Los indicadores del rumbo
El desprestigio que la razón tiene en la mayoría de los caminos espirituales no es impuesto exclusivamente por parte de las sectas o religiones. El adepto principiante suele abandonar su capacidad de raciocinio sin oponer gran resistencia, no es necesario insistirle demasiado, ya que le supone un gran esfuerzo intelectual usar la lógica en el nuevo mundo en el que se ha metido, y no duda demasiado en abandonar su capacidad de raciocinio cuando se le aconseja que lo haga. Poner la vida en manos de dios, o de su representante en la tierra, no lo vive el creyente como una peligrosa temeridad, la mayoría de las veces se vive como si nos quitasen un peso de encima. Se puede sentir un gran alivio cuando nos dicen que no somos responsables de nuestra vida, que no nos preocupemos de ella; los universos espirituales son tan infinitos que es absurdo para quien cree en ellos tomar la responsabilidad del rumbo de su existencia.
No se nos ha educado para dirigir el timón de nuestra vida por los insondables mares del espíritu, lo más corriente es que dejemos su control a las deidades o al gurú de turno, cuando no es el viento esotérico en el que creamos quien lleva el barco de nuestra vida donde se le antoja. Navegamos por los mares del alma como hace milenos surcaban los mares nuestros antiguos, sin saber muy bien a dónde vamos. Por esta razón son necesarios los indicadores del rumbo, las brújulas o los sextantes que nos digan a dónde vamos o dónde estamos. Primarios instrumentos que nos indiquen si vamos bien o mal encaminados, si estamos en el camino correcto hacia el cielo o perdidos en limbos infernales.
Indicadores del rumbo a los que se les exige lo imposible, pues es muy fácil perder el norte en los mares del espíritu. Algo hasta cierto punto lógico, porque ―que yo sepa― no existe norte alguno en los mares del alma. El norte, el sur, el este y el oeste, lo ponen las creencias en sus particulares mapas de sus también particulares realidades virtuales espirituales.
Por lo tanto, como se podrá sospechar, existen muchos y muy variados indicadores del rumbo. Unas sectas utilizan unos y otras otros. Y, lo más sorprendente, en muchas ocasiones ―como el norte lo marcan las creencias― utilizan el mismo unas doctrinas u otras, pero en sentido contrario. Como, por ejemplo, en el caso del bienestar general.
En unas sectas se proclama que cuando uno se siente feliz, porque aumentado su bienestar general, es entonces cuando va progresando en su evolución espiritual; su rumbo es el correcto. Pensar así es totalmente lógico. Es natural que como resultado de un proceso de cambio interior nos encontremos cada vez mejor, si dicho cambio es positivo. Pero, como ya sabemos, la lógica deja mucho que desear en estos mundos ocultos, y es todavía más frecuente que nuestro bienestar sea interpretado en sentido contrario: es decir, que, si nos sentimos bien, es síntoma de que vamos por mal camino, y, cuando nos sentimos mal, es síntoma de que estamos en el camino correcto, de que evolucionamos de forma adecuada. Según esta creencia, la crisis humana que se padece en todo proceso de cambio evolutivo espiritual, dolorosa metamorfosis necesaria, propicia que nuestro bienestar brille por su ausencia, y que un malestar general sea el mejor indicador para demostrarnos que estamos en plena crisis y, por lo tanto, en pleno proceso evolutivo positivo de transformación interna. Cuando nos sentimos bien en nuestro caminar es porque nos hemos detenido en el camino y hemos interrumpido nuestro proceso de aprendizaje interno, hemos sido seducidos por las mieles de las drogas divinas y nos encontramos emborrachados de felicidad, drogados, y probablemente tirados en la cuneta del camino espiritual, como cualquier vagabundo, borrachos de dios.
Esto no es una broma. Es más bien una creencia trampa en la que muchos seguidores de diferentes métodos de transformación interna están atrapados. Hay muchas personas hechas polvo, destrozadas interiormente, padeciendo fuertes crisis constantemente, sin hacer absolutamente nada para remediarlo porque lo consideran algo positivo en la evolución de sus vidas. Hasta cierto punto es normal que todo cambio interno produzca cierta crisis, pero éste es un proceso que tarde o temprano tiene que terminar, y del cual habremos de salir mejorados si ha sido realmente una crisis curativa; ahora bien, me atrevo a asegurar que la mayoría de esas crisis que sufren muchos sectarios no son producto de un cambio interno positivo, sino causadas por las imperfecciones de los diferentes métodos de crecimiento espiritual en los que están sumergidos. La mayoría de las veces los creyentes no resurgen de ellas transformados en seres sumamente equilibrados y angelicales, es más frecuente observar cómo se mantienen en crisis de por vida, considerando este hecho algo positivo. Y es que no nos podemos imaginar el poder de sugestión que podemos llegar a padecer, hasta el punto de encontrarnos cada día peor y considerar que estamos mejor.
Este tema es tan grave y de tal importancia que volveremos sobre él en capítulos posteriores.
