El servicio a los demás
Como acabamos de comentar, la pobreza es un gran mal del que nos hemos librado la mayoría de los occidentales. Ahora somos los ricos del planeta, y, como tales, sentimos el buen propósito de dar limosna a los pobres de la Tierra. Las partidas de los presupuestos nacionales destinados a la ayuda al tercer mundo, en proporción, son similares a la limosna que nos daban los ricos cuando ni hace un siglo éramos nosotros, el pueblo, los pobres. Estamos haciendo con el tercer mundo lo que hicieron con nosotros los potentados ricos que nos gobernaban: darle a pobre lo que nos sobra. No cabe duda de que aprendimos bien la lección, y ahora imitamos lo que tanto reprochamos cuando pasábamos hambre. Estas son cosas que suelen suceder en la vida: hacer lo que se critica.
Mas las conciencias sensibles denuncian constantemente la injusticia del gran desequilibrio en el reparto de la riqueza en el mundo, y, en consecuencia, las ONG brotan con gran profusión en todos los países desarrollados, a través de las cuales cualquier ciudadano puede dar algo más que una limosna para erradicar la pobreza del tercer mundo o la que pudiera quedar todavía en su propio país. Ahora, siendo ricos, respecto a los miserables de la Tierra ―recordemos que son mayoría― podemos ser excepcionalmente generosos. Tenemos una oportunidad para demostrarnos que somos capaces de hacer lo que los ricos del pasado no hicieron con nosotros. Erradicar del planeta el peor mal que desde siempre ha padecido la Humanidad es un empeño que ennoblece. Responde a un instinto de servicio a los demás que todo ser humano, con sus necesidades básicas satisfechas, debería de sentir hacia quienes padecen importantes carencias.
La atención sanitaria ha sido otro éxito de Occidente que acompañó a la erradicación de la pobreza, y es otra forma de servicio a los demás, que surge en los individuos más sensibles, ante los padecimientos del prójimo por las enfermedades. Innumerables ONG están destinadas a atender a los enfermos del tercer mundo.
Cierto es que antes de que las ONG llegaran al tercer mundo ya llevaban décadas los misioneros de diferentes religiones atendiendo las penalidades mundiales. Pero ese espíritu de ayuda tiene importantes añadidos. Las organizaciones de caridad religiosa siempre añaden a las ayudas materiales el auxilio espiritual con una clara intención proselitista. Y es que el mayor servicio que se le puede hacer a la Humanidad ―según estas organizaciones espirituales― es el proselitismo; meter a todo el mundo en el saco salvador de sus creencias y doctrinas. (Muchas sectas y religiones tienen sus ONG particulares en la actualidad). Esta forma de servicio a los demás se deriva de sus creencias, por lo que existen tantas formas de hacer servicio a la Humanidad como creencias existen. Y si dar de comer al hambriento lo sabría hacer cualquiera, incluso instintivamente; dar de comer a las almas hambrientas es mucho más difícil y se puede hacer de multitud de formas, todas ellas diferentes. Y, como es de esperar, unas descalifican a las otras.
Todo caminar espiritual persigue varios fines, y uno de ellos, habitualmente, es realizar el importante servicio de ayudar a liberar al mundo de sus males. Pero no esperemos que nos den el tipo de ayuda que cada uno de nosotros pensamos que nos hará bien, la persona espiritual cree que nos aqueja un tipo de mal habitualmente desconocido por nosotros, males extraños, esotéricos, inventados por el creyente, escenificados en la realidad virtual espiritual en la que deposita su fe.
En estos intentos salvadores esotéricos, unas ideologías sueñan con salvar al mundo de golpe, a lo bestia, otras se contentan con ir salvándonos uno por uno, con la esperanza de que a través del contagio se extienda por todo el planeta su elixir salvador, y otras lo intentan alternando estas dos maneras. Sin olvidar los intentos liberadores violentos, de los que hablaremos más adelante.
