Las toxicomanías
No podemos abandonar el tema de las adicciones sin hablar de las toxicomanías. El uso de drogas en esoterismo o en las religiones fue en la antigüedad algo habitual. Los chamanes, los brujos y las brujas, utilizaban los alucinógenos como puertas de acceso a sus realidades virtuales particulares y para ponerse en contacto con las entidades que las pueblan. La persecución a escala mundial de las drogas ilegales ha terminado con estas viejas costumbres. Solamente se continúan utilizando en contadas ocasiones en el mundo de las sectas, y siempre en secreto. Son en las sectas de carácter chamánico, de magia negra o de brujería donde más se pueden llegar a utilizar.
Yo nunca me pude permitir el lujo de drogarme (ni con las drogas legales), siempre temí que mi débil constitución física se me resquebrajara bajo la influencia de las drogas; además de que no me agrada cualquier perturbación de la conciencia o de la percepción. Por lo tanto, no puedo hablar de las drogas con la propiedad que avala la experiencia. Únicamente me permito el lujo de drogarme con las endorfinas ―de las que ya hemos hablado― generadas por las experiencias místicas, pero sin llegar a alucinar ni a sumirme en placenteras somnolencias.
No obstante, sí que he sido testigo en varias ocasiones del consumo de drogas en el seno de las sectas por las que he andado, pero este consumo nunca fue inducido por la doctrina sectaria ni por el gurú de turno, sino por circunstancias ajenas. Las sectas típicas occidentales procuran evitar que entre sus adeptos haya drogadictos; ya tienen bastante mala fama como para que encima la aumenten acogiendo a drogodependientes o induciendo al consumo de drogas. Sin embargo, allá por los setenta, bastantes sectas acogieron una gran oleada de drogadictos provenientes del proceso de desintegración del movimiento hippy. Muchos de estos jóvenes se introdujeron en el seno de las sectas como continuación del proceso de búsqueda del paraíso utópico, al que el movimiento hippy no les había conseguido llevar. Y muchos de ellos continuaron en las sectas con sus drogodependencias adquiridas en sus años de hippy. Yo fui testigo de cómo se desgañitaban los dirigentes de la secta de carácter hindú ―en la que me encontraba por aquellos años― predicando en vano para que no se consumieran drogas. Se estaba intentando enseñar a meditar a unos jóvenes adictos a volar; y, para desdicha de sus instructores, no había forma de que se sumergieran en la quietud indispensable para iniciar cualquier tipo de meditación; las alteraciones que les producía su drogodependencia se lo impedía. Los elixires sagrados que se vivían en el seno de las actividades místicas sectarias no saciaban por completo su sed de borrachera, y gustaban de mezclar la droga sagrada de la volada mística con las otras drogas tóxicas para volar más alto. Naturalmente, cuando se caían, se hacían bastante daño.
La mezcla de las experiencias espirituales con el consumo de drogas es un cóctel muy explosivo del que es muy difícil salir bien parado. Solamente los chamanes y los aficionados a la brujería se atreven a manipular esta mezcla. Como yo no he estado en contacto con este tipo de vías esotéricas, no puedo apenas dar detallada información sobre ellas. Uno de los argumentos más importantes que estas vías exponen para justificar el consumo de drogas en sus rituales es que lo hacen como se hacía en la antigüedad, de forma naturalmente asimilable para los individuos. Aseguran que en la actualidad es perjudicial el consumo de drogas porque se ha perdido el contacto espiritual con el alma de la planta alucinógena. Dicen que las drogadicciones actuales son exclusivamente químicas, mientras que ellos consumen las drogas acompañados siempre de espíritus que ayudan a asimilar el impacto alucinógeno y a evolucionar espiritualmente al aprendiz de chaman, de brujería o de magia negra. Yo, si desconozco estos métodos ―además de por el miedo que les tengo― es porque nunca he sido partidario de ellos. En cualquier tipo de vía espiritual el estudiante ha de realizar un gran esfuerzo para integrar las variaciones internas propias de todo caminar esotérico; añadirle nuevas variaciones, producidas por sustancias de perturbación de la conciencia, me parece desbordar la capacidad de asimilación humana.