Ahora continuemos con nuestros indicadores del rumbo. Todos nos dicen, a su manera, cómo vamos caminando, y algunos de ellos son tan buenos que nos pueden llegar a indicar hasta por dónde debemos de ir. Este es el caso del “camino del corazón”. Otra forma de dirigir nuestros pasos en virtuosa ignorancia intelectual que está alcanzando gran popularidad en los últimos tiempos. Digamos que se trata de un sistema de orientación por los infinitos espacios del espíritu, sirve incluso para multitud de creencias, nos indica si vamos bien o no y qué dirección hemos de tomar. Unos dicen que con sólo escuchar la voz del corazón ya es suficiente para dirigir nuestros pasos. Yo he de reconocer que no conozco esa sabia voz (si es que existe). La voz de mi corazón siempre la he sentido en forma de sentimientos, en ocasiones pasiones; y, al seguirlas, en unas ocasiones me ha ido bien, pero en otras me han deparado algún que otro disgusto. A lo mejor es que mi corazón es un corazón traicionero. Si así fuera, sería muy conveniente asegurarse, antes de seguir la voz del corazón, cual es el tipo de corazón tenemos.
Bromas aparte, quizás el mejor indicador para saber si estamos progresando en nuestra evolución espiritual, es sopesar de vez en cuando la cantidad de amor que tenemos en nuestra vida. No es poco frecuente que el buscador del amoroso paraíso celestial se encuentre perdido en medio de un desierto sin una gota de amor que llevarse a la boca, o incluso rodeado de odio. Este puede ser un claro síntoma de que hemos tomado un rumbo equivocado. Aunque, como hemos dicho antes, hay quienes piensan que cuanto peor estemos y menos amor sintamos, es mucho mejor, pues con más fuerza lo buscaremos. Y también es típico afirmar que, cuando se abrazan nuevas creencias, uno puede verse rodeado de odios por todas partes, al estilo de los mártires.
Yo me inclinaría por usar el indicador del amor en un sentido directamente proporcional a nuestra evolución, es uno de los indicadores más serios y de los menos utilizados en un sentido correcto, pues reconocer que no estamos evolucionando correctamente, o que caminamos hacia atrás, es muy duro, sobre todo cuando se ha tenido fe ciega durante muchos años en el método elegido. El indicador del amor no engaña, pero hemos de ser muy sinceros a la hora de utilizarlo: Sólo habremos de observar si el amor que vivimos en todo nuestro contorno ha crecido o ha disminuido, pero, repito: en todo lo que rodea nuestra vida, incluyendo a todas las personas y circunstancias. Es muy típico creerse que uno crece en amor porque está viviendo un gran cariño con su nuevo dios o con los miembros de la secta en la que acaba de entrar, mientras su vivencia de amor decrece tremendamente en su entorno familiar, en su trabajo y en el resto de relaciones sociales. Esto no es crecer en el amor, es lo contrario.
Otros creyentes, para observar cómo les van los cambios de su alma en el otro mundo, se fijan en los cambios más materiales que les están sucediendo en éste. Este indicador del rumbo ha sido el más usado desde la antigüedad. Los creyentes en él consideran que si su comportamiento agrada a su dios, éste les hará todo tipo de regalos, y el éxito estará presente en sus vidas; y si sus actos no agradan a dios, les castigará despiadadamente con la miseria. Si su economía progresa adecuadamente, si tienen abundantes relaciones satisfactorias, si andan bien de salud, si tienen buen aspecto, etc., es que su progreso en el otro mundo marcha bien, tal y como se refleja en este. Aunque volvemos a recordar que los hay quienes consideran lo contrario, quienes si les va bien en esta vida piensan que no les va a ir muy bien en la otra. Pueden pensar que dios los ha abandonado porque ya no les pone pruebas, que no están expiando sus culpas al estilo del santo Job, o cosas parecidas.
Como podemos observar, la utilización de estos indicadores del rumbo puede ser manipulada a gusto del consumidor, o del vendedor. Ya nos vaya bien o mal en la vida, puede ser interpretado como queramos o como nuestros consejeros espirituales quieran. Si deseamos convencernos, o desean convencernos, de que hemos escogido el camino correcto, de que vivimos en la doctrina adecuada, o de que ya es hora de abandonar una vieja creencia, podemos hacer uso de estos indicadores del rumbo de una forma o de otra. Son como brújulas de madera que nos pueden indicar la dirección que nosotros queramos o la dirección que desean que sigamos nuestros consejeros espirituales.
Es muy aconsejable no fiarse de estas falsas brújulas diseñadas para ser manipuladas, y hacer siempre lo que creamos más conveniente. Y si no sabemos qué es lo que más nos conviene, entonces podemos hacer lo que nos dé la gana. Esto puede parecer no muy adecuado en los caminos espirituales, pero ejercita nuestra libertad: importante facultad humana, muy olvidada por los diferentes métodos de trabajo espiritual, y muy necesaria para un desarrollo integral de nuestro crecimiento interior.