La salida o el despertar

Nuestro supuesto nos sirve también para comprender por qué es tan habitual encontrarnos en los ambientes espirituales a personas que sienten no ser de este mundo, que intuyen estar aquí de paso, sumergidas en un mundo que no es el suyo, buscando una salida o un despertar.  Estos sentimientos o intuiciones y el consecuente impulso de búsqueda, a pesar de ser tan viejos como la Humanidad, apenas ―en mi opinión― han alcanzado éxito alguno.  Es típico intentar salir de aquí mientras permanecemos enganchados hasta la médula en el vídeo-juego de nuestra supuesta realidad virtual.  Y yo no me excluyo.  He de reconocer que, a pesar de haber alcanzado un alto grado de convencimiento de la virtualidad de nuestro mundo, no puedo evitar sentir como real, por ejemplo, un dolor de muelas de mi cuerpo virtual; así como tampoco puedo apreciar como una ilusión la visión de un cuerpo exuberante del sexo opuesto, por mucho que crea se trata de un espejismo.  Si es cierto que estamos sumergidos en una realidad virtual, el poder de hipnosis que ejerce en nosotros esta realidad es enorme.  Vamos a necesitar mucho tiempo para encontrar la puerta de salida.  Si es que existe alguna puerta de salida.

Porque mucho me temo que abramos las puertas que abramos, sólo encontraremos más ilusiones, nuevas realidades virtuales tras esas puertas, como en el caso de las espirituales.  No creo que sea posible encontrar la salida de una realidad virtual abriendo puertas de esa misma realidad, resulta obvio que tras ellas la irrealidad continuará igual.  Si hemos acertado en nuestro supuesto, mientras estemos tan profundamente seducidos por el efecto de realidad de este mundo, abramos las puertas que abramos, solamente conseguiremos entrar en nuevos aspectos de virtualidad.

Aquellas personas que se dejan llevar por la lógica más simplona que nos dice que la muerte puede ser la mejor forma de salir de este mundo, mucho me temo que caen en una vieja trampa creada por el instinto de muerte.  En nuestro supuesto, la muerte podrá ser el final de un juego protagonizado por una conciencia, pero no el final del jugar.  Los nacimientos y las muertes se suceden sin cesar en nuestro mundo y el juego no se ha detenido nunca.  La muerte nos sume más todavía en la inconsciencia del vídeo-juego.  Cuando morimos perdemos lucidez y nos dejamos llevar por las leyes de muerte naturales, nos dejamos llevar por el mortal juego más que en cualquier otro momento de nuestra vida.  La muerte sume en la inconsciencia del sueño mortal, cuando estamos en manos de la muerte estamos en el momento más indefenso, somos más que en cualquier otro momento peleles del juego mortal de la vida en este mundo.  Y si deseamos morir porque estamos sufriendo, mucho me temo que la muerte no puede suponer el final del sufrimiento.  Si estamos perdiendo, sumidos en la miseria humana, suspender la partida del juego no va a cambiar nuestra condición de perdedores.  Cuando estamos vivos tenemos oportunidades para cambiar nuestro mundo, cuando estamos muertos no.  Es imposible que la salida de este mundo esté en la muerte.

Los creyentes en los paraísos virtuales creen que la muerte es su salvación, que los llevará a sus cielos particulares.  Así como quienes creen en la reencarnación piensan que una nueva vida les va a aportar el cambio que anhelan.  Todas estas creencias son más un consuelo ante el drama de la muerte que una salida real de este mundo.

En mi opinión, si estamos diciendo que el individuo como tal es una ilusión, mal podemos considerar importante cualquier cambio individual después de la muerte.  Esos cambios individuales solamente pueden estar justificados por la creencia en las realidades virtuales espirituales.  El individuo solamente puede existir en una realidad virtual.  Si pensamos salir como individuos de este mundo virtual es para ir a otro virtual.  No hay salida como individuos de la virtualidad.  Si estamos suponiendo que este sueño está sucediendo en nuestra mente colectiva, y que nosotros como individuos somos consecuencia de esta realidad virtual, mal vamos a realizar nada importante individualmente.  Si todos somos uno, hagamos lo que hagamos, lo tendremos que hacer todos a una.  Por eso desconfío de las salidas de este mundo gota a gota, que tanto anuncian las religiones, después de la muerte.

