La alimentación

Si en la práctica de cualquier deporte es necesario llevar una dieta adecuada para mantenerse en forma, no iba a ser menos en la práctica del duro caminar por los senderos del espíritu.  Los entrenadores del alma también imponen un estricto régimen alimenticio a sus seguidores para beneficiar ―según ellos― el caminar espiritual.  Y, como no iba ser una excepción a la regla de falta de acuerdos en las diferentes vías espirituales, tenemos gran cantidad de dietas alimenticias y de consejos culinarios muy diferentes entre sí.  Tal es la falta de coincidencia, que quien haya seguido varias vías espirituales ―como es mi caso― termina acabando por no saber cual es la dieta más adecuada para el alma.

Las religiones oficiales siempre han impuesto en las culturas innumerables preceptos alimenticios que permanecen arraigados en el costumbrismo social.  Sus razones se fundamentan en las sagradas escrituras, en los preceptos escritos sobre la alimentación que hace miles de años se dieron a aquellas gentes, y que hoy todavía se pretende que estén vigentes.  Es la fuerza de la tradición de los hábitos espirituales manifestada en la cocina de los pueblos.  Multitud de tradiciones culinarias impuestas por el cielo a las cocinas de la tierra.

No obstante, a medida que el desarrollo alcanza a los países, disminuye el grado de severidad dietética impuesta por las religiones oficiales al aumentar la cultura de los pueblos y al conocerse otros rituales alimenticios provenientes de otras creencias.  Pero, tras esta liberación cultural de las cocinas, las novedades culturales nos han traído también nuevas proposiciones e imposiciones culinarias, que si bien no son causa de pecado si no se practican, incluyen advertencias sobre los peligros que corre nuestra salud del alma y del cuerpo si uno no se alimenta como ellas indican; modernas amenazas que continúan no dejándonos comer en paz a todos aquellos que les prestamos oídos.  Fanatismos culinarios, exigencias dietéticas para alcanzar el cielo, dietas para endulzar el alma aunque muchas veces nos amarguen el cuerpo.

El vegetarianismo es la dieta estrella por excelencia de esta nueva era, se dice de ella que es la forma de alimentarse de los seres espirituales. Tanto es así que muchos vegetarianos tienen un aspecto de ser más del otro mundo que de éste.

Sus seguidores más acérrimos ―como todo fanático― dan muestras de una notable violencia verbal intransigente.  No resulta difícil escuchar por los caminos naturistas alusiones despreciativas hacia quienes ellos llaman los comedores de cadáveres; tachándonos casi de asesinos a todos aquellos que de vez en cuando nos atrevemos a comernos una pechuga de pollo.  Como si la lechuga que se comen ellos no estuviera también muerta cuando ya es ensalada.  El hecho de que no grite la pobre lechuga cuando se le arranca del suelo no quiere decir que no lo sienta, porque modernas investigaciones han demostrado que los vegetales responden con pequeños cambios bioeléctricos en su interior a manipulaciones exteriores, en especial a las que afectan a su vida o a la integridad de las plantas de su misma especie.  Perciben las agresiones, por ello se supone que sienten de alguna manera, al estilo vegetal claro está, aunque no oigamos sus especiales aullidos cuando las estamos masticando.

El hecho de que pueda parecer menos sanguinario comerse a una planta en vez de a un animal, obviamente viene determinado porque la sangre de las plantas al ser verde no se parece a la nuestra y no nos la recuerda.  El vegetarianismo debe de estar basado en una aversión a mancharse las manos de sangre.  El pescado, por no ser tan sanguinolento, algunos lo incluyen también en la dieta vegetariana. 

Este tipo de dietas naturistas suelen estar impregnadas de ese ilusorio pacifismo que, entre otras cosas, se niega a reconocer la violencia implícita en el alimentarse en este mundo, donde casi todo ser vivo para sobrevivir tiene que comerse a otro.

Este impresionante argumento de sugerir que quien asesina para comer no puede ser muy espiritual, ha hecho furor en las nuevas vías espirituales.  Avalado por la cultura oriental, sobre todo india, donde matar a un animal en algunos poblados está muy mal visto.  Allí si te comes un pollo te has podido comer también al hijo del vecino, muerto años atrás y encarnado en el animal.

