Renacer a una nueva vida
Las sectas más radicales, siempre seguras de la efectividad de sus enseñanzas únicas e insustituibles, nos invitarán a desaprender todo lo que hemos aprendido en la escuela de la vida, convenciéndonos de que no nos sirvió de nada excepto para hacernos sufrir. Estas enseñanzas tan derrotistas suelen encajar con las expectativas de los alumnos, pues quien llega a una secta de este tipo suele albergar una cierta predisposición a abandonar la forma de vida que llevaba, de la que probablemente lleve tiempo muy harto. Aunque, por muchas ganas que uno tenga de cambiar de vida, podemos quedar muy sorprendidos al observar hasta donde son capaces este tipo de organizaciones de reorganizarnos la totalidad de nuestra existencia.
Dispuestas a cambiarnos el vivir, en estas sectas nos cambian hasta la fecha de nacimiento. Nuestro pasado corresponde a otra vida que ya es agua pasada, sin importancia; incluso en algunas sectas nos asegurarán que antes de conocerles a ellos estábamos muertos, éramos zombis, muertos vivientes, como lo son todos aquellos que no pertenecen a la secta, única luz de vida. Por lo tanto urge la necesidad de realizar un ritual de renacimiento que marque claramente desde cuándo empezaremos a vivir. La fecha en la que recibiremos la importante iniciación será nuestro nuevo cumpleaños, y nos convertiremos en bebés recién nacidos a la nueva vida. Y a partir de entonces todos los cambios se sucederán en un suma y sigue sin fin. El bebé, nosotros (aunque hayamos pasado de los cuarenta), también necesitaremos un nuevo bautismo, pues resulta obvio que, aunque ya hayamos sido bautizados, aquel bautismo no nos sirvió de nada. También necesitaremos una nueva familia, pues la nuestra, si no está integrada en la secta, ya no nos sirve para nuestros nuevos propósitos celestiales. Se nos dará un nuevo padre o una nueva madre, que podrán ser padrino o madrina, y también se nos darán nuevos hijos o ahijados; pero eso será cuando crezcamos un poco más y nos hayamos casado de nuevo. Porque, como era de esperar, si ya estamos casados, nuestro antiguo matrimonio fue un sacramento, que al no estar bendecido por su iglesia, doctrina o gurú de turno, no fue real en absoluto; tanto es así que no necesitaremos divorcio alguno para casarnos de nuevo. Naturalmente, la nueva boda habrá de realizarse con otra persona, miembro de la secta a poder ser, pues solamente se pueden unir miembros de un mismo mundo, y las personas que no pertenecen a la secta son de un mundo aparte.
No nos podemos hacer ni idea del tremendo surtido que existe de bautizos, comuniones, bodas y entierros. Los hay para todos los gustos, y aunque son rituales que sólo se suelen dar una vez en la vida, uno puede vivirlos varias veces con sólo cambiar de secta. Excepto, claro está, el ritual del entierro, ese sólo lo podremos recibir una vez; porque las sectas nos cambiarán todo, pero el día en que dejemos de respirar, ese difícilmente nos lo cambiarán después de haber expirado.
Los rituales más frecuentes que se realizan en el mundo de las sectas son aquellos que invocan a sus deidades. En el seno del Cristianismo tenemos las misas, evocaciones de aquella última cena invitando a la permanencia entre nosotros a la divinidad cristiana. Sabido es la enorme cantidad de vías de realización cristianas que existen hoy en día, pues bien, en ellas, las misas se unen al repertorio colorista de bautizos, bodas y entierros, y, aunque se utilice siempre pan y vino para realizarlas, las formas en que se llevan a cabo son tremendamente diferentes entre sí. Y en el seno de las sectas de origen no cristiano, las cosas no son menos diferentes. Dan la sensación de que se ha cambiado realmente, pues tanto los cielos, los dioses y los demonios no son los mismos, pero seguro que tienen rituales semejantes a la misa, donde se invoca al dios o a los dioses, y también tendrán iniciaciones semejantes al bautismo, bodas exóticas, etc.
Todos estos cambios de rituales dan la sensación a la persona sectaria que ha cambiado realmente, pero uno se suele comportar de la misma forma con su pareja ya se haya casado de verde o de azul. Lamentablemente se sigue siendo el mismo aunque uno vista diferente o su bautismo haya sido bendecido por un dios u otro. Cambiar de nacimiento, de bautizo, de bodas o entierros, no nos cambia a nosotros ni a las profundas directrices de nuestra vida. Lo único que conseguimos es cambiar unos rituales enraizados en nuestra sociedad por otros nuevos o de otros países, revolucionando un costumbrismo social de siglos. Pero no esperemos de esos cambios profundas transformaciones en nuestra vida; en ese sentido, lo más probable, es que para lo único que nos sirvan es para acabar dándonos cuenta, al cabo de los años, de que no nos sirvieron de nada.