El instinto religioso

Los instintos consiguen que los seres vivos respondan de cierta manera ante ciertos estímulos.  Según nuestro supuesto, es el programa general de realidad virtual el que tiene programado el comportamiento instintivo, el que da fuerza e intención a los instintos.  Los seres vivos sentimos el empuje de los instintos y experimentamos las segregaciones hormonales, de endorfinas, de adrenalina, o de la sustancia que en cada caso tenga programada el instinto inyectarnos en la sangre.  El programa de la vida no se limita a empujarnos a realizar ciertas labores programadas de antemano, nos convierte en partícipes de su juego consiguiendo que nos sintamos protagonistas de las movidas instintivas gracias a las sustancias, agradables o desagradables, que ordena segregar a nuestro cuerpo para darnos la sensación de realismo, para engañarnos mejor.  En el comportamiento sexual podemos observar cómo los seres vivos sentimos la fuerza sexual, pero a su vez nos sentimos protagonistas en la búsqueda del placer.  Si no existiera el placer en el acto sexual, nos resultaría grotesco e incluso desagradable.

El instinto religioso no funciona de forma diferente a los demás instintos.  Se estimula ante ciertas circunstancias, nos “empuja” en una dirección determinada, y nos inyecta en la sangre las sustancias (de las que ya hablamos en el capítulo: “La drogadicción mística”) que ayudarán a dar realismo a los fenómenos religiosos y nos conducirán a ser seducidos por ellos.  Para que el instinto religioso se ponga en marcha solamente es necesario que la persona empiece a sentir lo sagrado, a tener inquietudes transcendentales, y pretenda ir mas allá de nuestra realidad, virtual, según nuestra hipótesis.  Es entonces cuando el programa pone en funcionamiento el poderoso instinto religioso, destinado a sumergir en las realidades virtuales espirituales a todo aquel que debido a su espiritualidad intenta evadirse de la realidad física.  Para ello se sirve de la drogadicción mística y de la percepción extrasensorial.  

El instinto religioso se desata en cuanto una persona experimenta su dimensión sagrada.  Cuando empezamos a recordar nuestra divinidad, el programa se encarga de proyectarla en los dioses o en las entidades que pueblan las realidades virtuales espirituales.  Para realizar esto el programa se aprovecha de que, al estar sumergidos en una realidad virtual, según nuestro supuesto, y al creernos un cuerpo de carne, nos hemos olvidado de nuestra grandeza, por lo que le cuesta muy poco convencernos de que nuestra divinidad se encuentra encarnada en los dioses y no en nosotros.

Si los dioses son lógicos es porque la creencia en que somos seres individuales los hace lógicos.  Todo lo que sucede en nuestro supuesto mundo virtual tiene su cierto grado de lógica, recordemos que es un programa inteligente quien dirige esta supuesta realidad virtual.  El instinto religioso, como cualquier otro instinto, tiene su lógica, sino no podría engañarnos.  El instinto sexual es lógico porque sin él no existiría la vida.  Y es lógico porque existe la muerte, pues sin el instinto de muerte, el instinto sexual, creador de vida, no tendría sentido; a no ser que viviéramos en un mundo infinitamente grande que pudiera albergar un crecimiento incesante de seres vivos que no murieran nunca.  El instinto sexual y el de muerte se dan sentido uno a otro, y dan sentido a todo el juego de la vida de este nuestro mundo.

Y el instinto religioso es el principal defensor del juego de realidad virtual en el que estamos metidos, según nuestro supuesto.  Nubla el raciocinio cuando se experimenta con intensidad, como cualquier otro instinto, y genera fantasías mentales como cualquier otro instinto, en este caso las fabulosas realidades virtuales espirituales.  Algo que le viene como anillo al dedo al programa para distraer a los buscadores de la verdad. 

El instinto religioso espera pacientemente hasta que es estimulado.  Una persona sin inquietudes espirituales no será “excitada” por él, incluso no sabrá nada de su existencia y no comprenderá a las personas religiosas.  Pero en cuanto un ser humano se sumerge en el peligroso terreno de la búsqueda espiritual, nuestro descomunal instinto conseguirá atraparlo entre sus redes, dándole respuestas erróneas a sus preguntas, haciéndole ver y sentir que aquello que le muestra es lo que andaba buscando.

Si el místico que le ha tocado en suerte vivir intensamente el instinto religioso no es creyente ni conoce la existencia de dios alguno, el instinto no tendrá dificultades en crear dioses para él.  La facultad de crear dioses que tiene el instinto religioso es semejante a la facultad de crear hijos que tiene el instinto sexual.  Uno conlleva el instinto maternal o paternal, una vez vienen al mundo los hijos, para que continúe el juego de la vida; y el otro conlleva el instinto de sentirnos hijos del divino padre o de la divina madre que el instinto religioso haya creado para nosotros.  Aunque si ya somos creyentes por costumbrismo cultural, nuestro poderoso instinto no necesitará crear dios alguno, nos invitará amablemente a que adoptemos al dios que predomina en la cultura espiritual de nuestro pueblo, y a que lo adoremos con las nuevas ansias místicas que se habrán despertado en nosotros.

A pesar de que el instinto religioso es típicamente humano, no deja de ser un instinto con las mismas características básicas que el resto de los instintos animales.  Si me atrevo a colocar al flamante instinto religioso a la altura de los instintos de los animales, no es solamente por las similitudes que pueda tener con ellos, sino porque su estimulación vivifica a los demás instintos de forma semejante a como todos los instintos se estimulan entre sí.

Cuando un macho dominante de una especie de mamíferos consigue el poder en un grupo, su instinto de dominación alcanza una elevada excitación.  Circunstancia que también excitará a su instinto sexual y lo convertirá en el único macho que copule con las hembras, mientras que su instinto de supervivencia también gozará también de un alto grado de satisfacción, pues será quien se lleve mejor bocado a la hora de comer.  El instinto violento también habrá de permanecer altamente excitado, pues para mantenerse en el poder tendrá que vérselas muy a menudo con otros machos que pretenderán arrebatárselo.  Estas situaciones son muy naturales y habituales en el mundo animal.  Unos instintos excitan a otros.  Algo que también sucede con los humanos, pues aquellos que ostentaron el poder siempre fueron quienes más copularon, quienes mejor estuvieron alimentados y quienes más fuerte pegaron a quienes intentaron derrocarlos.

Si bien es cierto que el instinto religioso no es excitado por el resto de los instintos, sino por las inquietudes que ya hemos comentado, él sí que excita a todos los demás.  El programa de nuestra supuesta realidad virtual arroja todas su fuerzas instintivas contra quien se ha atrevido a traspasar la línea de su seguridad.  Ya hemos hablado de lo afrodisiaca que puede resultar una agradable atmósfera sagrada, del poder que sienten poseer quienes se creen elegidos por los dioses, y de la violencia que puede vivir el místico henchido de ardor guerrero en guerra santa declarada contra los herejes.  La Historia nos muestra muy a menudo como gracias al instinto religioso, la Humanidad ha bailado al son de los instintos más animales.  ¿Existirá alguna posibilidad de evitar que los acontecimientos continúen por el mismo curso que siempre lo han hecho?