Mensajes del más allá
Ya hemos hablado de cómo la atmósfera sagrada puede crear realidades virtuales espirituales repletas de personajes; pero de lo que no hemos hablado todavía es de que esos personajes son capaces de comunicarse con nosotros de diversas formas. Entre ellas merece la pena destacar a los comunicados recibidos a través de los médium, personas especialmente sensibles que ceden su cuerpo y su mente temporalmente al personaje espiritual que se comunica con ellos. La escritura automática es otra forma de recibir mensajes relativamente moderna (recordemos que hasta hace poco el analfabetismo estaba muy extendido entre la población). Y las voces del más allá que suenan en la mente de quien las escucha es la forma más directa de oír lo que nos dicen quienes no son humanos. Existen otras muchas formas de comunicación, pero no vamos a entretenernos en hablar de ellas, pues hay suficiente documentación al respecto en la literatura esotérica.
Vamos a centrarnos en el fenómeno en sí y en su extraordinaria importancia por la credibilidad que aporta a las realidades virtuales espirituales y a todos los personajes que las pueblan. Los mundos etéreos no hubieran sido ni serían tan reales, para los creyentes en ellos, si no hubiera existido este fenómeno paranormal de comunicación entre el mundo físico y los mundos espirituales. La existencia de las entidades espirituales podría ponerse en duda debido a su intangibilidad física, pero, cuando nos hablan “inteligentemente” desde el más allá, cuesta dudar de su existencia.
La tremenda importancia de estas revelaciones se demuestra en el hecho de que las escrituras sagradas de las grandes religiones están formadas en su mayor parte por “verdades reveladas”. Las grandes creencias forjaron sus cimientos sobre los mensajes que del otro mundo recibieron sus fundadores, textos venidos del cielo, impresos muy a menudo con letras de oro en los libros sagrados, adorados por aquellos que los creen verdaderos.
Pero esto no sucedió porque aquellas comunicaciones fueran realmente extraordinarias, ya que la recepción de mensajes del más allá siempre fue algo bastante vulgar y frecuente. No nos podemos hacer ni idea de los millones y millones de mensajes que se han recibido del más allá durante toda la Historia de nuestra Humanidad. Probablemente, desde que el hombre es hombre no ha cesado de recibir estos mensajes, y los continúa recibiendo, claro está; y no en pequeñas cantidades. No creo equivocarme si afirmo que, a un nivel planetario, se están recibiendo miles y miles de mensajes diarios de otros mundos que no son el nuestro.
Desde la antigüedad, los dioses han hablado a los hombres. Era habitual en los templos antiguos comunicarse con la deidad adorada en el templo, unas veces el creyente oía directamente la voz del más allá y otras veces el comunicado se hacía a través de un médium que el templo tenía siempre dispuesto para transmitir los mensajes de un mundo al otro. Y en otras ocasiones el mensaje se recibía en cualquier momento del día y en cualquier lugar. La recepción de mensajes del más allá era algo habitual en el mundo antiguo. En la Odisea y en la Iliada tenemos multitud de ejemplos de cómo los dioses se comunicaban con los humanos y eran parte de la vida cotidiana de los mortales elegidos para charlar con ellos. Seguro que si los dioses del Olimpo griego no fueran dioses muertos, olvidados por el pueblo, seguirían hablando por los codos.
Las sectas religiosas, en sus rituales comunitarios, se ponían en contacto con sus entidades espirituales, fueran del color que fueran, sin ningún problema y con toda la naturalidad del mundo. Así se vivían en directo las retransmisiones de los cielos o de los infiernos. Pero con la llegada de la escritura las cosas empezaron a cambiar. Las religiones que empezaron a escribir la voluntad de sus dioses comenzaron a subir como la espuma. La magia de la palabra del dios escrita fascinó al pueblo, (en especial al pueblo analfabeto). Las escrituras sagradas dieron un poder mágico a quienes las poseían. Nunca se había vivido nada igual, era como poseer en conserva la divina voluntad de los dioses. Para el hombre antiguo tuvo que ser toda una revolución espiritual. Y todas las religiones optaron por tener sus libros sagrados.
