El amor
En la figura vemos representado al amor en el interior de un halo radiante de un color diferente del resto, con esto he querido indicar que el amor es la esencia de la atmósfera sagrada. Las cualidades de la experiencia religiosa pertenecen al aura ―en azul― que genera el amor. La vivencia amorosa nos llena de belleza y de paz interior, es un gran bien para uno y para los demás, nos colma de alegría, es muy vital y sanadora, y nos emborrachamos con sus elixires cuando estamos enamorados.
También hemos de reconocer que el amor puro, completo, apenas es conocido. Como podemos ver en la figura, todo lo que envuelve al encuadre azul central es de otro color, el amor se ve envuelto en este mundo por pasiones, sentimientos y creencias que tienen muy poco de amor. El calificativo popular de hacer el amor, por ejemplo, tiene en muchas ocasiones muy poco de amor y mucho de sexo. Cuando hablamos de amor nos referimos la mayoría de las veces a otros intereses humanos diferentes del amor. Mas el amor es inconfundible. Vamos a hablar él, de las formas en que más intensamente lo experimentamos.
Popularmente se le reconoce en el enamoramiento típico de una pareja. El amor religioso en el seno de las religiones oficiales, también llamado el amor a dios, apenas es experimentado por la mayoría de los individuos, y el vivido en el seno de las sectas es prácticamente desconocido por el pueblo llano. En su empeño por empañar la imagen de estos grupúsculos revolucionarios, poderosos intereses sociales y religiosos se encargaron de borrar de las mentes del pueblo, al cabo de los siglos, el amor que habitualmente se vive en el interior de las sectas.
Mas el amor es el mismo, se viva de una forma o de otra, esté reconocido socialmente o no lo esté. Aunque en nuestra cultura tenga una gran aceptación popular el amor en pareja, llegando a ser la meta feliz de gran parte de la población, y el amor exclusivamente espiritual sea un gran desconocido, e incluso rechazado como meta feliz, y considerado causa de desgracias cuando se vive en el seno de las sectas, los dos tipos de amor son lo mismo: amor; y ante los dos nos comportamos de forma similar y nos suceden situaciones semejantes. Las desgracias que se le achacan al amor sectario también las vivimos en el seno del amor de pareja, pero, como el amor de pareja está de moda, se minimizan sus males; y, sin embargo, los males de los amores sectarios se engrandecen por no estar bien vistos en nuestra era. Mas son dos amores semejantes, sólo que a uno, por intereses sociales lo hemos hecho popular, y al otro lo hemos condenado a los infiernos. La única gran diferencia entre uno y otro es la actividad sexual, pero esta diferencia no afecta al sentimiento de amor; tanto un místico enamorado de dios o de su gurú, como una persona corriente enamorada de su pareja, pueden vivir una pasión amorosa semejante aunque uno practique el sexo y el otro no.
Otra importante diferencia entre estos dos tipos de amor es que el amor espiritual (que también se puede vivir en pareja, recordemos el amor platónico) no está dirigido habitualmente a una persona próxima. El objeto de amor será alguien o algo lejano, aunque el místico enamorado lo sienta muy cerca de sí. Su objeto de amor puede ser su maestro espiritual divinizado, con el que se guarda habitualmente cierta distancia. Puede ser un gran mediador. Jesucristo es un conocido objeto de amor místico en nuestra civilización. También puede ser cualquier entidad espiritual como los santos o la Virgen María, quien despierta multitud de devociones entre muchos de los creyentes cristianos. El amor a dios es el más corriente vivido en los caminos espirituales, bendición del mundo cuando se convierte en amor al prójimo.
