Intentos unificadores
La invasión en los ambientes culturales esotéricos de tanta diversidad de energías, y de dioses totalitarios, está produciendo un descenso popular de su credibilidad. Al sincero buscador ya le resulta intolerable este escándalo de tan disparatadas ofertas. Solamente la persona que comienza a iniciarse en actividades sectarias, o lleva desde la infancia practicando una religión sin conocer las demás, puede ser convencida de que aquello que le están presentando es lo mejor y lo único. En cuanto se comienzan a estudiar otras opciones, donde se comprueba que también se ofrece lo inmejorable, insustituible y supremo, la duda y el escepticismo minan la credibilidad de todas ellas.
Por mucho que se ha predicado a lo largo de la Historia la existencia de un padre único para todos los hermanos que poblamos la tierra, nunca se ha conseguido que nos lleváramos bien tan desavenida familia. Proclamas que consiguieron separarnos más, porque cada religión afirma poseer, en su cielo particular, al auténtico padre nuestro, todos ellos diferentes entre sí.
No pueden existir dos dioses ni dos energías artífices de la creación. Las religiones, las sectas, las diferentes vías o caminos espirituales y los sanadores, sabiendo esto, siempre intentaron remediarlo presentando a la competencia como algo maligno, demoníaco; las otras vías, religiones o sectas, no se debían ni nombrar so pena de sufrir grandes males. Pero, como esta actitud amenazante no les está sirviendo de nada para defender su absolutismo en estos tiempos modernos, ya que el desarrollo cultural de los pueblos está descubriendo su sucio juego, ahora se les empieza a notar un pequeño interés por clarificar todo el batiburrillo insostenible de deidades y de energías esotéricas omnipotentes. Conscientes del ridículo que están haciendo, pretenden ahora subsanar este error milenario con tímidos acercamientos de posturas presumiblemente más tolerantes. Pero estos pequeños pasos son a todas luces insuficientes. Hasta que los dogmas de fe no se cambien de raíz, continuaremos siendo testigos de esta absurda competencia por atribuirse unas competencias que, de existir, ya habrían sido concedidas desde la creación a quien correspondiera. Mientras no se abandone el ansia por la prepotencia virtual, continuaremos siendo testigos de la absurda lucha por un trono que, de existir, llevaría muchísimos milenios ocupado.
En esta era de acuario se está pregonando a diestro y siniestro la llegada de la religión de las religiones. Existe tal ansia popular por extirpar las prepotencias partidistas, en los niveles espirituales, que se está proclamando la llegada de una religión universal que acoja a todas las demás y las unifique. Esta proclama parece insinuar que las religiones llegaron a la Tierra como por arte de magia, y que la nueva religión también habrá de hacerlo de la misma manera, como caída del cielo, sin que nosotros tengamos mucho que ver en ello. A veces, en los caminos espirituales estamos tan rodeados de fuerzas, entidades y dioses, que nos olvidamos de nuestro propio protagonismo. A dios gracias que existen los ateos para recordarnos que somos nosotros los únicos protagonistas de todos estos montajes.
Si fueron nuestros antiguos intereses los que propiciaron la creación de tantos totalitarismos religiosos, habrá de ser a base de un gran desinterés como desmantelaremos semejante montaje virtual. Será necesario abandonar el instinto de posesión, al menos en las dimensiones espirituales, para evitar la tentación de apropiarnos de ellos. Disponibilidad altruista que precisamente brilla por su ausencia en los ambientes donde el altruismo y las posturas desinteresadas deberían de derrocharse a diestro y a siniestro. Los mayores santos místicos siempre estuvieron dispuestos a entregar todo de sí mismos excepto su creencia en la prepotencia de la deidad particular que adorasen, muchos entregaron su vida antes de negar que su dios era el único y todopoderoso creador del Universo. Son muchas las deidades que se han defendido con sangre, son muchos los mártires de la fe en todas las religiones. Esta especie de instinto por defender lo indefendible (ya que es ridículo defender algo que se anuncia como omnipotente), prevalece hoy en día en los creyentes. Y si hoy no corre la sangre, al menos en los países desarrollados, es porque el infiel discrepante no es perseguido con las armas como antiguamente, gracias a la libertad religiosa.
