Cambios en los valores espirituales

La Humanidad no ha cesado a lo largo de su Historia de realizar profundos cambios en la elección de los valores espirituales.  Revoluciones que siempre se han producido de forma muy lenta, pues las desprogramaciones y las nuevas programaciones en el nivel espiritual del hombre necesitan de un mayor tiempo que las realizadas en sus otras dimensiones.  No porque el alma humana sea más lenta en experimentar cambios, sino porque una revolución espiritual solamente alcanza su madurez cuando se ha extendido a toda una sociedad; y eso lleva su tiempo.  Mientras que en los otros niveles el ser humano puede vivir cambios completos en sí mismo, los cambios nivel espiritual son incompletos si no se extienden al resto de los individuos.  Uno de los impulsos más vitales del espíritu humano es el de hacer llegar la revolución concebida por un individuo, o por un grupo de individuos, al resto de la Humanidad; y si ese impulso es reprimido, si el cambio espiritual no es compartido, la desprogramación de valores espirituales no ha sido efectiva ni siquiera para el propio individuo que la concibió.  Será una revolución en semilla, sin germinar, un cambio inacabado, incompleto.  Las revoluciones espirituales no se llevan a cabo únicamente a un nivel individual, sino que atañen al inconsciente colectivo que nos une a todos.

De ahí la necesidad que tiene el alma humana creadora de agruparse para sembrar las nuevas creaciones espirituales, tierra donde pueda germinar la semilla engendrada con la esperanza de que crezca y se extienda por toda la Tierra.  Las sectas son esos grupos de personas donde el experimento se lleva en secreto, invernaderos clandestinos donde la plantación se esconde del resto de la Humanidad para proteger su crecimiento.  Protección que resulta insuficiente en muchas ocasiones, e incluso contraproducente, pues de la misma oscuridad del misterio surgen todo tipo de intrigas que, como malas hierbas, terminan con las esperanzas de una buena cosecha.

Esta especie de plantaciones espirituales ―sectarias o no― no han cesado de producirse a lo largo de la historia de la Humanidad.  Unas fructificaron con gran éxito y se extendieron por todo el mundo, otras lo hicieron en zonas concretas del planeta, y otras fracasaron.  Unas son de carácter filosófico, otras de carácter ético, otras político, otras sencillamente culturales o artísticas, y otras de carácter esotérico o religioso.  Todas ellas componen el conglomerado de valores espirituales de los seres humanos.

Las preferencias de las sociedades por uno u otros valores no han cesado de cambiar a lo largo de nuestra Historia.  La adicción social a unos o a otros valores ha sufrido constantes procesos de deshabituación seguidos de nuevos procesos adictivos.  La búsqueda de respuestas, de la felicidad, de la perfección y de nuevas fronteras, nos incita a experimentar constantemente con nuevos valores espirituales.  El proceso evolutivo de estos cambios en la actualidad parece dirigirse hacia una humanización de los valores.  El esfuerzo por la implantación de los Derechos Humanos a un nivel planetario, que están realizando los países desarrollados, es una buena muestra de esta humanización, y supone una auténtica revolución espiritual universal.

Recordemos que en la antigüedad se consideraban una actividad espiritual los sacrificios humanos en muchos lugares de la Tierra.  Desde entonces hemos dado un giro de ciento ochenta grados a nuestros valores espirituales.  Ahora defendemos la vida de todo ser humano y pretendemos combatir todo aquello que atente contra ella.  (Aunque no podamos evitar que todavía existan grupos religiosos que consideren la matanza de infieles como un valor espiritual).

Las ciencias también han hecho cambiar los valores espirituales.  A medida que fueron descubriendo la realidad, fueron perdiendo credibilidad las creencias basadas en que todo funcionaba por arte de magia o por voluntad de los dioses de turno. Ya casi nadie ve a un dios en un rayo o en el sol.