Para liberar al mundo, primero es necesario imaginarlo prisionero de algo, y en esto son especialistas los místicos. El principal mal conocido por todos, en especial en Occidente, es el demonio y su capacidad para hacernos caer en el peor de los males: el pecado, origen de todas nuestras desgracias. Todas las religiones que incluyen a este personaje en sus realidades virtuales espirituales, se las ven y se las desean para evitar que Lucifer nos haga la puñeta. Hay otros muchos tipos de demonios en otras creencias, pero todos se parecen mucho entre ellos, puede variar la forma en cómo nos causan calamidades, pero al final todos persiguen cargarse la frágil felicidad de los humanos.
Por ello existen sanadores dedicados a servir al mundo librándonos de los demonios. Mitad predicadores, mitad curanderos, están causando furor en la actualidad. Sus espectaculares curaciones se basan en sacar el mal del alma del paciente, o, mejor dicho: en sacar a los demonios del cuerpo del paciente. Recordemos que para ellos cualquier enfermedad es provocada por un demonio. Sus sesiones curativas en grandes grupos, cuando se trata de predicadores cristianos, son auténticos exorcismos, donde personas se retuercen, o, mejor dicho: el maligno las retuerce y las hace revolcarse por el suelo con grandes ataques de histeria, ya que el demonio se suele negar a salir de donde, al parecer, se encuentra muy a gusto. No cabe duda de que, para todo creyente en el demonio, es un gran servicio a los demás luchar contra él.
Las vías afiliadas a la ley del Karma y a la reencarnación tienen otra particular forma de enfocar el servicio a los demás. Piensan que el pobre está en su situación porque la escogió antes de nacer, para evolucionar espiritualmente, alejado de las tentaciones de las riquezas, o porque su mal Karma lo ha arrojado a la pobreza y a la enfermedad como castigo por haber sido malo en vidas anteriores. No es infrecuente encontrarnos en el interior de ese tipo de sectas o religiones una frivolidad e incluso un menosprecio hacia la persona que sufre. “Es su mal Karma, él se lo ha buscado, puede dar gracias que no se ha visto reencarnado en una rata”. Argumentos como estos espantan a cualquier espíritu sensible, y son causa de que Oriente tarde tanto de salir de la pobreza a pesar de la gran sabiduría que alberga.
Sin embargo, también pueden enfocar el servicio a los demás de otra manera los seguidores del Karma: si uno hace cosas buenas por los demás, acumulará buen Karma, entonces es conveniente ayudar a los pobres, no por ellos, sino por nosotros. Es parecido a pretender ganarse el cielo haciendo buenas obras. Es un tipo de egoísmo espiritual muy corriente. Es evidente que un ateo ayudando a los demás sin recibir nada a cambio, siempre que no lo haga por el que dirán, es más altruista que un creyente que lo hace por su salvación.
Normalmente, el servicio que se presta en la mayoría de las sectas, es estimulado por la creencia de que se está colaborando en la importante misión de salvar al mundo. Tarea tan sumamente trascendental que puede convertirse en un auténtico placer, en un goce que favorece las actitudes serviciales necesarias para la subsistencia de las sectas. Los fanáticos sectarios disfrutan cuando apoyan, tanto económicamente como con sus actividades, a la secta de la que son miembros. El servicio individual es un granito de arena importantísimo para la misión salvadora de la secta, y produce un cierto goce espiritual. Sobre todo si se trata de servir a un poderoso gurú, o a la misión salvadora que él ha emprendido en el mundo, pues las expectativas de gozar a su servicio pueden quedar desbordadas. La capacidad que estos maestros tiene de provocar felicidad en sus seguidores más serviciales es extraordinaria. Importante cuestión, apenas conocida, y que conviene tener en cuenta al estudiar las sectas.