Pero esa revolución religiosa, basada en la escritura venida del más allá, creo nuevos problemas, porque, como ya se pueden imaginar ustedes, los diferentes dioses no se ponían de acuerdo para enviarnos mensajes que al menos no fueran contradictorios. Entonces se desentabló una feroz competencia por convencerse, y por intentar convencer a los demás, de que los textos sagrados escritos por los seguidores de cada religión o secta eran los verdaderos, dictados por el único dios verdadero.
Este feroz combate no se llevó a cabo en las dimensiones espirituales, fueron los sacerdotes con espada en mano, o aliándose con los poderes políticos o militares, los que lucharon entre sí llevando al campo de batalla sus discusiones religiosas. Y los ganadores en cada zona del planeta impusieron al pueblo la fe en sus escrituras sagradas, divinas e intocables. Instaurando un gobierno donde reinaban sus libros sagrados particulares, escrituras que terminaban dirigiendo las vidas de sus ciudadanos.
Mas esta tranquilidad impuesta solía durar poco tiempo, pues casi siempre surgía otro problema: los mensajes del más allá se seguían recibiendo, y, aunque los enviase un mismo dios, muy a menudo contradecía a las antiguas escrituras de antiguos mensajes suyos ya sacralizados. Entonces, en especial en Occidente, se realizó una caza de brujas, y todo aquel que tenia la desgracia de haber sido elegido por dios para hablar con él, terminaban acusándole de endemoniado, sobre todo si al ser supremo, en sus retransmisiones al creyente elegido, se le ocurría rebatir alguno de los dogmas de fe de la religión en el poder, entonces el pobre creyente acababa en la hoguera junto a las brujas que gustaban de hablarse con el diablo.
Los efectos de esta brutal represión fueron devastadores para nuestra condición natural de recepción de los mensajes del más allá. La castración de esta facultad humana dura hasta nuestros días. Hemos olvidado nuestra habilidad para comunicarnos con los dioses. Si una persona oye voces en su interior acude al médico para evitar que la encierren en un psiquiátrico y para que le solucione un problema que en otros tiempos no era sino una virtud de elegidos.
Sin embargo, la libertad religiosa y la proliferación de sectas está produciendo una vuelta a la “normalidad”. Las escuchas del más allá están proliferando de forma espectacular en las últimas décadas. Pero estas escuchas hoy en día no se viven con la ancestral naturalidad que las vivía el hombre antiguo. Al haber olvidado nuestra condición natural de escuchas esotéricos, ahora lo consideramos un fenómeno extraordinario, único en cada circunstancia, nuevo y fascinante. Y las sectas, como no, se están aprovechando de esta nueva situación espiritual, de esta nueva época de cambios, volviendo a dejar constancia escrita de los mensajes recibidos por sus mensajeros particulares, presentándolos como la escritura más importante y más sagrada entre las demás escrituras del resto de las sectas y de las religiones oficiales.
Podemos dar gracias a que el pacifismo reinante en nuestra sociedad occidental ―y el sistema policial, todo hay que decirlo― no permite que se vuelva a dirimir el liderazgo sectario a base de luchas sangrientas, en defensa de las verdades reveladas que en cada secta se reciben. Toda bendita organización religiosa, elegida por dios para recibir sus buenas nuevas, está condenada a convivir con las demás que también están recibiendo sus buenas nuevas, habitualmente diferentes.
Esta “sana” y obligada competencia está produciendo ciertos hábitos de mercadeo espiritual no muy limpios. Me explico: los mensajes del más allá, a pesar de ser ya algo muy corriente en muchas sectas, se tienden a ocultar al público en general. Cuando alguien se acerca a una secta de este tipo, y observa todo lo que le venden, también observa cómo permiten que se sospeche que se guardan algo muy importante de lo que no pueden hablar a profanos. Todos los que son atraídos con el viejo cebo de la curiosidad caen en sus redes, llevándose una gran sorpresa cuando, al cabo de un tiempo de prueba de integración en el nuevo grupo, se le invita a una sesión de retransmisiones celestiales en las que el mismo dios se va a dirigir al grupo o a al novato (si así lo considera oportuno el ser supremo, claro está).
