Los mediadores

Se practique el método que se practique para intentar llegar a dios, siempre es de agradecer que a uno le echen una mano en tan arduo empeño; de hecho se llega a decir que es imposible por nosotros mismos alcanzar al gran elefante blanco, y que al menos un mediador resulta imprescindible para ayudarnos a encontrar el feliz camino espiritual que nos llevará hasta él.

Los vídeo-juegos espirituales se las apañan para ponernos difícil la búsqueda de algo que en teoría está en todas partes, y después nos aconsejan seguir a especiales guías que nos conducirán por unos laberínticos caminos que no existen sino en nuestra propia mente.

Si creemos que dios existe, estamos dispuestos a buscarlo y no sabemos por donde empezar, no desesperemos, porque mediadores los hay para todos los gustos; cada religión tiene los suyos.  Vamos a hablar de los más utilizados, no porque sean los más efectivos, sino porque son los que fueron impuestos en las tradiciones populares por las religiones dominantes.

(Obviamos hablar de los mediadores que ayudan en la búsqueda de los dioses menores del chamanismo o de la magia negra, dioses que por ser más pequeños que los infinitos, están más cercanos a nosotros, y aunque también necesitan de mediadores que los encarnen o los acerquen de alguna manera a sus seguidores, no necesitan tanta mediación como la que hace falta para acercarnos al dios o a los dioses infinitos).

El supuesto dios infinito de las grandes religiones muy pocas veces se manifiesta directamente a los humanos, casi siempre lo hace a través de sus delegados, ya sean ángeles, encarnaciones o su propio espíritu.  Para nosotros los occidentales, es el espíritu santo probablemente el mediador por excelencia entre nosotros y dios, el más allegado a él.  Si uno consigue ser anfitrión de tan sagrado invitado tendrá garantizados los regalos celestiales más exquisitos en forma de milagros.  Otros espíritus representantes de su majestad celestial son los ángeles, y en las mitologías orientales existen innumerables deidades, espíritus bondadosos dedicados a ayudarnos a llegar a dios.

Pero como los humanos estamos más acostumbrados a relacionarnos con otras personas, humanas como nosotros, podemos llegar a tener alguna dificultad para comunicarnos con espíritus sin forma ni cuerpo determinado.  Entonces, dios, sabiendo esto, parece ser que decidió encarnarse en individuos ―especiales, claro está― para acercarse más a nosotros.  De esta forma comenzaron a aparecer en la Tierra las encarnaciones divinas.  Cada religión universal tiene las suyas.  Y un poco por debajo de ellas tenemos a los iluminados por la gracia divina, también elegidos por dios para ejercer de mediadores entre él y su pueblo, son los profetas, los enviados o los predestinados.  Todos ellos intentos de aproximación del todopoderoso a la perdida Humanidad.  Jesucristo, Buda, Mahoma, Krisna, son ejemplos de grandes mediadores. 

El salvador, el profeta, el hijo de dios, la encarnación divina o el maestro espiritual, son importantes arquetipos aceptados por la mayoría de las personas religiosas.  Incluso las religiones que no aceptan como válido ningún mediador de los anunciados hasta ahora, por otras religiones diferentes a la suya, permanecen a la espera de que a ellas les llegue su salvador particular aún no nacido.  Y algunas de las religiones que ya tuvieron su salvador particular, todavía esperan que éste vuelva, pues parece ser que con la anterior venida no llegó a salvarlos del todo.

El protagonismo de estos mediadores es de suma importancia en todo ámbito espiritual.  Sus funciones se anuncian como imprescindibles en la mayoría de las vías espirituales.  Ellos han sido los fundadores de la mayoría de las religiones.  Y la relación que la persona religiosa emprende con ellos puede llegar adquirir un grado de intensidad enorme aunque el personaje lleve siglos desaparecido del mapamundi.  El creyente puede llegar a sentir en su vida una presencia muy real de estos mediadores estrella.  Las apariciones de estos personajes a las personas que creen en ellos se han producido siempre y se continúan produciendo.

Compartiendo la fama de estos personajes se encuentran las mediadoras, deidades o personajes femeninos, portadoras del virtuosismo maternal, nos enseñan a andar por los caminos espirituales como cualquier madre enseñaría a caminar a su hijo.  Derrochadoras de amor, ternura y comprensión, bálsamos benefactores para el sufrido caminante espiritual.  Y si dios es la representación de nuestro padre celestial, ellas son las encarnaciones de la madre celestial; ancestral concepto místico que han  heredado.  No sólo madres de todos los hombres, sino también en ocasiones madres de dios, de las encarnaciones divinas, como en el caso de María.  Santidades femeninas que pueblan las diferentes realidades virtuales de las religiones y de las vías espirituales al más puro estilo familiar.  En las mitologías orientales existen diversas deidades que hacen el papel de madre para los desamparados mortales.

Mas si todavía se nos antoja inaccesible relacionarnos con la divinidad, por debajo de todas estas mediaciones estrella nos encontramos con los santos, mucho más humanos.  No se trata de encarnaciones, nacieron como nosotros y se ganaron a pulso el cielo en el que ahora están.  Mediadores entre los hombres y las grandes encarnaciones divinas, nos ayudan a completar el puente que nos llevará al cielo.

Pero, aún así, parece faltar un eslabón en la cadena de personajes mediadores entre dios y nosotros.  Aún pueden llegar a resultar muy lejanos los santos, ya que los muertos, por muy santos que sean, los podemos llegar a sentir muy distantes, demasiado fríos entre los mortales.  Para dar este último paso de aproximación, aparecen en escena las personas que amablemente nos echarán una mano, son los mediadores mortales, personas que conviven con nosotros en este mundo, sacerdotes, maestros espirituales, gurús, predicadores, sanadores espirituales; profesionales del caminar espiritual, personas muy acostumbradas a relacionarse con los grandes mediadores; maestros indispensables para todo ignorante profano que pretende comunicarse con dios.  Muchos de ellos proclamados como encarnaciones divinas.

Ellos son el peldaño más bajo de la escalera que nos comunica con el cielo, el más humano, el más cercano a todos nosotros, imprescindibles para todos aquellos que no sentimos ni vemos apenas nada más de lo que nos muestra el horizonte de la tierra en la que vivimos.

Estas personas especialistas de la espiritualidad, dirigentes espirituales de grupos, incluso de naciones, son los maestros más allegados a nosotros, con el determinado propósito de enseñarnos los caminos de la espiritualidad,  son las almas más elevadas con cuerpo de carne y hueso. 

Muchos de ellos y de sus seguidores son quienes continúan cometiendo el mayor fraude espiritual que lleva padeciendo la Humanidad desde hace siglos.