También se llega a decir que el alma de las plantas acepta gustosamente el sacrificio de su cuerpo para alimentarnos, mientras que los animales no son tan complacientes, y menos si dentro de ellos dicen que hay alguna persona.  La creencia en que nos podamos reencarnar en animales nos ha ofrecido en bandeja la espantosa idea de llegar a poder practicar el canibalismo si se come carne de animal, esta idea ha potenciado tremendamente el vegetarianismo entre las personas más sugestionables por estos temas.

Las personas más normales han sido seducidas por el vegetarianismo por las conocidas virtudes de las plantas, atraídas no por los beneficios espirituales que se prometen de ellas, sino por su efectividad como desintoxicación de una alimentación excesiva en grasas animales, como solución para la obesidad, o como complemento añadido a una alimentación animal para dar forma a una dieta más equilibrada.

Conviene reseñar que la alimentación en el interior de muchas sectas, como cualquier otra actividad suya, adquiere carácter sagrado.  Los alimentos son un regalo sagrado del cielo que merece todo nuestro agradecimiento.  Comer en un ambiente de santidad y de agradecimiento ―hay que reconocerlo― es muy útil para un buen provecho; lástima que sean tan estrictos en muchas de las vías espirituales a la hora de sentarse a la mesa.  Su obsesión por comer alimentos puros puede amargar la comida a quien tenga la buena voluntad de disfrutar de una buena mesa.

Para solventar este problema hay sectas y religiones que recurren a un viejo truco culinario que permite convertir en alimento divino cualquier cosa que comamos.  El truco consiste en aliñar la comida con una  bendición antes de ingerirla.  Bendecir la mesa es una vieja tradición muy arraigada en las sociedades religiosas.  Por supuesto que existen diversas formas de bendecir una comida, yo he llegado a conocer a quienes rebozan los alimentos con luz divina, receta que paso a transcribir porque imagino no será muy conocida por la mayoría de las devotas amas de casa:  Una vez la comida esté servida en el plato, hay que sumergirse en profunda meditación, imaginarse una gran luz celestial, después hay que hacerla descender del cielo como chorro de luz blanca y derramarla sobre las comidas, se puede añadir una pizca de oraciones y otro poco de buena voluntad para creerse que así estamos haciendo algo provechoso para nuestra alma y para nuestro cuerpo.  Recordemos que pocas cosas funcionan sin fe en el mundo del espíritu.  Lástima que haya tantas creencias tan dispares y tan contradictoras, pues lo que anuncian unas creencias como una panacea, otras lo pueden anunciar como un veneno.  A modo de ejemplo de desacuerdos haremos mención al ajo, condimento alimenticio que muchos anuncian como una panacea curadora, y otros lo califican como sustancia de los infiernos. 

Otras vías califican alimentación del paraíso a la realizada sólo a base de frutas, donde no puede faltar la manzana, claro está.  Otras, para alcanzar la iluminación, consideran imprescindible el consumo de arroz diario, prescindiendo de las frutas, (naturalmente esto nos llega de China).  Otras aconsejan comer de todo lo que no pueda salir corriendo.  Y otras permiten un cierto aporte de calorías animales, unos pocos tropezones entre tanta verdura; esta dieta para mi gusto es la más equilibrada, un poco de todo a gusto del consumidor.  Teniendo siempre en cuenta que el bienestar del organismo es el mejor testigo de lo bien o de lo mal que nos estamos alimentando.

No vamos a negar ―dejando a un lado bromas y extremismos― el aspecto positivo que todas estas modernas modas culinarias han aportado a los hábitos alimenticios de nuestra sociedad.  El sentido común nos ha permitido elegir lo más conveniente para nuestra salud.  Y el vegetarianismo nos ha aportado un sano aumento de las  verduras en nuestra dieta carnívora excesivamente cargada de grasas animales.

Y para quienes hayamos experimentado con diferentes dietas esotéricas, no cabe duda de que, después de contrastar sus efectos en nuestro organismo, ahora podemos elegir lo que consideramos más beneficioso de ellas, y llevar una dieta a nuestro gusto, extraída de todo lo que hemos aprendido.

El éxito a la hora de relacionarnos con las sectas no viene determinado por tragarnos todo lo que éstas nos den, sino por coger de ellas aquello que creamos conveniente para nuestra salud.  Recordemos que, a pesar de sus grandes defectos, son escuelas de aprendizaje.

 

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