Podríamos pensar que la ocultación al público de la divina retransmisión sea debida al miedo, a que pudieran retornar aquellas viejas persecuciones inquisitoriales; pero yo no creo que sea por esa causa por lo que se esconden la mayoría de estos mensajes que se reciben diariamente en los ambientes sectarios. La permisividad religiosa está muy afianzada ya en Occidente, no es delito alguno hablar con dios ni con el diablo, y no creo que las personas normales se escandalicen ya por nada de lo que pueda suceder en el seno de las sectas. Más bien me inclino por pensar que la causa de que oculten las retransmisiones que reciben a diario del más allá es el tremendo ridículo que pueden hacer si las promulgan. Si todas las sectas que reciben mensajes los publicasen sin más, observaríamos atónitos como un mismo dios les pasa a unos unas consignas y a otros otras diferentes, contradictorias muy a menudo, y en ocasiones esto sucede en una misma secta. Naturalmente, para evitar hacer el ridículo, es recomendable que no salgan a la luz los mensajes recibidos, guardándolos entrañablemente para uso exclusivo de los sectarios afortunados que los reciben. Y así de paso evitar un análisis psicológico profundo que terminaría por deducir que toda esa literatura espiritual es un producto del inconsciente colectivo de la secta o del individuo emisor de los mensajes, y no algo venido de la deidad o del demonio del que se presuma haberlo recibido.
A pesar de las contradicciones que albergan, no es de extrañar que estos mensajes se guarden como oro en paño, pues son una de las circunstancias que más realidad otorgan a los sueños compartidos de las realidades virtuales espirituales. Cuando en una atmósfera sagrada se es testigo de una de estas retransmisiones de otros mundos, apenas se puede dudar de que aquello sea cierto. El mensaje no solamente se oye, se vive y se siente la presencia de quien nos habla, incluso se puede llegar a ver al ser espiritual que nos está hablando. El grado de realidad es enorme. Estos mensajes confirman la existencia real de las entidades espirituales que los transmiten para todo aquel que no va más allá de los hechos. Pero, cuando se va mucho más allá de los hechos, se acaba descubriendo que solamente se trata de un juego de ilusionismo de nuestra propia mente.
Nuestra mente coge de su interior todo lo que necesita para crear nuestros sueños mientras dormimos, y hace lo mismo para crear los escenarios virtuales espirituales y a los personajes que los pueblan. De tal forma que las percepciones extrasensoriales se acomodan a la realidad virtual espiritual en la que esté asentada la religiosidad del oyente o el grupo de oyentes. Cuando quien recibe los mensajes es un creyente, o grupo de creyentes, de un cierto tipo de religión, los personajes que hablarán en las retransmisiones corresponderán a entidades espirituales de esa religión y no a otros personajes de otras religiones desconocidas. En el caso de la personificación de nuestras fuerzas del bien, así como del mal, nos encontraremos con diversos representantes supremos del bien, así como diversos representantes supremos del mal, según la creencia que se comparta.
En Occidente se ha asentado en nuestro subconsciente como imagen representativa del mal al diablo, de tal forma que en las realidades virtuales espirituales, en nuestros sueños esotéricos, suele aparecer este personaje como la causa de todo aquello que nos fastidia. Pero en Oriente, allí donde el cristianismo no consiguió sentar sus reales, probablemente ni lo conozcan. Allí tienen demonios de sobras mucho más feos que el nuestro, con un aspecto mucho más terrorífico que nuestro macho cabrío. Quizás hasta se rían de nosotros por el aspecto de nuestro representante del mal (no se a quien se le ocurrió escoger a una cabra para representar a todos nuestros males). La capacidad que hemos tenido para hacer el mal en Occidente no se merece tan pacifico animal, aunque quizás las mentes que inventaron esta representación lo hicieron para decirnos que nuestro mal no nos viene de que seamos en realidad malos, sino de que estamos como cabras.
