La hipótesis
Como he venido anunciando, una de mis últimas intenciones en este libro va a ser la de implicar en la investigación del espíritu del hombre a las ciencias. Empeño que parecerá imposible de conseguir por el hecho de que precisamente las ciencias han sido siempre las grandes enemigas de todo camino y dogma espiritual. La severidad del razonamiento científico siempre chocó de frente con la irracionalidad de las verdades reveladas. Por un lado, la inalcanzable alma humana por las ciencias, (negada su existencia por muchos científicos), y, por otro lado, los descarados atrevimientos de las creencias espirituales asegurando explicarlo todo en sus realidades virtuales, sin ninguna base científica, acabaron por bifurcar estos dos caminos que ―en mi opinión― urge volver a unir.
Aunque también es cierto que si todavía el método científico no ha abordado la investigación de nuestra realidad más profunda es porque no ha podido. La psicología, la ciencia que más se aproxima a la profundidad del hombre, cuando trata de nuestros asuntos más internos pierde su carácter científico; no hay forma de construir un mapa riguroso de nuestros interiores, en especial de nuestra dimensión espiritual. Los intentos que se realizaron al respecto estuvieron carentes de todo rigor científico, protagonizados por visionarios espirituales intelectuales. Espero que el intento que expongo a continuación no sea otro semejante que también acabe en aguas de borrajas.
De todas formas, si me equivocara no tendría más importancia. Si Newton o Galileo se hubieran equivocado hoy no nos acordaríamos nadie de sus hipótesis, ni se habrían convertido en teorías. Esto es lo fascinante del método científico, que toda hipótesis se pueda demostrar si es cierta o se pueda negar si no lo es. Algo que necesitamos como el agua en los caminos espirituales, donde tantas certezas se proclaman sin demostración alguna, contradiciéndose las unas a las otras, y sin dejar posibilidad alguna para ser negadas; aunque muchas de ellas se han desmoronado como castillos de naipes cuando los descubrimientos científicos pusieron a descubierto su mentira.
Si pretendemos aliarnos con las ciencias es por intentar también que nos induzcan algo de su velocidad de crecimiento. Es tal su ritmo de desarrollo que hoy en día da la sensación que son las únicas creaciones humanas que evolucionan. Necesitamos su espíritu critico e inquieto en los mundos religiosos para sacudirlos de tanto inmovilismo dogmático.
Mi intención es dar con un modelo teórico que nos ayude a recomponer por completo el puzzle del rompecabezas de nuestra realidad. Es necesario encontrar una hipótesis donde podamos empezar a encajar muchas de las piezas que en la actualidad permanecen diseminadas en diferentes áreas de estudio, incluyendo tanto a la materia como al espíritu.
Llegados a este punto supongo que más de un científico que esté leyendo estas líneas me considerará seriamente afectado por mi andadura por el interior de las sectas. No voy a negar el carácter visionario de lo que expongo a continuación, ni que sea un osado intento por intentar explicar y unificar las vivencias tanto espirituales como materiales; aunque he de aclarar que no se trata de una visión mística, sino de un entendimiento producto de la razón, por lo que cualquiera puede llegar a entenderlo. Mas como no soy ninguna reconocida eminencia en esto de la filosofía, ruego se me disculpe semejante atrevimiento, muy probablemente estimulado por el nivel de mi ignorancia. Pero prefiero hacer el ridículo a no hacer nada:
Existe un nuevo concepto científico llamado realidad virtual, utilizado ya en este libro para describir lo que hemos dado en llamar las realidades virtuales espirituales. La tremenda velocidad del desarrollo de la ciencia informática ha introducido este concepto en nuestra cultura tan rápidamente que muchas personas todavía no saben muy bien de qué se trata. Los ejemplos que hemos dado al respecto en este libro han sido destinados expresamente para explicar los distintos escenarios religiosos con sus personajes y fuerzas incluidos. Pero ahora vamos a centrarnos en entender lo que es una realidad virtual derivada de la ciencia informática, dando unas explicaciones dirigidas especialmente a quienes no tienen ni idea al respecto.
Los ordenadores, o mejor dicho los diseñadores de las realidades virtuales, son capaces de crear mundos informáticos y de permitirnos meternos en ellos. Los jóvenes modernos los conocen bien, y quizás muchos adultos los lleguen a conocer a través de sus hijos cuando los observan sumirse en ciertos vídeo-juegos con tan elevado grado de realidad que parecen llevarles a otro mundo.
La realidad virtual evolucionó a partir de la cinematografía. Nuestra conciencia ya está acostumbrada a sumirse en las pantallas cinematográficas y a vivir las escenas. Esta es una tenue aproximación a entrar en otros mundos, cinematográficos en este caso, pero solamente como espectadores, ya que no podemos ser protagonistas de las películas, por lo que la sensación que tenemos de realidad de los mundos cinematográficos es bastante tenue comparada con la realidad de nuestro mundo; aunque muchas personas forofas del cine sean capaces de sumergirse en la realidad cinematográfica como lo hacen en la vida real o incluso mejor, y gusten de pasarse media vida en las salas de proyección o frente a la televisión viviendo otras vidas que no son la suya.
