Nuestro mundo virtual
Empezaremos hablando del aspecto que percibimos como el más denso de nuestro mundo: la materia. Baste estudiar profundamente esta esencia constituyente de nuestro mundo físico para darnos cuenta de lo efímero de nuestra realidad. A pesar de que la ciencia física es líder del resto de las ciencias, y de que nunca ha cesado de buscar la esencia de la materia, todavía no la ha encontrado. Hace tiempo descubrimos que la materia está compuesta de átomos, pero también vimos que están tan distanciados los unos de otros, que en su mayor parte la materia está rellena de nada, como nuestro universo; lo que nos hizo sospechar que la materia no es tan sólida como nos parece. El descubrimiento de la antimateria también vino a reforzar la virtualidad de nuestro mundo. En los aceleradores se pueden crear partículas de materia y antipartículas, de tal forma que si se llegan a tocar, desaparecen ambas como por arte de magia. Cuando desvelamos algún misterio sobre la materia descubrimos que la sensación de solidez que nos ofrece no está en ella, sino en nuestra forma de percibirla.
Einstein, con su teoría de la relatividad, también dio un varapalo a nuestro mundo, cuando demostró que sometiendo a una masa a grandes velocidades podíamos cambiar su tamaño, su peso y su tiempo. Poco a poco la ciencia física ha ido descubriendo la falta de solidez de nuestra realidad.
Y son muchos los misterios que todavía nos quedan por desvelar. Desde que empezamos a estudiar a las ínfimas partículas subatómicas, no hemos encontrado la forma de definir de qué están hechas. En los grandes aceleradores de partículas no cesan de partir en trocitos cada vez más pequeños a la materia. Y los resultados son sorprendentes, no solamente no aparece esa partícula esencial tan esperada, sino que los trocitos más pequeños encontrados tienen muy poco de materia tal y como la conocemos habitualmente. Las partículas encontradas en los aceleradores parecen más de ciencia-ficción que de nuestro mundo real: juegan con las magnitudes esenciales de la física como si fueran sumamente volátiles. A medida que se va desmenuzando y desmenuzando la materia, aparecen partículas que no existen tal y como habitualmente concebimos la existencia material, algunas de ellas son tan pequeñas que ya no se consideran materia, son puntos matemáticos.
Parece que cuanto más estudiamos el microcosmos más incompresible se nos hace nuestro mundo. Nos falta ese supuesto general donde encajarlo, la gran unificación buscada por los físicos.
Nosotros no somos quienes para gritar ¡eureka! Pero si estamos sospechando que nuestra realidad es una realidad virtual, observaremos que la definición de punto matemático, de las partículas de materia más pequeñas, encaja en nuestro supuesto. Pues en un mundo virtual generado en un ordenador ¿qué otro concepto definiría a la esencia de la materia de su mundo aparte de las matemáticas? La materia de un mundo virtual no existe, es pura matemática, es el resultado de una larga lista de comandos en el cerebro del ordenador; así como la materia de nuestro mundo puede ser la consecuencia de un programa de realidad virtual, de sus matemáticas.
Y si la física descansa en las matemáticas ¿no ocurre igual con la química, y la genética?, ¿no está tan sometido a las matemáticas un átomo o un ser vivo? Las cadenas de ADN son programaciones de los códigos genéticos que gobiernan toda forma de vida. Así que la vida es también el resultado de una programación, como toda realidad de una realidad virtual.
No fue una casualidad que Leibniz inventara el sistema binario basándose en el estudio del Yin y el Yang. Esta filosofía, de la que ya hemos hablado en este libro, nos descubre el sistema binario de programación de la totalidad de nuestro mundo, incluido el universo, por supuesto. No podría ser de otra manera: si nuestro planeta es virtual, nuestro infinito cosmos no puede ser sino un imponente ciberespacio, donde los algoritmos matemáticos nos producen la inmensa sensación espacio tiempo del universo.
