Diferentes formas de intentar llegar a Dios

Nos estamos refiriendo al dios declarado como infinito creador de todas las cosas, al que cada religión totalitaria declara como el único y el más grande.  Es el dios que no da cabida a otros dioses tan poderosos como él, aunque cada religión monoteísta defienda un dios infinito diferente.  Este dios ―que deberíamos de escribir con mayúsculas―  es por definición la entidad, energía o magnitud, que unifica todas las realidades existentes.  Es su propiedad de omnipresencia la que da cabida todo lo existente y lo unifica.  Una genial idea de unificación que muy lejos de unirnos al resto de las cosas o a los demás, nos ha dividido en fanáticos bandos de ciegos creyentes; una genial idea de paz universal bajo un mismo gobierno divino que nos ha traído innumerables guerras. 

Y, aún así, la búsqueda continúa.  Existe un viejo cuento oriental que denuncia la problemática en la que nos encontramos los seres humanos cuando “percibimos” lo que damos en llamar dios.  En esencia, ese cuento nos muestra como un grupo de ciegos se acerca a un elefante para intentar comprender como es ese animal.  Uno tras otro lo tantean para tomar conciencia de él a través del tacto; pero cada uno toca solamente una parte del animal: uno le toca una pata, otro la oreja, otro la trompa, otro la tripa, otro el rabo…  Y cada uno queda satisfecho de la impresión que ha obtenido del elefante.  El problema viene cuando se cuentan los unos a los otros lo que cada uno ha percibido la realidad del animal.  Uno dice que el elefante es como una columna, otro que es como una gran lona en movimiento, otro como una manguera, otro como un enorme globo, otro como una cuerda…   La incomprensión mutua hace presa en ellos: no se llegan a poner de acuerdo en como es un elefante; y, como cada uno defiende su parte de razón, sin comprender la de los demás, terminan muy enfadados los unos con los otros.

En este sencillo cuento se resume lo que nos sucede a los seres humanos cuando tenemos oportunidad de aproximar nuestra conciencia al “infinito paquidermo cósmico”.  En el caso de que existiera ese dios infinito, casi siempre instauramos una fe totalitaria sobre ese “algo” que sólo hemos llegado a conocer en parte.  Las religiones son una muestra de esta ciega y arrogante actitud humana, así como lo son también las vías espirituales que definen a un dios infinito basándose en percepciones incompletas. 

A simple vista, parece mentira que la estupidez humana haya podido alcanzar estas cotas de arrogante soberbia cuando hemos tratado los temas teológicos, pero así ha sucedido casi siempre.  Los grandes místicos fundadores de religiones, o vías de realización espiritual, tantearon la realidad divina que les tocó en suerte percibir, y sobre estas parciales percepciones se levantaron descomunales teologías en desacuerdo mutuo que muy frecuentemente acabaron en sangrientas disputas. 

Pero esto no sólo es consecuencia de la estupidez o de la soberbia, también es resultado de la ignorancia y de las limitaciones humanas cuando nos relacionamos con el infinito.  En el cuento faltan detalles que complican todavía más la realidad de los hechos:  El “elefante”, si es un fiel representante del dios infinito, debería de ser un animal con dimensiones infinitas, de esta forma cada ciego experimentaría una parte del “elefante” infinitamente grande, percepción que por si sola desborda el limitado entender individual y no deja opción ni siquiera a pensar que puedan haber otras partes; lo que cada ciego siente del “animal” es todo lo máximo que se puede sentir.  De no ser así, no les hubiera resultado a los ciegos muy difícil el recomponer el puzzle del “paquidermo” uniendo todas las piezas de sus sensaciones particulares y comunicándose los unos a los otros sus experiencias.  Pero la percepción de la infinitud desborda nuestra limitada habitual capacidad de percibir, y no nos podemos ni imaginar que otras personas puedan tener otro tipo de percepciones infinitas diferentes a las nuestras.