Aunque este amor no se viva en una intimidad física como se vive en la pareja, el enamorado espiritual lo siente con la misma intimidad; para él, dios o la divinidad amada está tan próxima a su corazón como lo están los amantes en su lecho de amor, y su pasión amorosa puede ser tan fuerte que sublime su instinto sexual. Y aun tenemos en este amor una circunstancia enriquecedora que no se da en el amor de pareja, se trata de que la experiencia amorosa es compartida por el grupo espiritual sectario, fraternal comunidad que comparte un mismo sentimiento de amor, habitualmente llamado devoción. Esta cualidad sentimental de los grupos religiosos es muy difícil conocerla si no se vive. La ignorancia sobre ella ha ayudado a ridiculizarla. Sin embargo, es una vivencia envidiable y sumamente atractiva; tanto es así que es uno de los ganchos más eficientes que tienen las sectas para captar adeptos. Estamos la mayoría tan sedientos de amor que quien llega a sentir ese amor de grupo espiritual suele quedarse enganchado a la experiencia y acaba haciéndose miembro de la secta. Lo único que consigue nuestra sociedad ocultando este hecho es que cuando una persona descubre ese amor fraternal, esa riqueza sentimental y capacidad de hacer feliz, repudie a nuestra sociedad por ocultar e incluso ridiculizar tal fuente de felicidad. Al ocultar y negar nuestra sociedad la felicidad que se vive en el seno de las sectas, está haciendo algo semejante a lo que sociedades antiguas y no tan antiguas hicieron con el amor de pareja, al ocultar al pueblo y en especial a las mujeres su capacidad para disfrutar el placer sexual.
El fuerte hermanamiento sentimental que se vive en las sectas viene propiciado por el hecho de que todos sus miembros viven un mismo amor, digamos que es como si estuvieran enamoradas de la misma persona, sin haber celos de por medio, claro está, pues no hay razón para ellos, ya que dios o las divinidades pueden hacer el amor con infinidad de amantes dejándolos a todos satisfechos gracias a que su “virilidad espiritual” es infinita.
Esta complicidad entre amantes provoca un hermanamiento sentimental y una sintonía emocional muy poderosa, capaz de unir al grupo sectario con lazos más fuertes que los de las propias familias. No es poco frecuente que quien entre en una secta abandone a su familia.
Mas a pesar de todas estas distinciones, el amor en sí es el mismo que el que viven cualquier pareja de enamorados. Quienes dudan que el amor religioso sea semejante al de pareja es porque no han vivido los dos intensamente en algún momento de sus vidas. Son tan semejantes que tanto los calificativos que se utilizan para determinar las cualidades de uno sirven también para el otro. Si uno es sagrado y divino el otro también acepta dichos calificativos; si uno es religioso el otro también proporciona una experiencia religiosa aunque no haya dioses de por medio, pues si bien en uno se ama y se adora a dios, en el otro, los amantes se aman y se adoran mutuamente como si fuesen dioses; si un amor se suele alcanzar a través de rituales esotéricos, el otro no le va a la zaga en rituales amorosos; y si uno nos hace vivir la vida eterna, nos da sensación de infinitud, los amantes también se juran amor eterno, pues ellos también se sienten amantes más allá del tiempo; y si uno lleva al cielo, el otro lleva al paraíso. Los dos proporcionan dicha, alegría, son muy saludables y emborrachan de amor.
Y los dos sufren un proceso de transformación semejante al esquematizado en nuestra figura; esto es lo único que les diferencia, el resultado final que provoca los diferentes filtros de selección de preferencias. Aunque el amor de pareja en la actualidad no está inmerso en realidad virtual alguna, pues nuestra cultura no lo permite, en otras culturas sí lo está. Si recordamos la mitología griega observaremos que existía un dios para los enamorados. Cupido era el encargado con sus flechas de amor de poner en marcha los sentimientos amorosos y de controlarlos, y cada aspecto de la pasión amorosa estaba regido por un dios. Pero, aunque en la actualidad no haya mitología alguna que envuelva el enamoramiento en Occidente, sí que existe cierta cultura, o costumbrismo en torno al fenómeno amoroso de pareja, que actúa como una realidad virtual espiritual. Pongamos un ejemplo: el machismo es una aptitud social masculina muy extendida por todo el planeta. Una pareja de recién enamorados, prometidos con amor eterno, se ven sorprendidos porque a quien le ha tocado ser el macho, se está comportando de tal forma que más parece odiar a su pareja que amarla. Él ama a su esposa, pero a la vez la machaca brutalmente cuando se deja llevar por su instinto de dominarla. De nuevo nos encontramos con que el resultado de lo que brota de nuestra atmósfera sagrada, a causa del filtro de selección de preferencias, acaba transformado en lo opuesto a ella. Por lo tanto, no solamente el sentimiento de amor es el mismo en ambos casos, sino que también su proceso de transformación es semejante aunque en el amor de pareja no haya realidad virtual espiritual de por medio. Las emanaciones indeseables de nuestro mal interno son suficientes para condicionar el amor de pareja, creando un filtro de selección de preferencias como la realidad virtual espiritual más añeja.