Por consiguiente, nos encontramos con el poderoso y ancestral instinto posesivo de las verdades religiosas, en oposición a un nuevo y tímido deseo de unificación de tanta diversidad totalitaria insostenible. Después de tanta guerra santa, emergen débiles intentos negociadores de la paz. La Iglesia Católica ha pedido perdón por sus grandes errores históricos cometidos; esto es algo que le honra en la actualidad. Dirigentes de diferentes religiones se están reuniendo en congresos con la intención de aclarar el caos espiritual producido por la unión de las culturas y de sus respectivas religiones. Actitudes que son de agradecer y pueden terminar por hacer desaparecer totalmente del mundo las terribles matanzas religiosas que tanto han asolado nuestro planeta. Pero la abrumadora prepotencia de los dioses creadores impide que una paz total se extienda por las dimensiones espirituales, pues continúan triunfando las viejas creencias, desafiantes entre ellas, sobre las nuevas pretensiones reconciliadoras. La guerra fría entre los poderes espirituales es el resultado de estos tímidos acercamientos. Muy pocos creyentes están dispuestos a ceder el trono del creador del Universo, anunciado en su particular realidad virtual espiritual, a otros dioses creadores de otras religiones.
Y en el caso de los creyentes en una energía creadora del Universo, el ánimo de aproximar posturas a otras vías que promulgan otro tipo de fuerzas supremas, parece encontrar más facilidades para llevarse a efecto que cuando se trata de deidades; pero solamente en apariencia, ya que el creyente que siente plenamente un tipo de energía dentro de sí, a la que le concede los supremos poderes de las deidades, no tiene inconveniente en aceptar otros tipos de energías como supremos poderes universales, siempre y cuando se acepte su semejanza a la energía que él considera como única fuerza creadora del Universo. Estos creyentes están dispuestos a aceptar la unificación de todas las energías creadoras en una sola, siempre y cuando todas la demás se parezcan a la suya, o mejor dicho, sean igual que la suya, en definitiva, sean la suya propia. Si recordamos el capítulo anterior, donde expusimos la gran variedad de energías que se mueven por los mundillos esotéricos, habremos de reconocer que, por mucho que se empeñe el seguidor de una de ellas en promulgar que todas las demás son en realidad la suya propia, no puede convencer a nadie que haga un minucioso análisis comparativo entre todas ellas.
La tentación de convencerse y de querer convencer a los demás de estar en la posesión del descubrimiento de la energía madre, origen de todas las demás, no es nada nuevo. Este tipo de intentos unificadores los hemos contemplado en todos los albores de las ciencias, los científicos de aquellas épocas, deslumbrados por sus descubrimientos, no dudaban en proclamar como sumamente transcendente para la existencia lo que ellos acababan de descubrir. Sería más tarde cuando la evolución del conocimiento científico pusiera todos esos descubrimientos en su sitio. Ahora, este tipo de insostenible intentos unificadores nos los encontramos en los actuales albores de la ciencia del espíritu. Será más tarde cuando la evolución de nuestro conocimiento del alma ponga a todas las energías espirituales correctamente en lugar que le corresponden.
Y cuando se trata de intentar unificar a las divinidades, si son deidades de poca monta, con ciertas semejanzas y con limitados atributos, las que se pretenden agrupar en una sola, se suelen hacer, como en el caso de las energías, intentos unificadores con grandes dosis de ignorancia y de soberbia. Se pretende convencer a los creyentes de una fe que el resto de deidades menores, a primera vista semejantes de otras vías o religiones, son en realidad las mismas que la suyas, sólo que en otra parte del mundo, en otras culturas, les pusieron otros nombres porque utilizaban otro idioma. Otro minucioso estudio comparativo nos descubrirá que realmente hay alguna semejanza entre esas deidades, pero que en absoluto se puede tratar de la misma deidad, ya que las diferencias entre ellas son tan notables que es imposible se trate de una misma entidad. Esto se da muy a menudo con los seres angelicales de los diferentes cielos, con las vírgenes, con los grandes santos, y con los grandes demonios. Quienes creen que son reales los seres de su realidad virtual espiritual particular, creen a su vez que los seres de otras creencias son los mismos que los suyos. Algo totalmente insostenible cuando se hace un detenido estudio, pues se observa sin lugar a dudas que son seres diferentes, nacidos en espacios diferentes, de culturas y de mentes diferentes, y que trasmitieron mensajes muy diferentes.
La soñada gran unificación tiene grandes impedimentos para llevarse a efecto, aunque el mayor obstáculo unificador nos lo encontramos, no en los personajes, sino en los mundos virtuales espirituales. Los escenarios en los que los dioses se desenvuelven, al igual que los demonios, son de una diversidad enorme. Existe un cielo para cada dios, un paraíso para cada tipo de deidad angelical y un infierno para cada tipo de demonio. Las notables diferencias entre ellos impide pensar que todos los paraísos de todas las religiones sean en realidad el mismo. El paraíso cristiano no se parece en nada al musulmán, ni estos se parecen en nada a los diferentes paraísos de las deidades hindúes. Cualquier minucioso estudio de los detalles de esas realidades virtuales demuestra que son creaciones muy diferentes entre sí, imposible de unificarlas todas sin desvirtuarlas.
