La relación calidad-precio

En un mercado que está en sus comienzos resulta muy difícil conocer la relación calidad-precio de sus productos.  No existe tiempo suficiente para sopesar la rentabilidad de una inversión de este tipo.  Las sectas, para competir con las grandes multinacionales religiosas, lanzan campañas publicitarias donde acostumbran a exagerar las prestaciones de sus ofertas (tal y como las grandes religiones han hecho siempre).  Y muchos de los productos que fracasan y desaparecen del mercado, reaparecen de nuevo con algún pequeño cambio en sus ingredientes y con otro título anunciador de una nueva panacea.

Al consumidor no le queda otra opción que la de convertirse en un experto en estas lides si no quiere pagar un elevado precio por lo que en realidad es una ganga.  Y, cuando digo un elevado precio, no me refiero solamente al dinero, sino a la salud y a la integridad psíquica del individuo.

Cuando la estafa es grave se puede recurrir a los tribunales para denunciar el robo o el peligro al que fue sometida nuestra integridad personal. Aunque casi nunca se llega a esos extremos, las sectas conocen bien sus límites legales.  Muchas denuncias se quedan en papeleos sin consecuencias.  Recordemos que nuestra sociedad de mercado libre nos permite adquirir infinidad de productos peligrosos como el tabaco, el alcohol, practicar deportes de riesgo, montarnos en un coche a pesar de la cantidad de los accidentes provocan, etc.  Es el individuo libre quien tiene la responsabilidad del buen o del mal uso de estos productos.  Aunque también es cierto que la sociedad se encarga de adiestrarnos para enfrentarnos a los peligros.  Para andar por las sectas haría falta crear algún título de manipulador de productos espirituales peligrosos, o algún carné para conducir por los cielos, o algo así.

Existen muchos peligros en los caminos espirituales, y uno de ellos es el de arruinarnos.  Yo no tuve la suerte de encontrarme un libro como éste.  Aprendí la relación calidad-precio a base de consumir alegremente todo lo que me apetecía.  Y, digo alegremente, porque pasearme por las sectas llegó a ser para mí todo un hobby, donde no me importaba gastarme el dinero y correr riesgos. Todo por vivir la aventura de ir en pos de nuevos descubrimientos por el universo de la mente y del espíritu.  Allí donde veía que podía aprender algo interesante, allí me metía e iba a por ello sin importarme mucho el dinero que me iba a costar.  Ahora, eso sí, mis gastos de ese tipo no sobrepasaban nunca lo que una persona corriente se suele gastar en su tiempo de ocio; por lo tanto, el dinero que necesitaba para vivir siempre estuvo a buen recaudo.  Y, respecto a correr otro tipo de riesgos, exceptuando los trompazos que me di al principio, con el tiempo acabé desarrollando una especie de intuición que me avisaba de los peligros y me invitaba a salir corriendo.  En cuanto algo me incomodaba en demasía, desaparecía de la secta en cuestión.  Esa es una de las causas por las que me he paseado tanto por ellas.

Y así fue como fui aprendiendo la relación calidad-precio.  Al principio me tragaba todo lo que me echaran.  Después, ya afinado más el gusto, fui desarrollando la libertad de elegir el producto que deseaba, aprendí  también a desechar toda la paja que lo envolvía y a sopesar la conveniencia de pagar el precio que me iba a costar.

Una de las primeras sorpresas que se lleva, el consumidor principiante de estos productos, es el encontrarse en casi todas las etiquetas el texto de:  “Fabricado en el cielo”.  Y ante tan elevada calidad  ¿qué precio está usted dispuesto a pagar?  Obviamente pague lo que pague usted habrá adquirido una ganga, pues es de suponer que no tiene precio lo que usted está comprando.

Es entonces cuando se le puede comunicar al vendedor que, como lo que estamos comprando no tiene precio, hemos decidido no pagar nada.  Luego nos dirá que es necesario el pago de la cantidad estipulada o de la voluntad para cubrir gastos; especialmente los del transporte ―digo yo―, pues el cielo debe de caer bastante lejos.

Como estamos viendo ―dejando el humor a un lado― no resulta fácil en este mercado encontrar una relación calidad-precio equilibrada.  No existe un precio mundano para un producto mágico, celestial.  Por lo tanto, si mi consejo sirve de algo: mejor no pagar nada.  Porque, además, suele suceder, que en la competencia estén regalando ese mismo producto por el que están pidiendo un elevado precio.

Otra cuestión es si usted desea apoyar por iniciativa propia la infraestructura económica de la secta en cuestión, del chamán, del curandero o de la bruja; después de haberse percatado de que por mucho producto celestial que anuncien, la comida, el vestir y el cobijo no les cae del cielo.  Pero asegúrese de que es una decisión tomada libremente, porque es muy probable  que le hayan inculcado más de un argumento para convencerle de la necesidad de aligerar cuanto más mejor el peso sus bolsillos.

Pagar la voluntad es una forma de realizar ingresos que puede parecer bastante pobre, pero en ocasiones da muy buenos resultados; los ingresos van en proporción con la aceptación del producto, la fascinación o los beneficios que produce en los consumidores.  Otra forma de pago muy habitual es la tarifa por la consulta esotérica o la cuota mensual; precios fijos que uno puede tomar o dejar y, en ocasiones, hasta regatear.  De todas formas, no está nada mal darse una vuelta por la competencia y comparar precios, a veces uno se lleva más de una sorpresa.  Lo malo es cuando a uno se le ha convencido de que lo que le han vendido es un producto único e insustituible, entonces, si uno se lo cree, no hay competencia que valga.

 

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