Sea cual sea la forma particular en la que se perciba una manifestación de divinidad, siempre la sentimos completa en sí misma por su cualidad de infinitud y por las demás cualidades positivas que completan su grandeza sin límites.  La experiencia de lo sagrado conlleva sublimes sensaciones de infinitud, de ensanchamiento de la mente y del alma; es una experiencia de las más satisfactorias y completas que puede vivir el ser humano, de hay que siempre se haya buscado la experiencia sagrada.  La proximidad de la santidad gratifica todos nuestro niveles sensoriales.  Cualquier parte que lleguemos a tocar del “sagrado elefante” nos llena de felicidad y alivia nuestras dolencias.  Tanta plenitud proporcionada por la experiencia del fenómeno dios nos lleva a considerar completo lo percibido.  Respirar la atmósfera sagrada siempre supone vivir una realidad sin límites.  Solamente el análisis comparativo con otros individuos nos mostrará que la percepción ha sido incompleta, pues podremos comprobar que ellos sienten algo tan grande como nosotros pero diferente. 

Es necesario un esfuerzo extraordinario para comprender que otras personas están teniendo una experiencia parecida a la nuestra venida de otras diferentes percepciones.  Incluso cuando un mismo individuo está teniendo una percepción de la divinidad diferente a la que tuvo en otro tiempo, apenas podrá compararlas debido a la abrumadora realidad de su experiencia presente, que superará en mucho los recuerdos que le pudiera traer su memoria de otra experiencia pasada.

Y si recordamos que esa sublime divinidad está en todas las cosas debido a su omnipresencia, no habremos de extrañarnos de las innumerables formas de buscarlo y de experimentarlo.  Pero todas ellas por separado son incompletas aunque las vivamos completas en sí mismas. 

Vamos a hacer un breve repaso de las más importantes formas de buscar y de percibir la divinidad, no porque realmente sean las más importantes, ya que la divinidad infinita puede ser experimentada en cualquier cosa y de cualquier forma, sino porque son las más utilizadas.  La forma más típica de intentar experimentarla es a través de los diferentes dioses infinitos, a través de la atmósfera sagrada que les envuelve y de la realidad virtual enseñada por la religión dominante en el ámbito cultural donde crece el individuo.  El abundante acopio de escrituras sagradas que las religiones hacen, mantiene la tradición de las formas de adoración y de búsqueda de dios.  El aprendido escenario virtual queda fijado en la mente del creyente y en él se desarrolla su relación con la divinidad, imponiéndole las limitaciones propias del mundo místico imaginado.   La fe mantiene vivas las reglas del sueño místico.  Estos escenarios virtuales actúan de forma semejante a un vídeo-juego con reglas propias, donde el creyente en él se juega el destino de su vida de forma dramática; el cometer errores en el vídeo-juego puede hacerle acabar en un temido infierno en vez de en el tan ansiado cielo.

Las reglas del vídeo-juego espiritual de cualquier religión o doctrina, o de cualquier otra vía de caminar espiritual, imponen unas limitaciones al ilimitado fenómeno divino desvirtuándolo.  Actúa como lo haría una severa educación sexual inculcada en un niño, que durante toda su vida perturbará su plenitud sexual si no llega a ser consciente e intenta ponerle remedio.  Nuestra divinidad está igualmente “educada severamente” por las creencias religiosas que nos inculcaron de niños.  En primer lugar nos creemos que la divinidad no es nuestra, sino de dios, y a partir de ahí tenemos multitud de condicionamientos para vivirla.  Por ejemplo:  Un dios que está ubicado en un remoto cielo puede antojársenos demasiado lejano para experimentar su presencia; una energía divina, de complicadas características, puede considerarse inalcanzable para los inexpertos en su manejo; la exigencia de la intervención de un mediador entre dios y el hombre, o el imperativo cumplimiento de unos mandamientos impuestos por un dios autoritario, son otros típicos condicionantes de los vídeo-juegos programados en las realidades virtuales espirituales.