Como ya aclaré anteriormente, al haber escogido siempre sectas de la línea blanca en mi pasear por estos mundos de dios, nunca tuve contacto con ninguna entidad maligna ni conocí a compañeros de secta que lo tuvieran. Sin embargo, aunque se escojan caminos del bien para progresar espiritualmente, el mal estará siempre presente, en muchas ocasiones disimulado entre las flores del bien. Como ya hemos explicado, si en las realidades virtuales se escenifican todas nuestras pulsaciones psicológicas interiores, como no somos santos, acabaremos escenificando en ellas tanto nuestro bien como nuestro mal. De tal forma que el instinto de muerte nunca pasa desapercibido. Y cuando lo intentamos evitar huyendo del contacto con entidades espirituales malignas, éste aparecerá de todas formas camuflado entre la blancura de los personajes de la santa vía espiritual que hayamos escogido para caminar. Y en esto radica uno de los mayores peligros en la percepción de los mensajes del más allá.
Porque cuando uno está hablando con el diablo ―supongo que los practicantes de la magia negra así lo harán― uno ya sabe a que atenerse, y cualquier barbaridad que diga o que pida el cabrón no pillará por sorpresa. Es casi seguro que los sacrificios humanos que se han realizado bajo rituales religiosos a lo largo de la Historia de la Humanidad, han sido debidos a las malignas demandas de los diversos demonios o deidades de magia negra. La profunda capacidad humana de hacer el mal no está reprimida en la magia negra, y puede hablarnos tal y como es sin necesidad de disimularse a través del demonio o de las entidades mitad dioses benefactores, mitad malignos demonios.
Pero, en nuestra civilización del bien, la mayoría de las sectas se alejan del mal, mejor dicho: intentan alejarse del mal, lo menosprecian e incluso lo ignoran. La moda del pacifismo también llega a las sectas. Entonces nos sucede como en el cuento de Caperucita, el lobo nos pilla la delantera y nos espera disfrazado en casa de la abuelita. Censuramos el mal, pero nuestra mente es mucho más sincera que nosotros y nos lo representa disfrazado en las más santas realidades virtuales espirituales. En los alegres caminos sectarios de la magia blanca, el peligro no está en el lobo en sí, sino en su capacidad de disfrazarse y en nuestra candidez que nos dificulta reconocerlo.
En realidad, la diferencia entre el bien y el mal no está muy claramente definida en nuestro interior, el bien y el mal pueden estar muy mezclados entre sí. Mahoma y Santa Teresa dudaron sobre la procedencia de las voces del más allá que oían, cuando comenzaron a oírlas no estaban muy seguros si su interlocutor era dios o el diablo. El místico profesional suele dudar de lo que oye, aunque la voz le asegure ser del mismísimo dios o de un ángel. Sin embargo, la mayoría de las personas que reciben mensajes del más allá no son profesionales en comunicaciones paranormales, y se suelen creer a pie juntillas lo que la voz les dice, creyéndose que está oyendo a la abuelita porque así lo afirma en sus mensajes, y lo parece por su dulce voz, cuando en realidad es el lobo.
Esto parece una broma, pero es realmente dramático: las voces esotéricas del más allá no se limitan a contarnos películas más o menos interesantes: dan consejos y directrices, y pueden llegar a decirnos todo lo que tenemos que hacer en la vida. El creyente en ellas delega la dirección de su vida en las directrices que recibe del otro mundo. La razón humana desaparece, el hombre deja de ser libre y se pone en manos de lo que le dicen las voces que oye.
Vuelvo a insistir en la gravedad de este asunto. En las escuelas nos enseñaron muchas cosas, pero nunca se nos dijo que no hiciéramos caso si dios, la virgen, algún ángel, o lo que sea, nos hablaba desde el más allá. Y son muchísimas personas las que hoy en día están escuchando esos mensajes, creyéndose su procedencia y siguiendo al pie de la letra sus directrices. (En el capítulo sobre las semillas del suicido colectivo trataremos más en profundidad este asunto).
La forma más sencilla y popular de recibir mensajes del más allá es a través de la ouija. Su peligrosidad, cuando son personas inexpertas las que se disponen a recibir mensajes, está más que demostrada. Se está empezando a comprender que es el grado de evolución espiritual de la persona, o grupo de personas, el que condiciona la calidad de los mensajes. Aunque, yo dudo que existan personas totalmente realizadas espiritualmente, capaces de tener percepciones totalmente beneficiosas para la Humanidad. No creo que existan profesionales espirituales capaces de recibir mensajes limpios de polvo y paja de maldad humana o de intereses egoístas personales o de grupo.