Las leyes de la Naturaleza son importantes códigos que sustentan la vida en nuestro mundo. Aquí no hay nada que no sea mecánico, programado, robótico. Las ciencias se han desesperado buscando esa esencia humana, que nos demuestre que somos algo más que máquinas programadas, y no la han encontrado. Esto también es debido a ignorar que estamos en una realidad virtual.
Cuando estamos en el interior del ciberespacio de un ordenador, es imposible encontrar en él algo de nuestra realidad humana, todos los elementos virtuales, incluidos aquellos que son extensión de nosotros, como puede ser la mano reflejo de los electroguantes, en realidad no existen: la mano virtual que se mueve en el mundo del ordenador, aunque esté movida por la mano de nuestro cuerpo, no es una mano real. Y cuando con el tiempo empecemos a meter más partes de nuestro cuerpo en los ciberespacios informáticos, todas ellas serán irreales, no existirán excepto en el cerebro de un ordenador. Incluso si algún día conseguimos meternos de cuerpo entero, como ya nos muestran las películas de ciencia-ficción, ese cuerpo virtual no será real excepto en el interior del ordenador que nos esté permitiendo el viaje por su ciberespacio interior.
Por lo tanto, al deducir que sucede algo semejante en nuestro mundo físico, deduciremos que nuestro cuerpo de carne y hueso es el elemento virtual que utilizamos para imbuirnos en este nuestro mundo. Un cuerpo que no existe, como no existe en realidad casi nada en toda realidad virtual.
No crean que no lo lamento. Ya fue demasiado frustrante para el orgullo humano cuando Copérnico nos demostró que nuestro mundo no era el centro del universo, o cuando Darwin nos dijo que descendíamos del mono, o cuando multitud de científicos nos aseguran que somos máquinas, robots de las leyes naturales; para que ahora vengamos nosotros diciendo que ni siquiera existimos.
Algo real habrá de haber en nuestro mundo virtual. Para descubrirlo volvamos al supuesto del ordenador: ¿Qué hay de real en el ciberespacio generado por la unidad central de una computadora en el que nos hemos introducido? Si buscamos y buscamos, no vamos a encontrar apenas nada. Lo más nuestro que allí está es nuestra conciencia, y eso es algo que no podemos ni ver, ni pesar, ni medir en la realidad virtual. Por eso desconocemos de donde surge o radica nuestra conciencia en éste nuestro mundo. Nuestro supuesto nos puede servir para contestarnos una de las grandes preguntas que se han hecho siempre los pensadores sobre qué es y donde reside la conciencia del hombre.
También el gran debate entre los partidarios del mecanicismo a ultranza, y los defensores de que somos algo más que máquinas, puede acabar cuando aceptemos la virtualidad de nuestro mundo. Bajo este supuesto las dos tendencias llevan razón: por un lado es obvio que somos máquinas, y por otro es obvio que no lo somos. Todo lo referente a este mundo es una máquina, pero nuestra conciencia, nosotros, los que estamos “asomados” a este mundo, no lo somos.
Supongo que los defensores de la espiritualidad, como esencia de nuestra realidad, se estarán frotando las manos de satisfacción ante este supuesto de nuestro mundo virtual. Para ellos es obvio que no somos materia, somos espíritu. Pero ¿qué tipo de espíritus? ¿Somos fantasmas?, ¿ángeles?, ¿demonios? Ante la dificultad de ver nuestra auténtica naturaleza, siempre hemos imaginado la esencia del ser humano de multitud de formas tan dispares y tan contradictorias que es difícil quedarse con alguna. Como ya venimos afirmando, es típico en los caminos espirituales definir todo aquello que presumiblemente no es ilusión, con otra ilusión. Las realidades virtuales espirituales son intentos de explicarse qué somos en realidad. Pero ya hemos visto que los mundos que hemos creado más allá de la materia son puras invenciones de la mente humana. Esperemos que basándonos en nuestro supuesto podamos ir deduciendo poco a poco los aspectos de nuestra auténtica naturaleza.