En mi opinión, si el chamanismo o la magia negra necesita de drogas tóxicas, es porque no son capaces de generar la suficiente atmósfera sagrada que provoque, en los asistentes a los rituales, una espontánea drogadicción mística a partir de endorfinas. Digamos que sus métodos son un poco rudos, manejan la espiritualidad a lo bestia. Al trabajar más con la energía de la tierra que de los cielos no alcanzan la sutileza suficiente para provocar la drogadicción natural mística, no son lo suficientemente espirituales como para prescindir de las drogas, necesitan de los tóxicos alucinógenos para penetrar en sus realidades virtuales espirituales y ponerse en contacto con sus dioses particulares. No es la atmósfera sagrada quien los lleva a la borrachera, son las borracheras, que les producen las drogas que se suministran respirándolas, ingiriéndolas o a través de la piel, las que les llevan a vivir lo sagrado.
Como hemos visto en los capítulos anteriores no es necesario tomar sustancias tóxicas para alucinar en los caminos espirituales típicos. Las drogas que segrega nuestro cerebro, de forma natural cuando estamos sumergidos en la vivencia de lo sagrado, ya son más que suficiente para hacernos disfrutar de dulces borracheras sin peligro de matarnos lentamente. El efecto sedante de la paz espiritual es de una calidad muy superior a cualquier tipo de tranquilizante farmacéutico o de droga hipnótica. Y si somos adictos a la “mucha marcha”, no hay mejor estimulante que la fuerza espiritual para darnos toda la cuerda que deseemos. Y las visiones de los iluminados espirituales, o las apariciones que puede producir la experiencia religiosa, no tienen nada que envidiar a los efectos alucinatorios que produce el consumo de alucinógenos.
Estas propiedades biológicas de la vivencia de lo divino, están siendo aprovechadas por algunas organizaciones de carácter espiritual para crear programas de rehabilitación de drogadictos. Sólo se trata de sustituir una adicción que está matando por otra inofensiva e incluso beneficiosa para el organismo. Algo que puede parecer muy sencillo, pero que exige un gran esfuerzo y suele provocar fuertes crisis internas en los afectados. Hay que tener en cuenta que para drogarse, la persona adicta a sustancias tóxicas, ha tenido que realizar siempre un tipo de esfuerzo digamos material, para conseguir el dinero que le van a costar las drogas, por ejemplo; y ahora tiene que hacer un tipo de esfuerzo, habitualmente desconocido para él, de tipo espiritual. Es tal el cambio de valores que ha de realizar el drogadicto en su programa de selección de preferencias que no puede evitar sufrir una fuerte crisis de adaptación al nuevo sistema de vida. Las organizaciones enfocadas en semejante empeño realizan esfuerzos dignos de ser aplaudidos. Tenemos un ejemplo digno de mencionar en la asociación “Alcohólicos Anónimos”, sociedad empeñada en rehabilitar a los enfermos de una de las peores adicciones a un tipo de droga legalizada en los países desarrollados. El uso que hacen de las propiedades divinas para curar a estos enfermos es ejemplar. Sin afiliarse a ningún credo ni religión, invocan el poder divino para que les ayude en su curación, con tal grado de éxito que están mereciendo el aplauso de la sociedad. Es uno de los pocos grupos sectarios que ha conseguido utilizar la fuerza espiritual para algo realmente práctico, sin necesidad de perderse por las ramas de complejas doctrinas.
Existen otros grupos de rehabilitación de drogadictos de carácter espiritual integrados en religiones o vías espirituales. La sociedad ha de estar agradecida al esfuerzo que todos ellos están realizando para intentar rehabilitar a los afectados de una de las peores lacras de nuestra sociedad. Aunque no vamos a negar que tras la rehabilitación de drogadictos, como tras cualquier otro servicio social de estas organizaciones, se esconda un notable proselitismo.