Así como son también de dudosa efectividad las salidas del despertar que también se anuncian en muchas vías espirituales, pues son otras soluciones individuales.  Además de que si alguien despierta no debiera de tener dificultad para despertar a los demás.  Algo que no ha sucedido nunca, a pesar de que muchos iluminados se las dieron de despiertos.  Son muchas personas las que alcanzaron el despertar según sus criterios, pero el resto del mundo seguimos dormidos, según sus criterios también.  Mucho me temo que los despertares, tan cacareados, solamente consisten en cambiar de sueño.  O a lo mejor es que los demás no queremos despertar porque deseamos seguir durmiendo. 

Creo que será necesario un consenso universal para realizar un cambio efectivo.  Por eso vamos a enfocarnos en lo viable, en aquello en lo que todos estemos de acuerdo.  Como por ejemplo en acabar con el mal de este mundo.  Desprogramar los códigos del programa que nos hacen sufrir es algo con lo que probablemente estemos todos de acuerdo.  Buscar una salida de esta realidad virtual, o el despertar de nuestro sueño, mucho me temo que, a pesar de que muchas vías espirituales lo persiguen, nunca han tenido el consenso suficiente para realizar cambios efectivos en nuestro mundo.

Para que una revolución espiritual tenga un efecto serio en la población mundial tiene que haber una voluntad colectiva de realizar el cambio.  Por eso me inclino más por esforzarnos en intentar acabar con los males de nuestro mundo que nadie desea, en vez de anhelar la brutal depuración apocalíptica deseada por los creyentes y aborrecida por los no creyentes.

Por lo tanto, primero vamos a intentar conseguir un mundo feliz, y después nos pondremos a  pensar si queremos salir de aquí o no queremos.  Pero para conseguir un mundo feliz tendremos que llegar a lo más profundo del programa, de nuestra todavía desconocida realidad virtual, y desde allí desprogramar los códigos del mal.  Algo nada fácil.  Probablemente necesitemos más de un milagro.  Así que deberíamos intentar conseguir hacer más y mejores milagros, a poder ser científicamente y sin dioses de por medio, para evitar que sean aleatorios. 

Desde nuestro supuesto podríamos redefinir los milagros como fallos paranormales en el programa de nuestra realidad virtual destinados a desprogramar el mal.  Si los milagros son realizados hasta ahora por las supuestas divinidades, en el momento en que nosotros vayamos asumiendo nuestra divinidad, iremos teniendo más acceso al milagro, es decir: a desprogramar aquellas partes de nuestro mundo virtual que causan dolor.  Toda una gloriosa esperanza. 

A lo largo de toda nuestra Historia no hemos cesado de pedir a los dioses que nos libren de los males de este mundo, y todavía no ha habido dios que lo haya hecho.  No está mal que ahora lo intentemos nosotros.  Al menos en Occidente así lo estamos haciendo.  No cesamos en la lucha por mejorar nuestra felicidad sin dioses de por medio.  Y es de esperar que la hipótesis de nuestro mundo virtual nos permita avanzar más rápidamente en nuestro empeño.

Para desprogramar el mal de este mortal vídeo-juego tendremos que alcanzar los entresijos más profundos de nuestra mente colectiva.  Solamente desde nuestro centro, reconociendo nuestro poder sagrado, podremos actuar definitivamente.  Pues es muy probable que desde nuestra esencia sagrada hayamos creado nuestro supuesto mundo virtual.  Si siempre hemos considerado a los dioses como a los creadores de nuestro mundo, y ya hemos llegado a la conclusión de que a los dioses los ha creado el hombre, por pura deducción podemos llegar a la conclusión que nuestra realidad la hemos creado nosotros.

En el capítulo de la visión pusimos de manifiesto que cada uno de nosotros vivimos en un mundo personal que creamos con nuestras preferencias.  Y haciendo uso del mismo argumento podremos deducir que, muy probablemente, nuestro mundo físico lo hayamos creado todos nosotros en nuestra imaginación, en nuestro soñar de la vida, y lo estemos recreando constantemente; recordemos que el tiempo es una de las ilusiones de nuestra supuesta realidad virtual, un parámetro matemático.  Si en los sueños se colman los deseos, es probable que éste sueño compartido no sea un sueño aleatorio, y esté destinado a cumplir algún deseo.  Es posible que sea una realidad virtual programada intencionadamente, voluntariamente; y, si hemos de cambiarla, de mejorarla, habremos de reconocer los códigos del mal, que mantenemos vivos con nuestra voluntad profunda, para después desprogramarlos.  Podría ser que estemos viviendo en esta situación antinatural para nosotros, porque estamos realizando algún experimento extraño, o sencillamente estemos aquí siguiendo el mismo deseo de jugar que los jóvenes siguen cuando se meten en un vídeo-juego.