La infalibilidad de las religiones se está cuestionando como nunca se había hecho hasta ahora.  Sin embargo, probablemente debido a que la sed espiritual del hombre todavía no ha sido saciada, y gracias a la libertad de culto y el derecho de asociación, las sectas han proliferado en nuestra sociedad, y cualquier ciudadano de los países desarrollados tiene acceso a multitud de religiones o sistemas de culto por muy extraños que sean.  Esto ha propiciado realizar unos análisis comparativos que nos han demostrado la validez de la mayoría de las creencias para saciar la sed de la experiencia religiosa, y en los que también hemos podido comprobar que ninguna de ellas sobresale tanto por encima de las otras como sus predicadores anuncian.  A un nivel popular ya no se valoran a nuestras viejas religiones como entidades infalibles y todopoderosas.

Todos estos cambios en los valores espirituales han necesitado de un gran esfuerzo social.  Cambiar un costumbrismo espiritual asentado en la tradición necesita superar una notable resistencia.  Especialmente, ha sido la religiosidad uno de los mayores impedimentos para el progreso de la evolución de los valores humanos, han sido necesarios períodos de muchos siglos, incluso milenios, para que arcaicos y obsoletos patrones religiosos fueran abandonados y dejaran de ejercer su influencia social.  Los dogmas de obligatoria creencia han sido los sellos que durante siglos han mantenido vigentes las diferentes religiones.  Pero la libertad religiosa, que las leyes sociales nos otorgan en los países desarrollados, ha suprimido la obligatoriedad de creer en los dogmas de fe de las religiones oficiales.  Las dudas que siempre estuvieron en la mente de los feligreses, en torno a las verdades reveladas de los diferentes credos religiosos, han cobrado fuerza.  La fe está en crisis, y, en consecuencia, muchas personas con inquietudes religiosas, están buscando unos cimientos más sólidos para su religiosidad, están buscando una demostración más palpable, incluso física, de la existencia de las verdades religiosas. 

La fe ya no es un valor predominante en nuestra sociedad, el valor en alza es la experiencia, la vivencia.  Lo que está produciendo un gran número de agrupaciones sectarias en torno a favorecer la drogadicción mística y los fenómenos paranormales de carácter religioso.  Apariciones, milagros, mensajes del más allá, efluvios emitidos por los hombres dioses, y todo tipo de exaltadas sensaciones sagradas, están siendo los nuevos objetivos de gran número de buscadores.  La fe ya no es gran valor supremo, ahora es la vivencia religiosa, espiritual, esotérica, lo que se valora más por los caminos del alma.  Ahora, para creer en dios, casi hay que tocarlo, sentirlo, vivirlo, gozarlo.  La fe se ha quedado sola, ahora se lleva ver para creer.  Cambio en los valores espirituales que supone un regreso a volver a vivir los valores antiguos, los prehistóricos, los que crearon las creencias.  Cambios que no suponen una evolución, suponen más bien una regresión a nuestro pasado espiritual.  Ahora el típico buscador espiritual moderno se está comportando como el hombre religioso antiguo: cree en dios a base de vivirlo.  Se está regresando a Babilonia.  (Retroceso cultural que no considero negativo.  Prefiero la libertad de culto babilónica, que los siglos de creencias impuestos por las grandes religiones a golpe de espada).

El mayor peligro del regreso a los valores primitivos en los ámbitos espirituales reside en el aumento de la drogadicción mística, y en consecuencia en la irracionalidad con la que se puede llegar a comportar todo borracho de dios.  Es muy grande el peligro de que volvamos a caer en un nuevo periodo de inmovilidad, en siglos de adicción a estos viejos valores espirituales, cualquier drogadicción asentada en parte de la sociedad puede costar siglos erradicarla. 