El creyente modernista, con voluntad unificadora, suele pretender realizar el proceso unificador intentando meter a los dioses y energías, de las otras vías y religiones, en el mundo virtual que él conoce; pero otorgándoles una posición secundaria, desvirtuando así las cualidades de las deidades o de las magnitudes que no son las suyas. En un paraíso con un sólo trono para un sólo dios creador de todo el universo, rey de todas las cosas, no hay cabida para otros dioses creadores ni para otros reyes. Cuando se invita a otro dios de otra cultura, como mucho, se le considerará un noble invitado que se sentará a la mesa de los banquetes paradisiacos. Nunca se le considerará cocreador con la deidad adorada por el creyente. ¿Se imaginan un reparto de la creación entre todos los dioses creadores que existen? Sería algo ridículo, y muy difícil de llevar a efecto. Aunque se podría hacer por sorteo: uno se llevaría la creación de las aguas, otro la creación del viento, otro la de la tierra, la de los astros...
La solución ideal para el problema unificador sería crear un nuevo y complejo universo espiritual donde todas las deidades y energías tuvieran cabida, una especie de parlamento democrático virtual donde se debatiría el destino del Universo, un cielo donde tuvieran cabida todos los dioses conocidos y se pudieran repartir el pastel de la creación, como hacemos con el pastel de nuestro mundo real; pero muchas de las más importantes deidades y energías totalitarias se nos quedarían en nada al perder su omnipotencia infinita por tener que compartir su poder con otros dioses u otras energías.
Cada deidad o energía es inseparable del escenario virtual donde desarrolla su actividad. Cada personaje de un sueño es inseparable del escenario del sueño. Estas invenciones espirituales del ser humano son completas en sí mismas, cada personaje o fuerza es inseparable del escenario donde se desarrolla su actividad. Si deseamos encontrar la esencia de todos estos sueños de la Humanidad, una teoría que unifique tanta diversidad, tendremos que esforzarnos por interpretarlos, por psicoanalizarlos. Pretender defender que unos personajes de los sueños son más importantes que los de otros sueños, que en esencia nos dicen lo mismo, es absurdo. Nuestra mente puede crear infinidad de personajes para decirnos lo mismo en diferentes sueños. Cada persona escenifica en sus sueños lo mismo que otras pero con escenarios y personajes diferentes según sus culturas o nivel intelectual. Y con los sueños espirituales sucede igual.
Los chinos tienen dioses chinos en paraísos chinos y con costumbres chinas, los negros tienen dioses negros con costumbres africanas. Cada cielo y cada dios es una creación de una cultura de una civilización. Si cada creyente continúa defendiendo las diferencias de sus sueños espirituales con las de los sueños del resto de creyentes, nunca habrá unificación. Los detalles de los sueños pueden ser de una variedad infinita. Y nuestra mente no ha cesado nunca de crear realidades virtuales espirituales, es su forma de decirnos algo, probablemente lo mismo, pero de multitud de formas diferentes. Si no encontramos la esencia de tanta diversidad, no habrá unificación, pues la mente humana no ha cesado nunca de crear infinidad de sueños esotéricos muy diferentes entre sí. No esperemos que nos muestre un sueño único, una misma película con unos mismos personajes, ella escoge sus escenarios y actores de la fantasía de sus creadores, fuente infinita de variedades.
La mente humana crea y recrea sin cesar mundos y más mundos espirituales diferentes, es una actividad que no ha cesado nunca. En el seno de las realidades virtuales espirituales más populares y más estables, como puede ser el cristianismo o el budismo, no han cesado nunca de emerger nuevas ramificaciones, nuevas religiones o sectas que, sin cambiar en esencia la realidad virtual espiritual, se atrevieron a realizar importantes cambios en sus escenarios virtuales, ya sea en sus cielos o infiernos, en sus personajes o deidades, o en las propiedades de sus fuerzas celestiales o demoníacas.
En cuanto fallece un fundador de una religión, vía espiritual o método sanador, desaparece la principal mente del grupo que sostiene íntegra la realidad virtual espiritual, y son precisamente sus discípulos más allegados quienes crean nuevas ramificaciones basadas en divergencias entre ellos. Crean nuevos mundos virtuales espirituales de acuerdo con su visión particular. De esta forma la diversificación está servida. Los impulsos de división en las dimensiones espirituales o esotéricas son de una fuerza mucho mayor que el actual incipiente impulso que pretende unificar a todas las realidades virtuales espirituales. El moderno impulso unificador apenas puede competir con el ancestral impulso separador.
Nosotros vamos a seguir buscando la soñada unificación, la esencia que subyace tras tanta diversidad onírica, observando todo aquello que nos ofrece nuestro paseo por el interior de las sectas.