Si nuestra capacidad creadora de realidades virtuales espirituales no tiene límites, si somos capaces de crear sensacionales mundos celestiales e infernales desde nuestra dimensión sagrada ¿quién nos dice que no hayamos creado este mundo en el que vivimos?  Y si desde nuestra dimensión sagrada somos capaces de cambiar las propiedades de las realidades virtuales espirituales, incluso consiguiendo que unos mundos espirituales desaparezcan y aparezcan otros más a nuestro gusto, ¿no seremos capaces de cambiar las propiedades de nuestro mundo físico para hacerlo más a nuestro gusto o incluso cambiarlo totalmente?

Si observamos como hemos conseguido hacer desaparecer del mapa a los poderosos dioses del Olimpo y a sus terribles demonios, por ejemplo, veremos que todo fue debido a que algún importante personaje espiritual, o grupo o comunidad espiritual, desde su dimensión sagrada propagaron por la tierra la creencia y la vivencia de una nueva realidad virtual diferente, negando la existencia de la anterior.  De esta forma se han sucedido los cambios a lo largo de la Historia en las creencias y vivencias de las realidades virtuales espirituales.  Por lo tanto, si nuestro mundo físico es una realidad virtual, habrá de ser cambiada de la misma forma, desde nuestra dimensión sagrada, desde el amor que es nuestro propio centro.

Hasta que consigamos alcanzar tan hipotético estado nos convendrá ir definiendo nuestro estado actual.  De nuestro supuesto podemos deducir, por ahora, muy pocas cosas nuestras realmente.  Una de ellas es la vida:  si estamos metidos en una realidad virtual es porque estamos vivos.  Otra sería nuestro pensamiento: en una realidad virtual podemos continuar pensando.  Y otra sería nuestra naturaleza sagrada, conclusión obtenida del estudio de la andadura espiritual expuesta en este libro.  Por lo tanto, sabemos que, además de estar vivos, somos una especie de mente sagrada, amorosa en esencia.  Estas son las principales pistas que tenemos para guiarnos por la larga andadura investigadora que se abre ante nosotros.     

Sin nuestra divinidad no somos nada, somos nuestra divinidad.  Nuestra naturaleza amorosa es lo único real, la realidad de este mundo está hecha en su gran parte de vacíos de amor, sin embargo, la única sustancia que de ella real es el amor, nuestra naturaleza sagrada.  Parece un insostenible contrasentido, pero nuestro supuesto nos puede ayudar a comprenderlo:  Somos una especie de amor pensante que algún día se nos ocurrió pensar crear un mundo con grandes lagunas de amor, un mundo irreal, lleno de vacíos, de una terrible nada; un mundo, que como no puede existir, lo creamos en sueños.  Éste nuestro mundo solamente existe en nuestra mente, en nosotros, y por lo tanto también existe en nuestro amor, que somos nosotros.  Aunque nos parezca increíble, todos los átomos de este mundo están hechos de amor, incluso aquellos que componen las realidades no amorosas.  Esto lo han podido llegar a sentir grandes místicos. 

Espero que se entienda esto que estoy diciendo a pesar de que parezca una grave contradicción.  Entender que un mundo con tanto dolor se produzca en una mente colectiva amorosa puede parecer increíble.  Para entenderlo nos puede servir el ejemplo de una buena persona que está teniendo terribles pesadillas durante la noche causadas por funestas circunstancias que padeció durante el día.  Ése probablemente sea nuestro caso.  Somos buenos en el fondo, pero soñamos este mundo con graves connotaciones de maldad.  De ahí que cualquier aspecto del mal vaya en contra de nuestra naturaleza profunda, sagrada, aunque vaya a favor de la programada naturaleza de este mundo.

Ahora bien: ¿qué provocó en nosotros el vivir semejante pesadilla?  ¿Por qué mantenemos vivo este mundo de ilusiones, tan alejado de nuestra esencia amorosa, y que puede hacernos sufrir tanto?   

 

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