Amor real o amor virtual

En las películas de ciencia-ficción, que tratan el tema de la realidad virtual, es corriente presenciar escenas de intentos de hacer el amor en el ciberespacio de algún ordenador.  En casi todas ellas se pone de manifiesto lo insustancial de hacer el amor de esa forma.  La tecnología más sofisticada no puede sustituir la plena sensación del contacto carnal amoroso.  Los guionistas ponen de manifiesto que el hacer el amor virtual no tiene nada que ver con hacerlo como las leyes naturales mandan.  Ahora bien, si estamos dando por hecho que estamos en una realidad virtual, siguiendo las pistas de este supuesto, el amor que estamos haciendo en este mundo será tremendamente insustancial comparado con el amor que somos capaces de vivir.

Con este sencillo ejemplo podemos hacernos una idea de la tremenda dificultad que uno tiene para ser lo que es y para comportarse como desea en una realidad virtual.  La libertad que uno tiene en el interior de un escenario cibernético estará siempre condicionada por las limitaciones que le imponga  programa del ordenador y el sistema de inmersión que utilice.  El hombre lleva luchando por su libertad desde que existe, echándole las culpas de su esclavitud a los demás.  Bajo el supuesto que nos ocupa podemos comprender que nuestra libertad es imposible conseguirla mientras estemos encerrados en este mundo virtual, y que no tiene nadie la culpa de ello, pues todos estamos en la misma cárcel.

Toda realidad virtual informática está diseñada para algo, su programa tiene una función específica.  Si pretendemos pilotar un avión en un programa de realidad virtual que ha sido diseñado para realizar carreras de motos, estaremos empeñándonos en realizar algo imposible.  De igual modo, nuestro mundo está diseñado para realizar en él cierto tipo de actividades, las que su programa nos permite, las que las leyes naturales nos permiten; pretender ir más allá es encontrarnos de bruces con grandes dificultades, insalvables muy a menudo.  Sin embargo, como nunca hemos reconocido que estábamos en una realidad virtual, siempre hemos intentado alcanzar nuestra libertad innata, y para ello hemos creado incesantemente nuevas realidades virtuales, en este caso espirituales, en las que intentamos sentirnos más libres.  Aunque como venimos afirmando, las realidades virtuales espirituales son encerronas tan carcelarias como nuestro mundo; con la diferencia de que muchas de ellas pueden tener los barrotes de sus celdas pintados de rosa. 

En el repaso esquemático, realizado hace unos cuantos capítulos, ya pusimos de manifiesto la tremenda dificultad que nuestra naturaleza sagrada tiene para manifestarse tal y como es en los caminos espirituales.  El filtro de selección de preferencias consigue que actuemos en muchas ocasiones en oposición a nuestras mejores intenciones.  Existe un programa robótico que nos impide manifestarnos como quisiéramos.  Nuestro supuesto nos sirve para entender mejor nuestras contradicciones internas, y comprender porqué podemos encontrar tanta frustración en la vida.  Y es que no hay nada más frustrante que estar metido en una realidad virtual e intentar realizar en ella labores para las que no ha sido programada.

A ningún joven que se mete en un vídeo-juego se le ocurrirá ponerse a realizar labores diferentes a las programadas en el juego.  Si es un juego bélico, será ridículo que se ponga a coger florecillas del campo virtual o a predicar la no-violencia a los muñecos que se le van a acercar con malas intenciones, pues se las van a dar todas juntas como no entre en la dinámica de lucha.  Y conviene recordar que el programa de nuestro mundo virtual es notablemente bélico, desde que existimos no hemos dejado de pegarnos, a pesar de tantos intentos por evitarlo. 

