Los chacras
Son las flores de loto de nuestro cuerpo ―dicen los orientales―, con sus pétalos abiertos en un derroche de belleza en la persona desarrollada espiritualmente, y cerrados, todavía en capullo, en la mayoría de nosotros. Definición oriental que nos da una idea de lo delicadas que resultan estas flores del alma. Nuestros jardines espirituales son de tan delicada sensibilidad que una inexperta manipulación puede causar más daños que beneficios.
De verdad que no deseo ser un aguafiestas: ya avisé desde el principio que este texto tiene como una de sus funciones primordiales avisar de los peligros y engaños que nos podemos encontrar por los caminos de la espiritualidad; me siento en la obligación moral de informar sobre toda manipulación sospechosa de producir daños en las personas, así como de todo aquello que se anuncia como una panacea y no ofrece lo que promete. Por supuesto que estas opiniones están realizadas bajo mi punto de vista, avaladas por mi experiencia personal y por mis observaciones en los demás. Naturalmente, me puedo equivocar. Pero si observo ―bajo mi punto de vista― un peligro o un engaño que afecta a las personas, me siento en la obligación de informar sobre ello, al menos hasta que alguien me convenza de lo contrario.
Hago esta aclaración porque está muy de moda trabajar en los chacras de multitud de formas, ya sea concentrándonos en ellos, con imposición de manos, colocándoles piedras, colores, etc. Y a pesar de que me juego mi prestigio al desmerecer algo que está tan en boga, he de advertir de la inutilidad, y en muchos casos de la peligrosidad, que implica este tipo de manipulaciones.
La bioenergía es una sutil corriente de tipo eléctrico que circula por nuestro cuerpo por una serie de conductos, llamados en yoga nadis. Un ejemplo de esa energía lo tenemos en los escalofríos, esas pequeñas descargas que todos percibimos; y otro ejemplo lo tenemos en los orgasmos, auténticas explosiones bioenergéticas. Pero, de la misma forma que no somos conscientes del circular de nuestra sangre por nuestras arterias, venas y músculos, tampoco somos conscientes de las sutiles corrientes que circulan por los nadis ni por los chacras.
La cámara kirlian nos ofrece la única prueba fotográfica de esta energía, los efluvios que capta saliendo de todo organismo vivo bien pueden corresponder a la bioenergía de la que estamos hablando. El conjunto de estas radiaciones emitidas por los seres vivos forman el aura, una especie de globo personal que nos envuelve y que, según nos dicen los videntes, adquiere diferentes tonalidades según las personas. Existen sanadores que aseguran trabajar sobre el aura; prácticamente es lo mismo que trabajar sobre los chacras, ya que el aura es el conjunto de radiaciones emitidas por éstos.
El conocimiento de todo este entramado energético ha supuesto una revolución cultural en nuestra civilización. Ya es natural oír hablar de aquellas personas que tienen buenas o malas vibraciones. Y es corriente que muchas personas se decidan a trabajar en sus vibraciones o en las de los demás.
Existe abundante información sobre el tema, y, para no perder la costumbre de falta de acuerdos, se anuncian varias formas de trabajar con los chacras, proclamadas cada una de ellas como inmejorables. Y, no sólo eso, también se aprecian importantes diferencias en la ubicación de los chacras, según estudiemos un libro u otro de diferentes autores.
En otras ocasiones que he hablado de desacuerdos no he podido aclararlos ni ponerme a favor de una u otra postura. En este caso no es así, bien pudiera determinar la ubicación exacta de cada uno de los chacras de nuestro cuerpo, pero no voy a hacerlo. Basta que se anuncie la peligrosidad de concentrarnos en ciertos puntos de nuestro cuerpo bioenergético para que la insana curiosidad nos lleve a hacerlo. Considero hasta beneficioso el que se cometan errores a la hora de ubicarlos en nuestro organismo, de esta forma no serán manipulados y así no se correrán riesgos.
Podría comparar, sin riesgo a equivocarme, las manipulaciones que se realizan en los chacras con las manipulaciones que se realizaban, en el seno de la medicina, en el sistema nervioso hace un siglo, consideradas auténticas salvajadas hoy en día.
