El turismo
Los miembros de las sectas necesitan reunirse como necesita el agua un sediento; por lo tanto, cuando no conviven en un mismo lugar, tienen que viajar cada vez que desean agruparse. Desplazamientos que realizarán lo más a menudo posible, pues su vitalidad espiritual se basa en gran medida en la fuerza del grupo. Cuanto mayor sea el número de individuos agrupados en sus reuniones, y cuanto más frecuentes sean éstas, mayor sentirán su poder. El grado de fe en su especial creencia espiritual aumenta o disminuye en proporción directa con el número de fieles que la sigan; de ahí que necesiten desplazarse para formar aglomeraciones lo más numerosas posibles donde compartir sus ideologías y experiencias, practicar sus rituales o, sencillamente, reunirse en torno al dirigente, predicador o maestro.
Esta actividad viajera puede llegar a considerarse por quienes la observan de afuera como una envidiable actividad turística. Muchas personas se sienten atraídas por algunas sectas por los viajes que éstas realizan, deslumbradas por la actividad de cariz vacacional, seducidas por el espíritu modernista del turismo. Pero el viajar sectario tiene muy poco de viaje de placer turístico, así como tampoco es una actividad moderna; hace miles de años que existe, desde que se formaron las primeras sectas y los miembros de cada una de ellas no habitaban en un mismo lugar.
La secta organiza sus viajes con determinados propósitos enfocados en sus actividades de grupo, y en muy contadas excepciones deja algún pequeño espacio de tiempo para el turismo.
Yo he recorrido medio mundo y no he visto ni un uno por ciento de lo que hubiera llegado a ver si esos viajes hubieran sido turísticos. Cierto es que mi delicada salud me permitía a duras penas seguir los apretados programas diarios de actividades sectarias, y no me podía permitir el lujo de realizar algún escarceo turístico en horas extras; sin embargo, en especial los jóvenes, no se resistían a la tentación de conocer esos nuevos lugares donde se desarrollaban las actividades comunales, se saltaban algunas convocatorias o utilizaban las noches para salir a conocer el nuevo país. Después nos enterábamos los demás de que así había sido porque o no asistían a las meditaciones matutinas, o, si asistían, se quedaban dormidos en el intento meditador; sueño que no les venía nada mal, porque, probablemente, a lo largo de la mañana, les evitaba el oír alguna que otra reprimenda de algún dirigente conferenciante que ya sabía donde habían pasado la noche anterior. El descarado atrevimiento juvenil era censurado por los más veteranos en el seguimiento de la doctrina, para quienes, fuera de la sociedad sectaria, en el mundo, no hay nada que merezca la pena ver. El turismo para ellos es otra tentación mundana más que nos distrae del cultivo de nuestra espiritualidad.
Solamente los lugares santos se libran de ser calificados como lugares de perdición, hacia ellos está permitido el turismo religioso, semejante al turismo que todos conocemos, con la notable diferencia que no son cómodos viajes de vacaciones, sino que son recorridos expiatorios, llenos de sacrificios. Peregrinaciones que se harán por caminos santificados, sagrados, a poder ser andando o en burro, como lo hicieron los santos o los profetas; caminar que nos concede gracias extraordinarias, más aún si lo hacemos descalzos, o, como en el tercer mundo, en ocasiones de rodillas.
En la India abundan esas rutas sagradas, las más importantes son elegidas simultáneamente por diversas vías religiosas universales y sectas, como sucede en Europa con el camino de Santiago, y en el mundo árabe con las peregrinaciones a la Meca.
Existe un tercer tipo de “turismo” todavía más sufrido que los anteriores, se trata del viajar del misionero. Toda gran religión o pequeña secta incluyen entre sus miembros a estos predicadores, son los encargados del proselitismo, de extender la palabra de dios ―la que corresponda en cada caso― por todo el mundo.
En Occidente está siendo sustituido este tipo de turismo misionero por un nuevo proselitismo. La moderna tecnología de los medios de comunicación permite que los mensajes salvadores lleguen a tierra de infieles sin necesidad de que los predicadores se muevan de sus lugares de residencia. El predicador puede entrar en casa del infiel sin ni siquiera llamar a la puerta, todo un logro modernista. En Estados Unidos y en toda América están causando furor este tipo de predicaciones por las diferentes cadenas televisivas, púlpitos frecuentados por diversos predicadores. Aunque en ocasiones cada uno tiene su cadena particular, o cada cadena tiene su predicador particular, para evitar que desde un mismo púlpito no se prediquen mensajes salvadores que condenen a otros predicadores de la misma cadena televisiva; si se condenan los mensajes de otra cadena, eso no importa, incluso está bien visto. (A la competencia hay que hundirla, si es posible hasta los infiernos).