Para otorgar realidad a las deidades incluidas en los escenarios virtuales, la idolatría fue utilizada desde los tiempos más antiguos.  Las realidades virtuales espirituales siempre necesitaron de un soporte físico para  aproximar el mundo espiritual a las gentes, los altares siempre han sido punto de unión entre el mundo virtual espiritual y el mundo físico.  A pesar de que hoy en día la idolatría es reconocida como una forma dudosa de adoración, todavía continua siendo la forma más popular de aproximación a lo sagrado.  La mayoría de los buscadores espirituales siguen buscando a dios en las imágenes, en los lugares santos, o en cualquier elemento físico que se les antoje sagrado.  Símbolos o imágenes sagradas llenan los templos y los altares de casi todas las religiones.  Infinidad de lugares, objetos y reliquias, que tuvieron alguna relación con acontecimientos místicos, son considerados como sagrados habitáculos permanentes de la divinidad hacia donde el devoto dirige sus peregrinaciones.  La atracción por la idolatría está tan arraigada en las gentes que resulta habitual consagrar objetos o lugares aunque estos no hayan tenido relación alguna con acontecimientos sagrados.  Los santos ―que clamaron hasta la extenuación la máxima de que nunca se debe de adorar nada material―, si hoy levantaran la cabeza, no podrían por menos que tirarse de los pelos al observar como sus más fieles devotos adoran a sus estampitas, a sus estatuas de barro, y a sus trozos de cuerpo.

Resulta hasta gracioso que a un trozo de muerto se le confiera un grado de presencia de dios, del creador de la vida, mayor que el que se le confiere a cualquier otro ser vivo.  La idolatría, a pesar de la proximidad con lo divino que parece otorgar, puede alejar más de lo divino que lo que en apariencia parece acercar.  Los creyentes idólatras centran más su atención en los objetos físicos sagrados, o en los lugares supuestamente santos, que en la atmósfera sagrada que los envuelve.  La ineficacia de la idolatría ha propiciado nuevas búsquedas de la divinidad.

En las últimas décadas se han hecho muy populares unas nuevas formas de búsqueda divina, importadas de Oriente, que pretenden salvar algunas de las dificultades creadas por las realidades virtuales occidentales, inculcándonos la idea de la existencia de un dios menos lejano e inaccesible.  Algunas de estas creencias se basan en el supuesto de que si dios está en todas las partes también está dentro de nosotros, y aprovechan esta circunstancia para incitarnos a buscar algo que llevamos dentro.  No puede haber una forma más íntima y más accesible de relacionarnos con la divinidad.  En torno a ese supuesto gravitan innumerables métodos de meditación que intentan ayudarnos a buscar ese lugar sagrado de nuestro interior.  Pero tampoco es tarea fácil encontrar a dios en nosotros mismos, nuestro interior alcanza a ser tan profundo, extenso y complejo, que podemos encontrarnos con innumerables sensaciones muy distantes de lo sagrado; y aunque hayamos tenido la suerte de acercarnos a la divinidad que reside en nuestro interior, ésta suele esfumarse al cabo del tiempo, consecuencia inevitable de toda percepción incompleta de dios.  Suele suceder que quienes practican estos métodos de búsqueda acaban perdidos en sí mismos olvidándose de que en el interior de los demás también está dios.

Quizás la forma más respetable de intentar llegar al sublime dios sea la práctica de la virtud.  Nadie que se precie de persona religiosa rechazará el camino de la virtud.  La honorabilidad de esta forma de caminar por la vida ha salvado el prestigio de quienes se dedican a fomentar la evolución espiritual de la Humanidad.  Pero los andares más brillantes por las dimensiones espirituales suelen ser truncados por las fuerzas del lado oscuro humano, a las que les dedicaremos especial atención en el capítulo de “Las traicioneras pasiones”.

Mas el empeño por alcanzar la virtud de la persona religiosa puede no llegar a desfallecer nunca, y ante las fuerzas de las pasiones podemos observar actitudes de mortificación de los sentidos.  No es infrecuente el uso del látigo en el caminante espiritual intentando domar a su fiera interna.  Método muy respetable siempre y cuando no se pretenda imponer a los demás.  (Suele suceder que quien usa el látigo contra sí mismo, también siente a menudo la tentación de usarlo contra el prójimo). 