Y es que el amor, con la atmósfera sagrada que emite, como ya hemos explicado, escarba en las partes más recónditas de nuestra mente, liberando nuestras fuerzas ocultas, que toman cuerpo en el costumbrismo social y actúan como una realidad virtual espiritual generando su propio filtro de selección de preferencias.
Ya sea el amor vivido con alguna deidad o con una persona, es un auténtico milagro que pueda manifestarse tal y como él es en este mundo. El amor puro es incondicional, pero siempre le obligamos a manifestarse condicionado. Son los comportamientos egoístas de nuestra mente, los dragones agresivos, la avaricia territorial y posesiva, y el miedo y las aptitudes defensivas, lo que condiciona al amor. Todo aquello que no es amor acaba condicionando de tal manera al amor puro que termina por ahogarlo muy a menudo antes de que empiece a amar. Este es un gran drama humano. En los capítulos siguientes estudiaremos las causas de esta dramática situación.
En mi opinión somos en esencia amor, pero no podemos manifestarnos tal y como somos. En la figura, el amor está en el centro porque corresponde a nuestro propio centro. Cuando se vive el amor, cuando uno está bañado por la atmósfera sagrada, se tiene la sensación de estar de vuelta en casa, en nuestro lugar, en nuestro estado natural; reconocemos lo que somos: seres divinos, divinos amantes. Pero nuestra naturaleza amorosa está encerrada en la cripta de las creencias, códigos de comportamiento de nuestro inconsciente colectivo, y no puede manifestarse excepto a través de ellos, bajo sus estrictas condiciones: Te amaré eternamente mientras no te acuestes con otra persona; amaré a dios mientras haga milagros que me beneficien y me protejan de los males. Cuando las cosas me vayan mal blasfemaré. Amaré al prójimo mientras no sea mi prójimo el vecino al que tengo tanta ojeriza. Amaré siempre y cuando...
Al amor no se le pueden poner condiciones, es incondicional, un amor con condiciones no es amor. Su naturaleza está en contra de muchos de los instintos más primarios humanos. Cuando nos estalla en el corazón, tal y como es, con su fuerza sentimental, nos vuelve locos, es la locura de amor. Rompe el equilibrio que nuestra mente consigue tan laboriosamente entre nuestras contradicciones. Y el sabio conocimiento que emerge de la sagrada paz de la atmósfera sagrada se ve perturbado por el desequilibrio mental. La radiación amorosa llega hasta lo más hondo de nuestro inconsciente colectivo y saca de sus milenarios sedimentos todo aquello que no es amor, e intenta expulsarlo; mas todo aquello que no es amor, en nuestra humanidad, es demasiado para el amor, y muy pocas veces puede con ello; más bien es el mal humano quien acaba terminando con lo mejor de nuestra humanidad.
Muchas personas optan por centrar su interés amoroso en amores mucho menos intensos, más suaves, menos conflictivos y desestabilizadores. Prefieren excluir el éxtasis de amor de sus vidas a cambio de no perder su equilibrio interno. De esta forma nada moverá sus fuerzas ocultas negativas al precio de no vivir intensa felicidad. Son las personas que centran su vida en pequeños amores, aptitud que puede dar la sensación de ser la solución a los problemas de los que estamos hablando. Pero nada más alejado de la realidad: si se ama mucho, se gozará mucho y se sufrirá mucho; y, si se ama poco, se gozará poco, aunque también se sufrirá, quizás menos, pero el mal también hará acto de presencia tarde o temprano. Un ejemplo de cómo el mal también entra en estas suaves formas de amor lo tenemos en la amistad, afecto muy valorado socialmente. Pues bien, si afinamos nuestra atención observaremos que en muchas ocasiones las amistades se forman como alianzas contra algún enemigo común, con esto quiero decir que la amistad muy a menudo no está basada en el amor, sino en el odio hacia alguien o hacia algo. Como podemos ver, ya sea con grandes o pequeños amores, los males de nuestras entrañas se nos cuelan en cualquier forma amor para terminar con él tarde o temprano.
No obstante, gran parte de la Humanidad intenta ponerse de parte del amor para ayudarle a manifestarse en este mundo. Especialmente nuestra sociedad civilizada está empeñada en que triunfen los buenos sentimientos humanos. Actitud heroica allá donde las haya. Lástima que perdamos tanto el tiempo en echarnos las culpas de nuestros males los unos a los otros en vez de intentar atajarlos en sus raíces.