Las sectas y la política
Los gobernantes de los países han de tener muy claro que la mayoría de las sectas aspiran a gobernar el mundo, es éste un temible sueño místico que debe de mantener en guardia a todos los dirigentes de los diferentes estamentos sociales, especialmente en aquellos países cuyos ciudadanos hemos elegido ser gobernados por gobiernos aconfesionales. La “poderosa armonía espiritual” que se vive en el interior de las sectas siempre tiende a expansionarse mientras no encuentre la suficiente resistencia que lo evite. Es frecuente que el sectario, o la persona religiosa, sueñe con extender por toda la Tierra su doctrina liberadora, o coronar como rey del mundo a su salvador particular, y crear así un poderoso fanatismo opresor de la libertad humana.
La Historia de la Humanidad está llena de casos donde hemos podido observar la temible y poderosa efectividad que surge de la combinación de la espiritualidad con la política. El ejemplo más espectacular lo encontramos en el antiguo Egipto, donde durante milenios la mística y el poder dirigente se aunaron en la figura del faraón, gobernante y dios a la vez. Combinación que resultó ser muy efectiva a la hora de mantener en pie a los grandes imperios. Fueron innumerables civilizaciones las que convirtieron en dioses a sus gobernantes; pero este título digamos que casi siempre lo ostentaban de forma honorífica, no había necesidad de que el emperador fuera en realidad una persona muy espiritual para convertirlo en dios. De la misma forma que se colocaban la corona del reino como muestra de su poderío terrenal, hacían otro tanto con la corona celestial, como si de un honor o medalla divina se tratara. Sin embargo, en Egipto, era donde se lo tomaban más en serio, quizás por ello resultó ser una civilización tan extraordinaria y tan duradera. La función primordial de los sacerdotes se centraba en fomentar la divinización de los faraones, los grandes templos egipcios no fueron erigidos para culto del pueblo, como en otras civilizaciones. Esos monumentos sagrados, incluyendo a las pirámides, eran lugares de sacralización exclusivamente de los faraones; exceptuando a los sacerdotes, el pueblo no tenía acceso a ellos. Fue una civilización que se tomó muy en serio la soñada metamorfosis de convertir al hombre en dios. Meta que no consiguieron del todo, pues sus adorados hombres dioses, sus inmortales faraones, acabaron hechos unas momias.
En la antigüedad era habitual que los poderes religiosos cohabitaran con los poderes políticos, económicos y militares. Y al parecer resultó muy eficaz la fórmula de fundir todos esos poderes en una sola persona, el rey dios fue durante milenios la figura ideal para representar a un país o a un imperio. Por ello la competencia por el poder social entre sectas religiosas siempre fue sangrienta, pues no estaban en juego únicamente los poderes del cielo, sino que también entraban en disputa los poderes de la tierra. La Historia nos habla de la enorme brutalidad con la que resolvían sus desavenencias. Las diferencias religiosas entraban muy a menudo en sangrienta competencia bélica. Los grupos o sociedades sectarias se demostraban entre sí que su dios era el mejor cuando les ayudaba a vencer en las batallas a sus enemigos, a machacarlos a ellos y a sus deidades. El Islam todavía mantiene su filosofía de guerra santa. Y en países del tercer mundo los asesinatos se suceden sin piedad como castigo para quienes contradicen la ley divina que defiende la secta asesina en cuestión. Y las luchas entre los brujos de diferentes tribus o entre chamanes, tanto en África como en Centroamérica o Sudamérica, siempre han sido de una virulencia espiritista espantosa. Los intereses políticos o económicos casi siempre han estado unidos a los intereses religiosos, esto ha creado unas luchas por el poder extraordinarias, de un fanatismo brutal.
Hoy en día, todavía quedan países en los que su máximo dirigente espiritual es a la vez el máximo dirigente político. Estos dos aspectos unidos en un gobernante le otorgan un extraordinario poder de influencia sobre su pueblo. Pero, en general, esta excepcional situación ya ha pasado a la Historia, sobre todo en los países occidentales dejó hace muchos siglos de existir. Mas lo que no termina de desaparecer definitivamente es la influencia soterrada del sectarismo religioso en la política. Los dioses o las fuerzas espirituales nos han estado gobernando hasta tiempos relativamente recientes, y probablemente continúen haciéndolo desde la sombra. Napoleón y Hitler fueron fervientes adeptos de sectas ocultas. Y recordemos que la masonería fue durante varias décadas recientes adiestradora habitual de nuestros gobernantes.