Otros buscadores de la virtud entran en batallas en contra de los dragones de sus profundidades, protagonizando auténticas películas de realidad virtual espiritual que harían las delicias de los cinéfilos.  La vía del guerrero es un incansable combatir contra las innumerables monstruosidades que plagan los caminos de los seguidores de estas vías épicas.  Dramas personales que muy pocas veces terminan con el típico final del príncipe rescatando a la princesa de las garras del dragón, y el “fueron felices y comieron perdices”; mas bien suele suceder lo opuesto, es el dragón quien se come al príncipe y a la princesa.  Pero como todavía nos sigue gustando soñar despiertos a héroes …  No está mal que la esperanza no se pierda nunca, lo que no está tan bien es que, pretendiendo buscar a dios, perdamos el tiempo en protagonizar películas quijotescas luchando contra molinos de viento a sabiendas de que acabaremos con un revolcón en el suelo.

Más aconsejable que las luchas con uno mismo ―y al menos más rentable para la Humanidad―, son los caminos de abnegación y de servicio a los demás:  Entregar la vida para hacer más feliz al prójimo merece el aplauso de todos.  El único problema a resolver, en esta forma espiritual de vivir, es el método a seguir para ayudar a los demás.  Como veremos en un próximo capítulo, son muy variadas las formas de servir al prójimo que se practican en los caminos espirituales.  Y a veces da la sensación de que cuanto más intentas arreglar con toda tu buena voluntad las cosas de este mundo, más las estropeas.

El amor incondicional al prójimo puede deparar muchas amarguras y desánimos, además de que podemos llegar a enfocarnos tanto en los demás que nos olvidemos de buscar lo que realmente deseamos encontrar.  Buscar a dios exclusivamente en los demás es otra forma incompleta de búsqueda divina.

Últimamente están surgiendo otros métodos para intentar encontrar al  dios absoluto.  Se basan en la idea de que para encontrarlo solamente es necesario quitarnos de encima todo lo que no es dios.  De esta forma la experiencia de la divinidad aparecerá en nuestras vidas como por arte de magia.  Se trata de separar la paja del trigo.  No es una mala idea, pero ¿quién es capaz de distinguir el trigo entre tanta paja?

Como estamos viendo no resulta nada fácil esto de intentar llegar a dios.  Espero no descorazonar a la persona entusiasmada en esta empresa ya siga un método u otro.  No es mi intención que nadie que sienta ese impulso de búsqueda lo abandone.  Sólo pretendo avisar de los errores que se suelen cometer en las diferentes formas de intentar llegar al dios supremo, y de los engaños en los que uno puede caer.  Considero que la búsqueda de dios es una de las actividades humanas que más dicha puede traer a nuestras vidas, aunque no conviene olvidar que ha sido una de las que más desdichas nos haya traído en el pasado. 

Como buen creyente que fui en mi caminar por los mundos sectarios, siempre estuve buscando a dios en cada secta, religión o vía espiritual, en la que me metí.  Siempre me esforcé por separar la paja del trigo y por vivir la experiencia de lo sagrado en cada ocasión que se me ofrecía la oportunidad.  Y han sido muchas las ocasiones y temporadas de mi vida que he vivido en presencia de la divinidad.  En unas ocasiones sentía que la santidad provenía de mí, y en otras que provenía de fuera de mí, ya fuera de un maestro espiritual o de una realidad virtual espiritual en la que yo creía y donde se representaba a dios en un cielo imaginado.  Pero siempre abandonaba la senda por la que me había adentrado.  Las imperfecciones que observaba en cada camino me desanimaban.  Cuando no sentía la perfección divina en todas las dimensiones, abandonaba el camino espiritual que estuviera siguiendo.  Los maestros o instructores, que me aconsejaron en mis diferentes caminatas, me consideraron excesivamente exigente y falto de paciencia, defectos por los que me auguraron pocos éxitos en mi búsqueda de dios.  Yo nunca les hice caso, siempre consideré esas opiniones como una forma de intentar retenerme en su doctrina particular; aunque no descarto que puedan tener su parte de razón.