Cuando dirigí mis actividades serviciales hacia uno de los gurús, que escogí como maestro espiritual durante varios años, viví a cambio unas de las sensaciones más dichosas de mi vida cuando realizaba algún tipo de servicio para la secta, ya fuera dar dinero o trabajar en su infraestructura. E igualmente pude observar el mismo fenómeno en devotos de otros gurús. Vuelvo a repetir que no sé como lo hacen, pero no me extraña que los gurús tengan a sus seguidores pegándose por limpiarles los zapatos. Son auténticos expertos en la manipulación de la atmósfera sagrada. Cualquier aportación que yo efectuaba voluntariamente (nunca me obligaron a ello) me proporcionaba una sensación de una dicha extraordinaria. Uno se sorprende un poco cuando realiza los ejercicios esotéricos aconsejados por su gurú y experimenta sensaciones agradables, pero al final podemos explicarnos el fenómeno pensando que el estado feliz es causa de las meditaciones o de los rituales; sin embargo, cuando por pelar unas patatas para una cena comunitaria de miembros de la secta, por ejemplo, alcanzas uno de los estados más dichosos de tu vida, la sorpresa es mayúscula. Acabas convencido de que tu estado feliz es consecuencia de la manipulación que tu gurú esta realizando en ti, es la gracia de sus bendiciones derramada sobre sus devotos servidores.
Esto explica que el servicio dirigido al maestro, o a la infraestructura económica y social de la secta o religión que él dirija, esté tremendamente extendido. Para los devotos que han encontrado un elevado grado de felicidad, gracias a las gracias de su gurú, el dinero pierde importancia, y no les cuesta desprenderse de él. Las sectas que dirigen los grandes gurús manejan ingentes cantidades de dinero recaudado a base de las aportaciones de sus desprendidos discípulos. Salvar al mundo exige enormes presupuestos. Es una pena que no se pongan de acuerdo en como hay que salvarlo, porque si uniesen todos los esfuerzos igual lo conseguían.
Es muy importante tener muy claro que esto nos puede llegar a suceder si nos estamos implicando con alguna secta con gurú incluido. Ya no es el convencimiento intelectual únicamente lo que puede incitarnos a aflojar la cartera, o a dedicar nuestra vida por una causa mística; a esto se pueden sumar los caramelos de felicidad que podemos recibir a cambio de entregar nuestras energías a la causa. Hay personas que entregan todo, incluso su vida. Por ello es necesario estar informado de todos los detalles antes de que semejante cambio pueda llegar a sucedernos. Así podremos elegirlo más libremente.
Se alzan voces escandalizadas calificando estos hechos como comedura de coco y lavados de cerebros. Algo sorprendente cuando llevamos siglos permitiendo en nuestra sociedad sacrificios religiosos mucho más duros, como, por ejemplo, en los monasterios de clausura, donde personas se encarcelan en cadena perpetua, encerradas de por vida entre cuatro paredes, entregando su vida al servicio de la Humanidad de esa forma tan severa. Después de llevar tantos siglos conviviendo con este tipo de actitudes “serviciales”, no deberíamos de extrañarnos de las rarezas importadas de otros lugares de la Tierra.
Para comprender cualquier forma de servicio espiritual, es necesario no olvidar el goce que casi siempre conlleva la entrega a la causa en la que ser cree. Además de vivir los goces del servicio en mis carnes, he visto a muchas personas gozar de la delicia de servir a su gurú o a su dios. Yo no puedo criticar a esas personas, sencillamente están intentando ser más felices. Si observamos en lo que se gasta el dinero, o pone su esfuerzo, el occidental medio, para conseguir el grado de felicidad que consigue, no deberíamos de asombrarnos de que existan otras formas de intentar ser más feliz, aunque nos resulten muy extrañas. Yo, solamente, me limito a advertir que los éxtasis de felicidad pueden no ser eternos. El amor místico es muy semejante al enamoramiento típico de pareja, los dos pueden ser pasajeros. Y los dos nos pueden llevar a hacer locuras que después podemos lamentar.
En los países desarrollados existen leyes que nos libran de quedar desprotegidos en los divorcios de pareja, leyes que evitan que uno de los dos se lleve todo después de la ruptura y el otro quede en la calle en paños menores. Pero para los matrimonios con los dioses o con los gurús ―ya sean unos u otros masculinos o femeninos― nuestras leyes no prevén separación de bienes ni defensa alguna en el caso de divorcio. Claro que el místico primerizo suele pensar que su dios o su gurú nunca le fallará, los que fallamos somos siempre los humanos. Yo, por experiencia propia, como sufrido humano, he vivido varios divorcios de dioses y de gurús. Y, aunque en muchas ocasiones haya abandonado a estas deidades, en otras han sido ellas las que dejaron de derramar sus gracias sobre mí, sin que yo fuera consciente de haber hecho nada para recibir semejante desplante. Ruptura que te puede dejar más desamparado que el santo Job, como te hayas entregado totalmente al matrimonio celestial.