Hace bastantes años, en mis comienzos, realizando ejercicios de introspección en mi cuerpo, fui tomando conciencia del intrincado enramado de los circuitos energéticos que recorren nuestro organismo y de los centros motores conectados a él. De forma accidental, guiado por los libros de yoga que empezaron a llegar a las librerías en los inicios de los setenta, desperté una serie de energías que después no pude controlar. Sumergido en profunda meditación, manipulé el delicado equilibrio de mi sistema energético, rompiendo, sin proponérmelo, una cierta válvula de contención energética. No tenía otra intención que la de fortalecer mi enfermizo organismo, invoqué la energía y ésta llegó a mí a raudales; lo malo es que después no supe que hacer con ella. Sufrí unas fuertes crisis nerviosas. Siempre hay que tener presente, cuando deseemos añadir algo a nuestra personalidad, que ese algo ha de integrarse en nosotros. Es mejor buscar las razones por las cuales nos falta ese algo que intentar chutarnos lo que nos falta así por las buenas, a lo bestia. Me hice tanto daño que estuve durante años asustado, sin encontrar solución para mi mal. Los textos más sabios de aquellos libros que estaba estudiando me recomendaban como única solución a mi problema que me pusiera a rezar. Gracias que apareció en mi vida un gurú que empezó a equilibrar mis destrozadas energías interiores, y mi jardín interno pudo florecer de nuevo. Por supuesto que después de esto me convertí en un ferviente seguidor suyo, en un fanático de su secta; y lo consideré como la única encarnación del dios supremo aquí en la Tierra. No me avergüenza decirlo, las circunstancias y mi nivel cultural de aquel tiempo propiciaron que así lo viviera. Hoy contemplo a ese maestro como contemplaría a un doctor que me salvó de acabar destrozado y al que le estoy muy agradecido.
La forma más elevada de manipulación de los chacras es la que realizan los gurús, llevan miles de años trabajando en estas flores de loto. La cultura oriental nos lleva mucha ventaja en esta dimensión, la sola presencia de estos maestros orientales ya abre los pétalos de nuestros centros superiores, y las meditaciones en las que ellos inician a sus adeptos son una autentica delicia. Cuando uno experimenta esto comprende que tengan tantos seguidores.
Pero aun así hoy no puedo aconsejar este tipo de meditaciones como solución a todos nuestros males. El ser humano es una totalidad que podemos descomponer en muchas partes; pretender arreglar un todo trabajando sólo en una parte es absurdo. Podemos sanar aquello que está enfermo, pero si no evitamos la causa de la enfermedad volveremos a ella.
El descubrimiento de los chacras, como todo descubrimiento esotérico, pareció ofrecernos la solución a todos nuestros males, pero estos centros de radiación, todos los canales que los unen y los alimentan, y el aura que generan, no tienen más importancia que nuestro sistema nervioso, circulatorio o respiratorio. Son todas ellas partes de un todo que somos nosotros. Anunciar que la felicidad la vamos a conseguir manipulando en los chacras, es como anunciar que podemos alcanzarla manipulando nuestros nervios, nuestro corazón o nuestros pulmones. Si tenemos un mal en alguna de estas partes y podemos curarlo ¡fantástico!, pero como no lo atajemos en su origen volveremos a padecerlo.
La mayoría de los orígenes de nuestros males están en nuestra propia mente, en el programa del ordenador que dirige nuestro comportamiento, que dirige nuestra vida, en nuestros sentimientos, en nuestras emociones, pasiones, goces y frustraciones. La forma en la que vivimos es el resultado del programa mental de nuestro ordenador personal, de nuestra mente; ella envía ordenes al cuerpo sutil bioenergético, se ponen en marcha los chacras correspondientes a la actividad ordenada, estos estimulan a los nervios que les corresponden, ―pues cada chacra se corresponde con un plexo nervioso―, y los nervios a los músculos, y así obtenemos la actividad.
Por consiguiente, son los hábitos de nuestro programa personal los que auténticamente gobiernan todo nuestro sistema. Es inútil pretender activar un chacra destinado a unas funciones no programadas en nuestro repertorio de aptitudes. Podemos llegar a evocar memoria inconsciente de dicha actividad y estimularla un poco, pero pretender que esa actividad se imponga en la persona, con sólo apretar un botón, es absurdo. Incluso esa manipulación del chacra, esa apertura forzada y su radiación emitida, suele ser interpretada por nuestro sistema cibernético como una injerencia de un cuerpo extraño, y generarse un rechazo, una resistencia a esa nueva vibración que pretende imponerse de forma no natural.
He visto a personas ―en las que me incluyo― esforzarse tremendamente para alcanzar elevados estados de meditación, estar horas entonando mantras o concentrándose en los chacras superiores para intentar estimularlos, sin apenas conseguir nada. Y cuando esta experiencia les es facilitada por un gurú ―por ejemplo― y la tienen al alcance de la mano, entonces surgen todo tipo de extraños impedimentos para mantenerse en ella. Es como si pudiésemos estar buscando la felicidad durante todo el tiempo que queramos, pero, si llegamos a encontrarla, mantenernos en ella por largo tiempo resulta muy dificultoso. La atmósfera sagrada levanta intensas polvaredas de lo más profundo de nuestra mente dificultando la visión del camino que deberíamos de seguir. También puede detenernos el sueño producido por la tranquila y dulce vibración que emiten los chacras superiores, caricias que hacen caer dormido al más disciplinado buscador antes de alcanzar el despertar que lleva años buscando.
Y es que los caminos que recorremos los buscadores espirituales están llenos de bromas propiciadas por nuestra ignorancia.