No cabe duda de que, si estamos en lo cierto, nuestra situación es dramática: somos amor, pero estamos en el interior de un vídeo-juego de guerra.  El amor que aquí se nos permite vivir está cargado de connotaciones agresivas.  Es un amor binario, de doble cara, de amor y de odio.  Vivir el amor puro en nuestro mundo es prácticamente imposible.  La programación de nuestra realidad no lo permite.  En una realidad virtual es el programa el que manda.   La programación controla la afluencia de bioenergía a nuestro cuerpo, haciéndonos sentir amor, placer o cualquier otra sensación gratificante, según las instrucciones programadas de la realidad virtual.   Por ello, el amor se nos permite vivirlo exclusivamente bajo las condiciones del programa.  Cuando vivimos las condiciones programadas, se nos permite vivir amor, o, mejor dicho, tenemos la sensación de vivir amor.  En el caso del amor de pareja, este va unido habitualmente al sexo y a una serie de condicionamientos, de los que ya hemos hablado, que merman el auténtico amor.  Y con otros tipos de amor no sucede de forma diferente.  En las realidades virtuales espirituales se intentan romper esas barreras al amor, y se pretende crear en ellas las bases de un amor más puro, como puede ser el amor a dios, o a las deidades.  Pero recordemos que esas entidades son creaciones de nuestra mente, proyecciones de nuestra esencia, es otra forma de amar virtual, vivimos la ilusión de creer que dios es otra cosa aparte de nosotros.  El amor devocional, místico, sigue teniendo connotaciones de irrealidad semejantes a cualquier otro amor de los que vivimos en este mundo. Las realidades virtuales espirituales se crean a imagen y semejanza de la realidad de nuestro mundo, con algunas variaciones que quizás mejoran la calidad del amor, pero que no consiguen hacernos vivirlo tal y como es, tal y como somos: amor.  Solamente en un mundo virtual una persona puede ser algo diferente a lo que es; y en este mundo somos muy diferentes a como somos en realidad, debido al poder del programa virtual tan falto de amor. 

Como consuelo podemos pensar que este mundo no existe.  O que el programa de cualquier realidad virtual es susceptible de ser cambiado, lo que nos da la esperanza de que algún día podamos llegar a desprogramar los males de nuestra realidad; aunque para ello primero tendremos que llegar a los cimientos de nuestro mundo.  Por esta razón, todo el esfuerzo que hagamos para lograr revivir nuestra esencia amorosa limpia de polvo y paja es poco.  Probablemente, el supuesto de que vivimos en una realidad virtual nos sirva para empezar a dejar de dar palos de ciego en la búsqueda de nuestra esencia.  Todo empeño por conseguir el bien puede verse reforzado cuando destapemos con claridad el engaño en el que estamos metidos.  Los buenos deseos amorosos pacifistas y benefactores de la Humanidad podrán empezar a realizarse.  Y dejaremos de intentar imponer la paz en nuestro mundo reprimiendo la violencia.  La paz es un ingrediente básico de nuestra naturaleza sagrada, profunda, pero no se puede pretender imponer por las bravas en una realidad virtual diseñada para la guerra, ni culpar de la violencia a quienes consideramos violentos.  El castigo represor es otra forma de violencia.  Para no engañarnos es importante ver la violencia humana tal y como es.  Nuestro supuesto nos puede ayudar.  La mayoría ya estamos cansados de tantos juegos de guerra.  Esta es una buena predisposición para llegar a la paz.  Sólo nos falta reconocer que es imposible vivir amor y paz en un mundo virtual programado para la guerra y el odio.  Este mortal vídeo-juego en el que estamos metidos pide guerra constantemente.  Si logramos alcanzar su programa quizás algún día podamos desprogramar los comandos del mal de nuestro mundo.  Solamente así conseguiremos un mundo de amor. 

Los investigadores de la genética ya están intentando encontrar ese gen de la violencia y del envejecimiento, grandes males humanos, para intentar cambiar su código y hacernos más pacíficos e inmortales.  En nuestra humilde opinión hará falta algo más que desprogramar un gen para terminar con el mal de la Tierra, pues como ya hemos dicho, tanto la violencia como el instinto de muerte son leyes instintivas esenciales de toda forma de vida de éste nuestro mundo, probablemente comandos fundamentales de esta realidad virtual en la que vivimos.  Pero bueno es ir haciendo experimentos de desprogramación.  Es la única forma de intentar superar en efectividad el represivo tratamiento del pacifismo.

 

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