Ciertamente es muy complejo el estudio del servicio espiritual. Las creencias que lo motivan, los diferentes grados de dicha que proporciona, las distintas formas de aplicar el esfuerzo o de invertir el dinero, las consecuencias... Son tantas las variantes que pueden influir en el servir espiritual que puede ser difícil hacerse una idea general al respecto.
Incluso en las clausuras, o en las cuevas de los renunciantes ermitaños orientales, también se está realizando un servicio a dios y a los hombres, según las creencias de quienes llevan esa vida. Los oradores o meditadores, pertenecen a otra casta especial de servidores a la Humanidad. No suelen ver al prójimo que están ayudando ni en pintura, son los que ayudan por telepatía o algo así. Emiten sus buenos pensamientos y oraciones para que, una vez oídas sus súplicas, por quien corresponda en los cielos, beneficie a los de la tierra.
Últimamente están apareciendo en las sectas quienes ni siquiera utilizan intermediarios celestiales en sus emisiones benefactoras, lanzan directamente sus buenas intenciones sobre lo que estimen oportuno, o sobre quien desean. Es lo contrario a un mal de ojo. Lanzan sus buenas vibraciones, sus colores pastel, y nos bañan de melosidades lumínicas y melodiosas para hacernos más buenos. (Lo que todavía no sé es si para recibirlas es necesario algún tipo de antena parabólica). Los políticos, gobernantes y militares, son objetivos primordiales de estas ondas. Ya sean de derechas o de izquierdas, conviene ayudar a quienes llevan semejantes responsabilidades echándoles una mano virtual para aliviar su duro trabajo, para que no cometan más errores históricos, y, sobre todo, para que no persigan a la secta emisora de tan buenos deseos. Estos grupos de meditación son semejantes a los que siempre ha habido en las viejas comunidades sacerdotales. Pero que incluyen novedosas aportaciones, como, por ejemplo: para ayudar a compensar la deforestación de nuestro planeta, se lo imaginan en profunda meditación todo pintado de verde. De esta forma pretenden, con sus buenos deseos virtuales, en profundo esfuerzo meditativo, estimular a otros para que hagan el esfuerzo de plantar los árboles, mientras ellos sueñan con ello.
Como podemos ver, hay multitud de maneras de servir a los demás. Yo aconsejo ser auténticamente sinceros y prudentes para evitar lamentarnos de haber tirado nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, nuestro dinero o nuestra vida, allí donde nadie lo ha aprovechado. En el mundo religioso y en las sectas es muy fácil prestar elevados servicios a la Humanidad, mientras desatendemos al de al lado que nos está pidiendo algún tipo de pequeña e insignificante ayuda. Yo no me excluyo de esta situación. Sentado en mi cómodo sillón, frente a mi ordenador, escribiendo este libro, estoy llevando a cabo la forma que he escogido para ayudar a los demás, mientras podría prestársela directamente a los más necesitados de entre quienes me rodean. En el servicio directo a los demás es más difícil perderse que en fantasías serviciales. Yo mismo no sé, en el momento de escribir estas páginas, si este libro se editará algún día, incluso no sé si acabará en la papelera. (No sería el primero que después de varios años escribiéndolo lo tirara a la basura).
Si uno no desea correr el riesgo de que su servicio acabe en la basura, es aconsejable hacerlo directamente. No es infrecuente que esfuerzos intelectuales, esotéricos o espirituales, se queden en agua de borrajas. Aun así, muchos de nosotros correremos ese riesgo y continuaremos comprometidos con nuestras creencias especiales, ayudando de forma indirecta a los demás.
Yo, por de pronto, paso a escribir el siguiente capítulo.