Las subvenciones a las misiones siempre han sido una carga para las arcas de las comunidades religiosas; pero, ahora, con el auge de las predicaciones televisivas, si los índices de audiencia son elevados, no sólo dejan de ser una carga, sino que pueden llegar a ser una considerable fuente de ingresos. No cabe duda de que el marketing de las empresas mundanas está contagiando a las empresas divinas.
Sorprendente es el cambio que están experimentando las finanzas en torno a las actividades misioneras. Sin embargo, la financiación de los viajes del peregrino no está sufriendo cambios importantes. La devoción hacia los santos o los dioses hechos hombres lleva al creyente a imitarlos en lo posible, y como todos vivieron en épocas de miseria, o tenían votos de pobreza, suele resultar un turismo de lo más económico. Los diferentes países, por donde transcurren esas santas peregrinaciones, tienen preparadas a tal efecto las infraestructuras de alojamiento y alimentación necesarias, para atender las necesidades mínimas de los peregrinos, a precios muy baratos o incluso gratis.
La financiación de los viajes destinados a reunirse suele efectuarse de forma individualizada; pero, para atender a quienes no tienen los medios económicos suficientes para pagarlos, se usan diferentes sistemas de apoyo según la secta de que se trate. Ya sea a través de un fondo común, de la caridad de algún miembro adinerado, o de préstamos que se realizan entre sectarios sin intereses (la usura no encaja en el espíritu de la virtud); ya sea de una forma o de otra, pocos se quedarán en tierra sin emprender los vuelos que los llevarán a disfrutar de sus gozosas reuniones nacionales o internacionales. Y es que cualquier sectario quedaría descorazonado si uno de sus “hermanos” por falta de dinero no puede asistir al evento esencial para su salvación, y para la salvación del mundo.
Yo estuve quince días en Miami beach en un hotel de lujo sin pagar nada, ni siquiera pagué el viaje desde Europa. Me encontraba sin trabajo en aquella época. La organización de la secta en la que me había metido se encargó de todo, hasta de mi sustento. No sé cómo lo hacían. Uno terminaba por creer a la fuerza en la gracia de dios.
De todas formas, no suelen ser caros los viajes de grupos sectarios. En los casos de fuertes organizaciones internacionales, las agencias de viajes se los rifan por llevarse la contratación de sus desplazamientos, ofreciéndoles precios muy baratos, y en muchos casos es la misma secta la que ya tiene creada su propia agencia de viajes. Las ciudades escogidas para los eventos suelen ser turísticas, con alta capacidad hotelera. Las reuniones se realizan en temporada baja, lo que todavía reduce más los precios, y permite que las agencias de viajes hagan su agosto fuera de temporada. Los vuelos internacionales también suelen salir a precios tirados, incluso en ocasiones se fletan vuelos chárteres para estos acontecimientos.
Forzadas por la tremenda competencia, las sectas están disminuyendo la férrea disciplina de que siempre han hecho gala, esto puede dar lugar a que no exista un riguroso control de asistencia a las convocatorias de reuniones internacionales en el lugar o país elegido para los reencuentros, por lo que más de un sectario, de dudosa lealtad a las directrices doctrinales, puede que se salte a la torera el apretado programa de actos y caiga en la tentación de dedicarse a hacer turismo. Como he comentado, me ha tocado ser testigo en varias ocasiones de este hecho, y en personas que no habían pagado el viaje ni la estancia.
Paseando por el interior de las sectas uno descubre asombrado que se pueden encontrar tantos casos en los que la secta se está aprovechando de sus adeptos, como casos de adeptos que se están aprovechando de las sectas.
No es infrecuente encontrar personas que se aprovechan del espíritu de servicio de las sectas para un beneficio propio poco ortodoxo, buscando en ellas la máxima ganancia posible. Solamente hay que tener muy claro que es lo que se desea conseguir y cuanto se está dispuesto a pagar por ello. Si uno va con la idea de conseguir mucho a cambio de nada, puede lograrlo, no es un negocio imposible en el mundo esotérico (las sectas están acostumbradas a los milagros). En su seno se puede conseguir gratis una visita turística a los antípodas. Solamente hay que echarle un poco de cara al asunto.