En la actualidad nos es imposible conocer al detalle el papel de las sectas en la vida de nuestros políticos. Pero todo parece indicar que este matrimonio continúa existiendo en determinados casos a pesar de que se haya anunciado el divorcio a bombo y platillo. Muchos políticos continúan resistiéndose a gobernar el mundo en solitario a pesar de que así lo anuncien, la ayuda de dios se sigue considerando imprescindible en muchos casos. Y las sectas más avispadas se ofrecen como representantes divinas para ofrecer al político esa solicitada ayuda celestial, de forma clandestina, por supuesto.
A pesar de que los dirigentes espirituales de las religiones, o de las sectas actuales, acostumbran a utilizar la típica afirmación de que su reino ―donde ellos reinan― no es de este mundo, todos sabemos que, con el pretexto de reinar en el otro mundo, nunca han cesado de entrometerse en los asuntos de éste.
Las tijeras moralistas de las diferentes censuras religiosas son otro claro ejemplo de la intromisión en la libertad que los modernos gobiernos intentan otorgar a los ciudadanos. Los poderes absolutos que la religiosidad perdió en este mundo, no le han supuesto nada más que una pequeña merma de su influencia sobre el pueblo. Su poder de fascinación sobre las masas continúa vigente, la palabra de dios siempre será superior a la palabra del hombre (excepto para los ateos), y su influencia sobre los individuos está garantizada si no hacemos un excepcional esfuerzo para evitarlo.
El hecho de que, a medida de que transcurran las décadas, las viejas religiones vayan perdiendo credibilidad, puede hacernos pensar que estamos liberándonos de sus influencias; pero no es del todo cierto, porque sus viejas influencias las estamos sustituyendo por otras nuevas.
La elevada proliferación de sectas está propiciando que no descienda el número de creyentes; quienes antes eran seguidores de una sola religión, ahora lo son de una gran variedad de creencias. Es tan elevado el número de sectas que existen actualmente y de seguidores que acogen, que los mensajes del más allá alcanzan a un alto porcentaje de individuos. Si hace pocas décadas las religiones oficiales, con sus ramificaciones sectarias, ostentaban el mando en los subterráneos de los gobiernos, ahora son innumerables excisiones de estas mismas religiones universales, y otras nuevas venidas de Oriente, de países exóticos o de reciente creación, las que están intentando gobernar sobre las dimensiones más profundas del hombre.
Las sectas más ambiciosas siempre aspiran a situar a sus mejores adeptos en importantes puestos de influencia social, ya sea en los equipos de dirección de las más importantes empresas, en los medios de comunicación, en las sociedades culturales o en los puestos de la política.
Cierto es que continúan siendo las viejas religiones quienes todavía influyen sobre un mayor número de individuos dirigentes. Pero, ya sea la influencia venida de un lugar o de otro, el caso es que difícilmente existirá un estamento social importante que no incluya en su gabinete de dirección algún o algunos miembros sectarios que intenten imponer su moralidad religiosa y su doctrina sobre el ámbito social que abarque su influencia. De esto no se libra ningún estrato social, los adeptos sectarios se encuentran esparcidos por todos los distintos gabinetes dirigentes de los más importantes estamentos sociales, influenciando en el gobierno de nuestro mundo, aplicando su particular ideología, especialmente en el ámbito de influencia que le permite su cargo social.
Solamente la amplia diversidad de sectas y de doctrinas, y la dura competencia entre ellas, nos salva de la imposición de una ideología determinada; pero su influencia en la dirección de los pueblos más liberales de la actualidad es innegable.
Por supuesto que el pastel de influencia más preciado es el de la política. En Occidente, aunque creamos que a las sectas se las ha separado de la política ―como hemos indicado anteriormente―, éste es un divorcio que no ha llegado a realizarse nada más que oficialmente; clandestinamente continúan siendo amantes. Las sectas se niegan a perder su ancestral poder totalmente y se infiltran por los pasillos de los gobiernos de los países occidentales, intentando introducirse furtivamente en los despachos de los diferentes ministerios y partidos políticos. De hecho, me temo que nunca los han abandonado: las religiones oficiales, viejos gobernantes derrocados, nunca abandonaron su poder social, manteniendo infiltrados a miembros de sus sectas más importantes en los gobiernos aconfesionales, influyendo en las decisiones de éstos, y vigilando que no penetren otro tipo de influencias sectarias aparte de las suyas en los despachos gubernamentales.