Puede pensarse que exagero, que todas estas historias no afectan a nuestro modernismo; pero yo no estaría tan seguro de ello.  Nuestra modernidad tiene mucho de escaparate, como lo han tenido otras grandes civilizaciones de la antigüedad, complacidas en que todo iba bien en su seno, mientras en las sectas se cocían revoluciones que pusieron patas arriba a imperios muy poderosos.  No querer ver el poder que tienen las sectas, obviar todo lo que se cuece en su seno, es arriesgarse a llevarse un susto (de muerte muy a menudo, como nos muestra la Historia).  Son muy poderosas las fuerzas espirituales que podemos desarrollar los seres humanos sumidos en densas atmósferas sagradas.  Obviarlas nos aboca a llevarnos sorpresas que pueden llegar a ser muy desagradables, por ello es necesario buscar alternativas lo más válidas y beneficiosas posibles.

Para salir de este nuevo periodo espiritual, insatisfactorio para muchos de nosotros ―que ya lleva décadas gestándose― no va a ser suficiente con mostrar el fraude de las movidas religiosas, habrá que encontrarles una alternativa válida.  Muchos de los grandes filósofos griegos, en los inicios de nuestra civilización, ya nos avisaron que los dioses no eran ropa limpia.  Pero, como no dieron alternativas válidas para drogadicción mística, el pueblo continuó drogándose, emborrachándose con los dioses, y con los nuevos dioses más tarde, más flamantes, más infinitos, más seductores.  Porque no pensemos que las creencias han sido exclusivamente impuestas por la fuerza, también hubo cierta complacencia en los creyentes para que así fuera, y la sigue habiendo.  Las creencias pueden darnos regalos sensoriales a los seres humanos tan gozosos, que podemos creer en auténticas estupideces si al hacerlo nos sentimos más felices.

Nos encontramos en un momento fascinante, la evolución de nuestros valores espirituales vuelve a encontrarse en un nuevo instante de crítico.  En la actualidad tenemos otra nueva oportunidad para salir del oscurantismo religioso, otra nueva oportunidad para dejar de ser borrachos de los dioses, pues ahora los tenemos a todos ―o a casi todos― ofreciendo sus dulces vinos al pueblo.  Circunstancia que nos puede ayudar a sospechar el engaño, así como a impulsarnos a buscar nuevas alternativas a tanta deidad contradictoria y a sus gozosas glorias divinas.

En mis sueños de futuro confío en que los cambios de los valores espirituales, que estamos experimentando en los últimos tiempos, nos permitan evolucionar hacia una espiritualidad más auténtica, más asumida por los hombres y menos proyectada en las divinidades.

Cuando vivíamos en nuestra prehistoria sexual, el placer era un tabú.  Los dioses de la fertilidad reinaban sobre las sociedades prehistóricas, suyo era nuestro sexo.  Levantábamos menhires o tótems fálicos que representaban nuestra virilidad, altares para una sexualidad que creíamos venida de los cielos, y dedicábamos templos a la fertilidad femenina; adorábamos algo que creíamos no nos pertenecía.  Ahora, que hemos asumido nuestro poder creativo sexual, abandonamos aquellos rituales y tabúes; somos responsables de la procreación de nuestra raza, y disfrutamos del sexo como algo nuestro.  El sexo fue una energía psíquica reprimida por las creencias, proyectada en los dioses, y ahora está liberada.  Esperemos que la energía sagrada también deje de estar reprimida por las creencias que aseguran que no es un fluir nuestro, esperemos de la divinidad deje de estar encarnada en los dioses, y sea liberada en cada individuo. 

Cuando abandonemos nuestra prehistoria espiritual dejaremos de levantar altares a los dioses y dejaremos de considerar tabú las delicias de lo sagrado.  Habremos reconocido que dios es una dimensión humana y dejaremos de verla fuera de nosotros, abandonaremos los rituales de adoración, asumiremos la responsabilidad de nuestro poder creativo espiritual, y disfrutaremos del goce de lo sagrado como algo muy nuestro.

 

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