esta forma no haya producido cambio alguno en mi vida.  Cierto es que se produjeron notables cambios en las circunstancias que me rodeaban y sobre todo en mi comportamiento, siempre en un sentido positivo.  Pero lo que damos en llamar negativo no cesa de manifestarse en mi vida de una forma o de otra.  Es como si cuando limpiáramos una capa de nuestras profundidades apareciera la siguiente tan sucia como la anterior.  La limpieza parece no terminarse nunca.

Nuestra forma de ser profunda y las circunstancias que rodean nuestra vida, si es cierto que se forman a través de un programa mental, este programa fue introducido en nuestra niñez en las profundas capas todavía vírgenes de nuestro cerebro y con una notable carga emocional.  Es un programa base muy difícil de cambiar cuando se es una persona adulta, pues nuestra mente ya está formada y estructurada, y cualquier información que ahora le introduzcamos difícilmente penetrará hasta donde están esos pensamientos básicos.   Los esfuerzos por cambiarlos puede interpretarlos nuestra mente como otros datos superficiales más a procesar, entre la tremenda cantidad de información que un adulto procesa durante cada día de su existencia.

Para solucionar este problema de profundización, muchas de estas nuevas psicoterapias esotéricas que se esfuerzan en desprogramar los pensamientos negativos, están haciendo uso de lo divino para meter los nuevos códigos en un ambiente devocional, sabiendo las propiedades de programación tan extraordinarias que los ambientes sagrados proporcionan,  adecuados para creerse todo lo que haga falta y todo lo que se nos ponga por delante, en este caso: pensamientos positivos que deberán de cambiar nuestra vida.

Otras técnicas de desprogramación utilizan meditaciones al estilo Yoga para hacer penetrar los códigos positivos.  Vamos, que se están haciendo esfuerzos extraordinarios para intentar ser un poco más felices.  Y todo lo que se haga al respecto será poco, pues me temo que no sólo será necesario llegar a las profundidades individuales de cada persona, sino que habrá que alcanzar el inconsciente colectivo de nuestra especie, donde creo que residen códigos mentales que nos están fastidiando desde que existimos como raza humana.

Mientras tanto, hasta que demos con los todos los comandos del programa que dirige la vida humana, muchas personas continuarán echando mano de las artes adivinatorias para intentar saber que les depara el destino.