La gran innovación de la realidad virtual derivada de la informática nos permite, además de ser espectadores, participar en la acción, ser protagonistas de alguna forma de las películas o del mundo generado en el ordenador, y en consecuencia podemos sumergirnos en la virtualidad con un mayor grado de realismo.
Los sistemas de realidad virtual más sencillos permiten pequeños márgenes para actuar en las escenas que aparecen en el monitor del ordenador. El uso del teclado o del ratón es la forma más simple de intervenir en la acción, sencillos mandos de control que han ido evolucionando en multitud de diferentes instrumentos muchos más sofisticados, utilizados para los video-juegos, entre los que nos encontramos volantes para conducir coches, armas para disparar, mandos para conducir naves espaciales, etc.
También los sistemas que introducen nuestros sentidos en los mundos virtuales van evolucionando. El monitor o la pantalla, es la forma más sencilla de introducirnos visualmente en el mundo virtual, y a través de los altavoces nos llegan los sonidos. Pero, en su evolución, la realidad virtual intenta cada día superarse y aumenta en lo posible la calidad de engañar a la conciencia, para convencernos mejor de que estamos en un mundo real. Y para hacernos percibir con un notable grado de calidad el mundo virtual, se diseñan sistemas que nos aíslen lo mejor posible de nuestro mundo, a la vez que nos sumerjan lo mejor posible en el mundo del ordenador. Una forma habitual de aislarnos de nuestro mundo y de introducirnos en el electrónico es a través de unos cascos que llevan dos pantallas delante de los ojos y el sonido incorporado. Otras formas más sofisticadas de inmersión en otros mundos se realizan en cabinas especiales diseñadas para tal fin.
Existen multitud de formas que intentan sacarnos del mundo en el que vivimos y meternos en los mundos digitales. Con el sentido del tacto también se hacen experimentos al respecto. Existen guantes especiales que nos permiten meter la mano en los mundos virtuales. Y hasta se están haciendo experiencias con el olfato. Poco a poco se van intentando meter más partes de nuestro cuerpo y de nuestros sentidos en los ciberespacios para aumentar la sensación de realidad. La ciencia-ficción ya nos mete por completo, lástima que todavía no sea tecnológicamente viable. A pesar de que las innovaciones tecnológicas no dejan de progresar al respecto, falta mucho para que consigamos meternos en el ordenador al cien por cien.
De todas formas, la realidad virtual generada por ordenador ya nos está aportando beneficios. Gracias a ella, los elevados presupuestos de adiestramiento de pilotos de aeronaves se han visto reducidos notablemente, hoy en día se pueden dar clases de vuelo con una gran calidad sin necesidad de despegar del suelo. El sexo, como no, es otro filón que está siendo explotado. Si la pornografía por sí sola ha creado un voluminoso mercado de películas digitales, no digamos el auge que alcanzará cuando se empiecen a perfeccionar los periféricos que nos permitan sumergirnos en la habitación del placer y sentir las dulces caricias de la erótica película en la que nos hayamos sumergido. Los vídeo-juegos son los que más rápidamente progresan, los jóvenes se pueden meter en cápsulas destinadas a dar realidad a una carrera de coches o de motos, lo que les permite conducir a trescientos kilómetros por hora sin moverse del sitio, y por supuesto sin jugarse la vida. La realidad virtual también nos permite meternos en un escenario digital copia del de un museo, por ejemplo, y visitarlo.
Son muchas las aplicaciones que hoy en día ya se le dan a la realidad virtual generada por ordenador. Su progreso irá perfeccionando su capacidad de sumergirnos en mundos virtuales y de hacernos vivir nuevas experiencias en mundos que no existen sino en el interior del ordenador. Y a medida que vayamos aumentando la calidad de las experiencias virtuales, nos iremos preguntando con más frecuencia si la vida misma no será otra realidad virtual. De la misma forma que tantas veces se ha preguntado el ser humano si la vida no es un sueño, vieja duda derivada del hecho de soñar.
Precisamente, la hipótesis que voy a defender, en los pocos capítulos que nos restan de este libro, se basa en la premisa de considerar nuestro mundo físico, como una realidad virtual. Es decir, propongo estudiar el supuesto de que estamos viviendo un mundo digital, en un mundo que no existe...
Si llegados a este punto, usted, amable lector, no ha tirado ya este libro a la basura, voy a recordarle que lo que acaba de leer ―como casi todo el contenido de este libro― no es nada nuevo. Multitud de místicos nos han asegurado que todo lo que percibimos por nuestros sentidos es una ilusión, que este mundo es una mentira, que la vida es sueño. La única aportación novedosa en este texto es que aquí lo decimos de una forma moderna, pero la sospecha de que nuestro mundo no existe es muy antigua. Cierto es que, a pesar de su antigüedad, nadie ha conseguido todavía demostrar semejante hipótesis, y, por supuesto, es algo que tampoco vamos a intentar nosotros, pues no tenemos la categoría científica necesaria para dictar ese tipo de sentencia. Pero lo que sí podemos hacer es empezar a reunir la gran cantidad de pruebas que tenemos a nuestro alcance a favor del supuesto, algo que podemos hacer sin grandes esfuerzos, pues es sorprendente la cantidad de indicios que nos demuestran que nuestro mundo no es tan real como nos parece.