Pero, aunque no exista una calidad cien por cien positiva en la recepción de los mensajes del más allá, no cabe duda de que la categoría espiritual de quien recibe la transmisión es fundamental para la calidad del mensaje; pero es su calidad humana lo que da categoría a la revelación divina, no a la inversa.
La mayoría de las religiones basan sus doctrinas en directrices reveladas por dios a sus fundadores o grandes mediadores, dejando bien claro que la divina importancia de esos mensajes radica en el todopoderoso ser que los transmite y no en quien los recibe. La euforia actual en la percepción de estos mensajes del más allá se basa en una descarada imitación de estos conceptos de percepción: no importa quien reciba los mensajes, lo único importante es quien nos los transmite. De esta forma cualquiera puede recibirlos y dictar las sentencias sagradas del mismo dios. Incluso en muchas ocasiones el atrevimiento renovador llega al extremo de descalificar las viejas revelaciones, alegando que las sagradas escrituras han sido manipuladas a lo largo de la Historia, y que, por lo tanto, la auténtica palabra de dios es la que se recibe ahora, mensajes vírgenes sin manipulación alguna; según ellos, naturalmente.
Lamentablemente, un análisis de todos los mensajes divinos de varios de estos diferentes grupos renovadores, nos da como resultado una falta de concordancia a la hora de comparar su contenido, lo que hace sospechar que no sólo no fueron enviados por el mismo dios, a pesar de anunciarse como el único, sino que fueron creados por la mente o mentes colectivas que los percibieron. Deducción a la que también llegamos cuando analizamos los mensajes de ese mismo dios totalitario a lo largo de varias de las grandes revelaciones que diversas religiones recibieron a lo largo de su historia.
En conclusión: todo parece indicar que los mensajes del más allá no provienen de un lugar más lejano que de los propios límites de la mente de aquellos que los perciben. Ahora bien, también es cierto que no conocemos los límites de la mente humana.
Nuestra capacidad de crear realidades virtuales espirituales y a sus personajes es inmensa. Las entidades típicas de la realidad virtual espiritual del cristianismo, por ser la religión más aceptada en Occidente, son las que más transmiten sus mensajes a nuestra gente. La virgen María es el personaje que va en cabeza del volumen de mensajes retransmitidos. Es de las pocas entidades femeninas importantes que hay en los cielos (hay que reconocer que por allá arriba son bastantes machistas), pero, haciendo honor a la fama de habladoras que tienen las mujeres, me da la sensación que habla más que todas las entidades masculinas juntas, no sé si será porque ella es así o porque nos gusta más a los humanos hablar de nuestras intimidades y profundidades con nuestra madre espiritual que con nuestro padre. Habitualmente sus retransmisiones no son solamente de voz, sino también incluyen imágenes, pues es corriente que sus mensajes vayan acompañados de su presencia. El resto de los personajes cristianos le siguen a la zaga en el volumen de sus retransmisiones, ya sean los ángeles, los santos, Jesucristo o el mismísimo padre creador de todas las cosas.
No creo que exista dioses o personajes espirituales que no se hayan dignado en alguna ocasión a dirigirse a los humanos de una o de otra forma. El espiritismo consiguió que los muertos hablaran. La magia negra continúa hablando con sus deidades en unos casos bondadosas y en otros terribles. Sin olvidar a los típicos posesos que prestan su habla y su cuerpo a la entidad del más allá que se ha dignado a poseerlos. Las religiones orientales también tienen una gran variedad de dioses y no encuentran dificultad para hablar con alguno de ellos. Y la nueva moda de la creencia en los mundos extraterrestres nos está deparando contactos con seres de otros mundos, desde donde nos retransmiten sus mensajes telepáticamente desde otras galaxias o desde las naves que hipotéticamente pululan por nuestros cielos.
Sugiero que no se dé más credibilidad a unos mensajes u a otros por tener mas fe en una procedencia o en otra. En todos ellos, analizados minuciosamente, se aprecia una única procedencia. Ya vengan de una estrella lejana, de un cielo, de un infierno o de un mundo de los muertos; todo se está guisando aquí, en el mundo de los vivos.