Solamente los partidos de izquierda, que han combatido tenazmente contra la vieja religiosidad, pueden presumir de no tener infiltraciones sectarias en sus despachos. Más yo no me atrevería a asegurar que eso sea totalmente cierto. Nuevas creencias esotéricas, o nuevas vías de religiosidad, están siendo utilizadas por las personas de izquierdas como armas arrojadizas contra las viejas religiones; muchas personas con inquietudes espirituales de izquierdas se llegan a convertir en creyentes de nuevas creencias, más que por fe en ellas, por aliarse con una nueva fe que está tan en contra de la vieja como lo está el pensamiento de izquierdas. Estas nuevas creencias espirituales son muy a menudo prolongación de la larga guerra entre la derecha y la izquierda llevada a la dimensión espiritual.
Tanto empeño como pusieron los primeros pensadores de izquierdas por hacer desaparecer a la religiosidad de la escena social, apenas lo han conseguido; en las sociedades que siguen su idealismo, si éstas gozan de unas libertades mínimas, no cesan de emerger grupos o sociedades con exóticas actividades místicas. Por mucho que las ideas de izquierdas intentaron relegar a la experiencia religiosa a un pasado superado por la evolución socialista, por mucho que los ejércitos rojos se empeñaron en hacer desaparecer a dios y a los sacerdotes de la escena política, cultural, científica y económica, sectas y sectas emergen por doquier con gran diversidad de cultos.
Cabe preguntarse si éste es un inútil costumbrismo muy difícil de erradicar del pueblo, una lastra que arrastramos del pasado, o la búsqueda de la experiencia religiosa es un impulso psicológico propio de la naturaleza humana. Sea por una causa o por otra, el caso es que si intentamos erradicar de la sociedad la vieja religiosidad, vuelve a emerger en el pueblo de mil formas y maneras en miles de sectas.
Mientras una secta o religión es la dominante, mantiene a todas las demás a raya impidiendo su extensión; esto no solamente se consigue por decreto, por reprimir otras diferentes manifestaciones religiosas del pueblo, también se consigue porque la dimensión espiritual del pueblo queda atendida, con mayor o menor grado de calidad, por los cultos populares dirigidos por la secta o religión dominante. Cuando el cristianismo occidental desbancó del escenario social a tantos rituales religiosos durante la invasión de las Américas, lo consiguió gracias a que se continuó alimentando al pueblo espiritualmente con una nueva alternativa religiosa, que en ocasiones se mezcló con la vieja tradición.
Pero cuando a la religión dominante se le arrebata el poder político sobre el pueblo y se mina su credibilidad, cuando la masa pierde la fe en ella y no se le ofrece otra alternativa ―tal y como hicieron las ideologías de izquierdas―, entonces muchas personas inician una búsqueda interminable de diferentes formas de relacionarse con lo sagrado, y las sectas emergen por doquier para intentar llenar este tremendo vacío que dejó la desaparición de la vieja religión de la escena social.
Ésta podría ser una de las explicaciones que nos podemos dar a la enorme proliferación de sectas en la actualidad. Las fuerzas de izquierdas nunca sospecharon que tras su asesinato del poderoso dios, que gobernó a nuestros pueblos durante milenios, pudieran nacer multitud de nuevos dioses ansiosos por sentarse en el trono vacío.
Grandes cambios políticos han sucedido por llevarse a cabo asesinatos de los gobernantes. Tanto la revolución francesa como la revolución rusa hizo uso de dichas matanzas. Pero los cambios en la dimensión espiritual del hombre necesitan de mucho más tiempo. Un asesinato divino no garantiza revolución alguna, los dioses pueden volver a renacer (por eso son dioses). Las causas de la reticencia del pueblo a asumir un auténtico cambio espiritual habremos de buscarlas no en las religiones impuestas, si no en nuestros hábitos espirituales, muy difíciles de cambiar. Observemos uno de esos hábitos en el próximo capitulo.