Muchas personas buscadoras, que han dedicado menos tiempo que yo a la búsqueda de dios, están proclamando que lo han encontrado.  Mas su proclama no me llega a convencer, no creo que hayan encontrado algo aparte de una ilusión, los observo demasiado interesados en atribuirse el éxito final de la incesante búsqueda que la Humanidad ―en mi opinión― no ha hecho sino empezar.  No se puede proclamar haber encontrado la perfección y el amor supremo cuando las imperfecciones y los desamores corretean por nuestros pasillos interiores; ni se puede asegurar estar en el camino correcto cuando, a pesar de experimentar algunos aspectos del fenómeno dios, los aspectos de nuestro lado oscuro continúan haciendo de las suyas e incluso creciendo día a día.

En el nivel sensorial y sentimental han sido innumerables las ocasiones en las que he sentido la presencia de ese infinito lleno de paz y de amor, de esa perfección que parece elevarte del suelo, de esa pureza llena de belleza y de inocencia, de esa exquisita experiencia.  Han sido muchas las ocasiones en las que sumergido en la atmósfera sagrada he podido acariciar al virtual “gran elefante blanco”.  Pero siempre estuvieron presentes las fuerzas del lado oscuro dificultándome llegar a la santidad.  Por un lado es evidente la atracción que sentimos hacía lo sagrado, pero por otro emerge de nuestro interior una fuerza que limita nuestra ansia de penetrar en el fenómeno dios.  Se trata de una de las más fuertes dualidades humanas, la eterna lucha de la materia contra el espíritu, donde se produce la cómica situación de estar persiguiendo algo de lo que a la vez estamos huyendo.  En la búsqueda de dios ―nos llegan a decir algunos maestros― si no tenemos éxito es porque en realidad no lo estamos buscando, o porque cuando jugamos a buscarlo, en realidad nos estamos escondiendo de él. 

No cabe duda de que esto de intentar llegar a dios está lleno de dificultades.  Es una empresa semejante a buscar la salida de un complicado laberinto.  En los capítulos finales de este libro expondremos nuestra teoría particular para encontrar la salida de este laberinto, observaremos las posibles causas de este patético juego, y quizás alcancemos a comprender porqué el hombre creó a los dioses y después se creyó separado de ellos.

De todas formas, si somos acérrimos creyentes y no podemos resistirnos a la tentación de seguir buscando a dios, existen algunas vías de realización espiritual recomendables que aconsejan no desesperar en este empeño, porque dios y nosotros, según dicen, somos la misma cosa; sólo que no nos hemos dado cuenta todavía.

Siento no poder dar ninguna pista segura sobre el mejor método para llegar a dios, primero porque no la conozco, y segundo porque actualmente considero que dios sencillamente no existe.  Si conociera un método para encontrar a dios no estaría escribiendo un libro como éste, estaría afiliado a la religión o vía espiritual que practicase el exitoso método de búsqueda; y, si hubiera encontrado la fórmula por mí mismo, ya habría fundado mi propia secta con el novedoso método recién descubierto y me estaría dedicando a hacer proselitismo ―y ha hacerme rico de paso―.  Y la Humanidad tendría un nuevo profeta que le estaría aportando más de lo mismo.

Y mira que me he dedicado de por vida a tocar cuantas más partes mejor del “elefante cósmico”, con la intención de intentar recomponer en mi imaginación como es dios, pero lo único que he conseguido en mi mente es eso: una imaginación, una realidad virtual que al final no me convence en absoluto, un sueño de grandeza creado por esa extraordinaria capacidad humana de crear dioses.  Por ello, últimamente me centré en investigar esa suprema capacidad del ser humano para crear.  Ahora ya no busco a dios, busco esa divina creatividad humana, esa gloriosa vivencia de la que emanan las imaginaciones celestiales.  Si dios es grande ¿cómo habrá de ser la grandeza de sus creadores?   Si dios es divino ¿cuan divina habrá de ser nuestra divinidad, creadora de dioses?